Revista Cultura y Ocio

Juego de Tronos no se ha traicionado

Publicado el 21 mayo 2019 por Javier Ruiz Fernández @jaruiz_

Desde el lanzamiento de la octava temporada de Juego de Tronos, Internet es un coladero de noticias sobre Jon, Daenerys y compañía. De la prensa a todo tipo de páginas web que se apuntan al fenómeno JdT/GoT (sea por visitas, sea por fanatismo) y a los blogs especializados: Los Siete Reinos, Sensacine, Espinof… Se ha escrito sobre esta serie lo que no se ha escrito sobre ninguna otra. Quizá de ahí todo el revuelo con el final, o una parte de este. Esta temporada ha sido, con diferencia, aquella en la que más se ha percibido la falta de una historia en papel: ¿dónde están aquellos diálogos tan potentes a los que nos tenían acostumbrados?, ¿los golpes de efecto?, los gazapos que se han amontonado (cafés, y pelucas, y botellas de agua), ¿y esa prisa por concluir tramas?, ¿para qué?, ¿para grabar una de Star Wars? ¡Pero si esto era tan grande como Star Wars!

Juego de Tronos no se ha traicionadoUna de las secuencias más espectaculares del episodio. Daenerys se dispone a arengar a sus tropas mientras Drogon aterriza a sus espaldas. Las alas del dragón se funden en la silueta de la madre de dragones.

En cualquier caso, el sexto episodio deja un sabor agridulce —como debe ser—, pero (opinión de un servidor) aumenta notablemente la calidad de esta cortísima temporada con batallas larguísimas, y también espectaculares, que han perdido un poco la perspectiva de lo que había sido Juego de Tronos: 80 minutos de película de muertos vivientes en el tercer episodio (una trama que se resuelve demasiado rápido y un capítulo que aporta muchas cosas a nivel televisivo, pero pocos elementos al arco argumental), y otros chorrocientos minutos de locura Targaryen en el quinto. El cierre, correcto a casi todos los niveles, pero no sublime; no ha sido un fiasco a lo Lost (esto siempre es algo relativo, por descontado, pues también hay quien dice que Breaking Bad tiene un final apoteósico, y meh…), pero generará opiniones contrapuestas como el fundido en negro de Los Soprano.

Por eso, dejo aquí una serie de artículos que me han aportado muchas cosas positivas para poder disfrutar más aún de esta serie cuando me dé por darle otro visionado, porque (admítelo) parte de la rabia que llevamos encima es que se acabó lo que se daba.

Por todo lo anterior (sobre todo estos últimos meses todo dios ha escrito sobre casi todo lo imaginable de Juego de Tronos), he creído que no valía la pena hablar sobre gazapos, problemas narrativos, tramas que no se han cerrado (los espectadores más críticos, por cierto, deberían ser conscientes de lo inviable que es cerrar todas las tramas de un mundo tan vivo como este: y esa es parte de su gracia) y centrarme en una sola cuestión de la que me gustaría escribir: ¿es un buen final o es un mal final? ¿Es un cierre acorde con el espíritu de la serie o ha traicionado su propia propuesta? Ahí voy.

Juego de Tronos no se ha traicionadoDaenerys y Jon en el Salón del Trono.

El mundo que necesitamos no se erigirá con hombres leales al mundo que tenemos

Tras su aplastante victoria militar frente a las fuerzas Lannister de Desembarco del Rey, Daenerys contempla el Trono de Hierro a solas en el gran salón. Llega Jon a su lado tras una charla con Tyrion Lannister, ya preso, e intenta conseguir un gesto de clemencia por parte de la reina. La grandeza de esta escena es que Jon ya sabe cuál es el único desenlace posible, pero busca en un único acto de la Targaryen la excusa para mentirse una vez más. Retrocedemos ahora un momento, Daenerys arengado a sus tropas —en dothraki y valyrio, pero no en lengua común— en una escalinata entre las ruinas de la ciudad donde deja claras sus intenciones: hoy, la capital de los Siete Reinos; mañana, el mundo (“Pero la guerra no ha terminado. No bajaremos nuestras lanzas hasta haber liberado a todos los pueblos del mundo.”). La reina dragón se niega a perdonar a la Mano de la Reina tras la traición y le dice una frase a Jon que cae como una losa: “El mundo que necesitamos no se erigirá con hombres leales al mundo que tenemos.” Todo lo anterior, conecta directamente con la última conversación en los calabozos entre Tyrion y Jon: Daenerys ha impartido justicia tantas veces contra la gente correcta (asesinos, esclavistas, caminantes blancos) que ya no cree que pueda errar en su juicio al escoger entre el bien y el mal.

Juego de Tronos no se ha traicionadoDrogon bate sus alas frente a Jon Nieve tras la muerte de Daenerys.

A veces, el deber es la muerte del amor

Jon besa a Dany y clava una daga en su corazón; en un acto que a mí se me asemeja, de otro modo, al asesinato que Ned Stark cometió contra ser Arthur Dayne, la Espada del Alba, sin ningún tipo de honor. Lo que hace Jon es horrible, pero es real, y necesario, y es Juego de Tronos. Como dice Daenerys sin saber que se aplicaría, de inmediato, contra ella misma: [Jon] también ha castigado a los que le han traicionado aunque le partiera el corazón. Después, es historia. La reina que no pudo reinar yace muerta en el suelo y su fiel dragón funde el Trono de Hierro con la secuencia más potente de todo el episodio: Drogon no descarga su furia contra el ejecutor, sino contra el trono que tantas muertes ha provocado.

Juego de Tronos no se ha traicionadoJon Nieve sostiene el cadáver de Daenerys Targaryen a los pies del Trono de Hierro.

¿Qué une a los pueblos? Las historias. No hay nada más poderoso en el mundo que una buena historia

Saltamos ahora varias semanas después. Bran ya es rey; Sansa ha decidido que Invernalia no formará parte de los Siete Reinos; un nuevo consejo se reúne a puerta cerrada con algunos de los personajes más reconocibles de este universo que se sientan a reconstruir el reino. Los Inmaculados marchan a Naath, reniegan de tierras y posesiones en Poniente, y uno imagina que los dothraki habrán hecho algo similar (tragar saliva, subir a otro barco de esos que tanto odian y volver a Essos). En Desembarco del Rey, Tyrion vuelve a ser la Mano del Rey, Bronn es consejero de la moneda, Brienne de Tarth es guardia juramentada y Sam es gran maestre. ¿Qué ha cambiado? No importa si Tyrion es el gran vencedor de este juego (lo es, para mí), sino cuánto se ha cumplido lo que profetizaba Daenerys de la Tormenta. ¿Es este un mundo mejor que aquel con el que soñaba la Targaryen? Probablemente. Parece un mundo en el que soñar por un cambio a mejor parece posible, pero no deja de asemejarse mucho al que ya encontrábamos en las primeras temporadas, ¿verdad? Aquel tipo de mundo con los fundamentos para que los Lannister, los Bolton y los Frey pudiesen aterrorizar a sus semejantes. Bronn lo tenía claro: los nobles solo son descendientes de alguien a quien se le daba bien matar y venció a sus enemigos y, gracias a ello, sus descendientes pueden sentarse a beber vino, perder el tiempo en burdeles y conspirar en un palacio. Con esa idea en mente, y visto el final, parece que al señor de Aguasnegras no le ha ido tan mal…

Juego de Tronos no se ha traicionadoJon se reencuentra con Fantasma en el Norte.

Han sufrido demasiado bajo la rueda, ¿la romperéis conmigo?

Tras ser condenado a la Guardia de la Noche, Jon se reencuentra con Fantasma y marcha al verdadero Norte con Tormund Matagigantes y el pueblo libre. No está claro qué ocurre ahí, pero los grandes peligros que acechaban más allá del Muro parecen haberse diluido tras la victoria frente a los caminantes blancos. Quizá las dudas se asienten ya para siempre en su cabeza: ¿hice bien? ¿Merecía Daenerys una muerte así? (aunque ¿quién la merecía en Juego de Tronos? Parece aquella lección que Gandalf le suelta a Frodo cuando el mediano todavía no ha abandonado Hobbitón...). Es un final agridulce por varias razones: la primera de todas porque incluso al final de todo ha habido grandes sacrificios (¿qué fue de esa imagen que muchos se habían hecho de tía y sobrino reinando juntos?) para alcanzar un statu quo en el que nadie es feliz; la segunda es que es un final que es un nuevo inicio, repleto de incertidumbre, de nuevos errores, de olvidos de la gente común (porque si algo nos ha enseñado Juego de Tronos es que ningún rey reina para siempre) y, tercera, porque qué fácil parecía seguir ciegamente a alguien como Daenerys, ¿verdad? Sin advertirlo nadie, Daenerys se convirtió en el Leviatán de Hobbes, en el despotismo ilustrado, en la opción segura. La reina justa que tenía poder y ejércitos suficientes para dictar qué era el bien y qué era el mal, para moldear el mundo a su criterio, para arrasar con todo aquello y aquellos que no compartiesen su visión.

Cuando era niña, mi hermano me dijo que fue forjado por Aegon con miles de espadas de sus enemigos caídos. ¿Qué son mil espadas en la mente de una niña que no sabía ni contar hasta veinte? Me imaginaba una montaña de espadas muy alta para escalarla, tantos enemigos caídos que ni veías las plantas de los pies de Aegon.

Juego de Tronos nos enseña una vez más cómo la vida real te abofetea con aquello del fin justifica los medios; nos muestra que esta serie es real porque la traición forma parte de nosotros, y la ira, la envidia, el sacrificio, pero también la clemencia y la bondad. De ahí surge su propia Revolución francesa, sus reyes menos reyes y más democráticos (buena ocurrencia la de Sam, por cierto), sus Bronn y sus Brienne en una misma mesa. Al final, Brann no era el Rey de la Noche ni el fundador de su propio linaje (como afirmaban múltiples teorías sobre la serie en 2017), no era el pasado de los reinos de Poniente, sino su futuro.

Juego de Tronos no se ha traicionadoAlgunos miembros del Consejo del Rey tras la reconstrucción de Desembarco del Rey.

Esta serie nos ha enseñado todas sus caras y, a veces, todas las nuestras. Ante eso, ni un mal final (que no me lo parece) tenía poder para destruir lo que habían construido Benioff y Weiss encima de las novelas de George R. R. Martin. El sexto episodio de la octava temporada de Juego de Tronos cierra una historia que ha sido consecuente con lo que proponía, no siempre en los términos que nos hubiera gustado (casi todos hubiésemos preferido una o dos temporadas más de la misma calidad que las anteriores), pero sí en todos y cada uno de los mensajes que nos dieron. Y para muestra, la naturaleza de Daenerys, que hemos intentado ocultar tras una casa caída en desgracia, cientos de enemigos que buscaron su fin, unos dragones por los que yo he sufrido más que por muchos otros personajes (y casi me los matan a todos, ¡cabrones!), pero que al final tuvo que explotar a lo grande, porque siempre estuvo ahí. Ya lo dijo en las primeras temporadas y lo repitió poco antes de su muerte: Cumplisteis las promesas que me hicisteis. ¡Matasteis a mis enemigos con sus trajes de hierro! Derribasteis sus casas de piedra. ¡Me habéis entregado los Siete Reinos! 


Discurso de Daenerys Targaryen a sus tropas tras su victoria en Desembarco del Rey.

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