Revista Expatriados

Krishna (1)

Por Tiburciosamsa

Krishna es una de las figuras más ricas y complejas del panteón hindú. Krishna es uno de los avatares de Vishnu, el dios que protege la creación y que se encarna regularmente para venir al mundo de los humanos. Krishna es un “poornavatar” (he dicho “poornavatar”, no “pornavatar”, que siempre estáis pensando en lo mismo), es decir un avatar completo, un avatar que expresa en su plenitud la potencia del dios. Krishna nació durante la era Dvapara Yuga, anterior a la nuestra. Dvapara es una era de declive, aunque no tan desastrosa como la nuestra. La proporción de virtud y maldad en ella es del 50% cada una. La tendencia de los hombres en esta era es a hacerse cada vez más materialistas. Es el momento en el que el aspecto impuro de la naturaleza emerge. Krishna tuvo un nacimiento virginal, que es como hay que nacer si se quiere ser alguien en el mundo religioso. Bueno, el nacimiento fue algo menos que virginal, que su madre Devaki había dado a luz a siete niños antes que a él y lo de decir que te quedaste embarazada de manera virginal, puede colar la primera vez, pero la octava… Lo del nacimiento virginal de Krishna tiene sus bemoles. Hay una corriente de pensamiento que ve tantos paralelismos entre la historia de Krishna y la de Jesucristo, que afirma que Jesucristo no es más que un mito copiado de Krishna. En el siglo XIX, Kersey Graves estableció que había nada más y nada menos que 346 elementos comunes entre las escrituras cristianas y las hindúes. Para los que siguen esta línea de pensamiento, el tema del nacimiento virginal de Krishna es clave, porque mostraría que Jesucristo y Krishna estaban emparentados por el lado del Espíritu Santo. Sin embargo, el relato del “Vishnu Purana” sobre el nacimiento de Krishna es cualquier cosa menos claro: cuenta que Brahma dice a los dioses que hay que pararle los pies al rey-demonio Kansa, entonces Vishnu “se quitó dos pelos, uno blanco y otro negro y dijo a los dioses: “Estos pelos míos descenderán a la tierra y la aliviarán [a Devaki] de su inquietud (…) Este pelo mío negro se encarnará en la octava concepción de la esposa de Vasudeva, Devaki, que es como una diosa, y matará a Kansa, que es el demonio Kalanemi”. Un poco más adelante Vishnu insiste: “Yo mismo me encarnaré en la octava concepción de Devaki (…) En la noche de la octava lunación en la mitad oscura del mes Nabhas, en la estación de lluvias, naceré.” Nada impide que los pelos de Vishnu hubieran entrado mientras Vasudeva y Devaki echaban un casquete. En realidad es el tipo de cosas que a un hindú tradicional se la hubiera sudado, pero que cobra importancia al entrar en contacto con el cristianismo. Entre los ateos y neopaganos que quieren ver en Jesucristo un simple mito y ciertos neohindúes que buscan apuntarse al carro del cristianismo, lo del nacimiento virginal de Krishna se ha convertido en una cuestión de gabinete. Con un nacimiento como el que tuvo, no es de extrañar que la infancia de Krishna sea una recopilación de mitos: el Rey Herodes, Edipo, Rómulo y Remo, Horus. Según la historia, los astrólogos habían advertido al Rey Kansa que el octavo hijo de su prima Devaki le mataría. Como todos los malos de los cuentos (en la vida real es otra historia), Kansa era un poco obtuso. En lugar de hacer lo obvio, que era cargarse a Devaki, la encarceló y, más tonto todavía, la puso en la misma celda que su marido Vasudeva y ni se le ocurrió dejarles un paquetito de condones. A los seis primeros hijos de Devaki se los cargó. Debió de hacerlo por coger práctica, porque la profecía había dicho claramente que le mataría el octavo, no los siete primeros. Con el séptimo, Balarama, le hicieron una pirula: lo transfirieron al vientre de Rohini, la otra esposa de Vasudeva. El primer caso de vientre de alquiler que se conoce. Sabiendo que la vida de Krishna estaba en peligro, Vasudeva rezó a Vishnu. Los guardianes de la cárcel cayeron dormidos y las puertas de la prisión se abrieron milagrosamente. Vasudeva llevó a su Krishna al distrito de Gokula, donde vivía una comunidad de ganaderos pertenecientes al clan yadava, y se lo entregó al matrimonio de Yasoda y Nanda. A todo esto los años de encierro debían de haberle afectado las meninges, porque volvió a la cárcel llevándose a Maya, la hija que Yasoda y Nanda acababan de tener. Cuando Kansa se enteró de que Devaki había dado a luz, corrió a la celda. Cogió a la niña y cuando fue a estrellarla contra la pared, ésta, que en realidad era una diosa encarnada, se liberó y con una risotada le anunció que el octavo hijo de Devaki estaba vivito y coleando y que se fuese preparando. La infancia de Krishna fue la normal de un niño dios. En cierta ocasión le secuestró una ogresa, se puso a amamantarle con su leche envenenada y murió exhausta, mientras Krishna no cesaba de coger peso. En otra ocasión mató a una serpiente muy venenosa. Cuando Indra mandó un diluvio, Krishna protegió a su pueblo levantando un monte con el meñique y sosteniéndolo a modo de paraguas. Asaltaba la despensa de su madre para ponerse ciego de mantequilla… Una cosa simpática de Krishna es que, a diferencia de otros mitos, tuvo una adolescencia, que dedicó a lo mismo que todos los adolescentes: a ligar (o al menos a intentarlo). Con su belleza y su manera melodiosa de tocar la flauta, Krishna se las llevaba de calle. Las muchachas del distrito bebían los vientos por él, pero Krishna sólo tenía ojos para Radha… o al menos eso es lo que le decía. Toda esta parte de los amores juveniles de Krishna ha sido interpretada de forma alegórica y espiritual por doctos hombres ancianos, que se habían olvidado de lo que es tener 18 años y las hormonas disparadas. Todo lo bueno se acaba y más en la vida de los héroes, que más tarde o más temprano tienen que ponerse a degollar malos. Krishna regresó a Mathura acompañado de su hermano Balarama, cuando el momento hubo venido. Kansa les mandó un gran elefante para que les matara (siempre hay una oveja negra en todas las familias), pero Krishna pudo con él. Más tarde tuvieron que competir contra dos luchadores experimentados. Les derrotaron y, terminadas las formalidades, Krishna se apioló a Kansa, reinstauró en el trono a su abuelo Ugrasena, que era el rey legítimo y liberó a sus padres. En otros mitos o en los cuentos populares, aquí habría terminado la historia. No, en el caso de Krishna. Ahora que era un príncipe, se encontró con que la princesa Rukmini se había enamorado de él, pero su hermano Rukmi, que detestaba a Krishna, deseaba casarla con el Rey de Chedi Shushipal. Como en las buenas películas (o en las no tan buenas, que había una regularcilla en la que Bruce Willis hacía exactamente eso con Kim Basinger), Krishna aparece cinco minutos antes de que se celebre el enlace y rapta a Rukmini. A Krishna le gustaba tanto la vida de familia que con una sola esposa no le bastaba. Necesitó siete esposas más para sentirse satisfecho. Con Satyabhama, la segunda, se casó porque en una vida pasada en la que las había pasado canutas y había sido muy devota de Vishnu, éste le prometió que en su siguiente reencarnación se casaría con ella y mira por dónde esa reencarnación era precisamente la de Krishna. Con Kalindi, la cuarta, se casó porque estaba haciendo penitencia, porque sólo quería casarse con Vishnu y tanta devoción le llevó al alma. A Lakshana, la octava, la ganó en un concurso de arquería. Mira por dónde, mientras que a todos los demás en las casetas de las ferias nos tocan ositos de peluche, a él le tocó una novia, que encima le estaba predestinada. Lo increíble es que Rukmini tragaba. A otros nos someten al cuarto grado si llegamos cinco minutos tarde por la noche y Krishna llegaba como si tal cosa a casa: “Cariño, que me he encontrado a una devota en la calle y me he tenido que casar con ella”. “Nada, le pondré en el sofá-cama del salón, porque el cuarto de invitados lo tenemos ya lleno.” No hay como ser dios, para tener labia. Lo interesante fue la noche que volvió a casa no con una esposa nueva, sino con 16.000. Resulta que había un demonio llamado Naraka, que tenía secuestradas a 16.000 doncellas. Krishna mató al demonio y las liberó. Ahora bien, una mujer que hubiera pasado la noche en casa de otro hombre era considerada como desvirgada y no había manera de colocarla en el mercado matrimonial. Por ello, Krishna al casarse con ellas, les hizo un favor. O al menos así se lo vendió a Rukmini, y coló. ¿Qué dije de la labia divina?Por lo que Krishna es más conocido es por su participación en la guerra que enfrentó a sus primos los pandavas, con el clan pariente de los kouravas. El “Bhagavad Gita”, tal vez el texto hinduísta más conocido en Occidente, cuenta cómo en vísperas de la batalla que iban a mantener los dos clanes, Krishna alecciona al Príncipe pandava Arjuna sobre el Dharma y la liberación y cómo le enseña que, mal que le pese luchar y matar a sus parientes, es su dharma hacerlo. En consonancia con lo que predica, Krishna intenta mediar para impedir la guerra, pero cuando estalla, se comporta como un bravo guerrero y un estratega consumado. El Krishna filosófico y sabio del “Bhagavad Gita” tiene muy poco que ver con el Krishna travieso o con el Krishna pastoril o con el Krishna amoroso que hemos visto. Terminada la guerra, Krishna fue a dar el pésame a Gandhari, que había perdido a 100 hijos en la guerra. Gandhari estaba furioso porque pensaba que Krishna hubiera podido parar la guerra y no lo había hecho. Le maldijo diciéndole que antes de que hubieran pasado 36 años él y todos los miembros de su clan, los yandavas, estarían muerto. Y en efecto, estalló una lucha fraticida entre los yandavas que se mataron todos entre sí. Apenado, Krishna se retiró a meditar a un bosque. El cazador Jara le tomó por un cierto y le disparó una flecha, que le mató. Con su muerte, que ocurrió el 17 de febrero del 3102, dio inicio la kali yuga, la era chunga en la que nos encontramos. 

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