Revista Opinión

La abstención

Publicado el 19 septiembre 2016 por Jcromero

La abstención electoral no computa. Se tiene en cuenta en los referéndums, cuando los resultados están supeditados a determinados niveles de participación. En el resto de consultas electores, ni caso; que un gobierno salga elegido con una abstención mínima o enorme no le merma competencias ni legitimación. Votar mucho o poco, que los electores vivan ajenos a los procesos electorales, es un asunto que solo interesa a quienes participan en tertulias, escriben sobre política y, en algún caso, a quienes reflexionan sobre los supuestos riesgos que una baja participación electoral acarrearía al sistema democrático. Por lo demás, la abstención no cuenta.

Se publican discursos, artículos. editoriales y primeras páginas argumentando hastío, advirtiendo de una gran abstención en caso de nuevas elecciones. La abstención electoral ahora se presenta como amenaza, ante la que no queda otra opción que investir al actual presidente en funciones. Y sin embargo, en una sociedad democrática, la abstención de los electores es una opción tan acertada o errónea como el voto para cualquier candidatura. ¿Acaso no está justificado el negarse a ser representado cuando no se comparten ideas o estrategias políticas, cuando no hay candidatura que te ilusione ni ofrezca garantía? En todo caso, quienes dicen que la abstención es nociva para la democracia, ¿hacen algo para evitarla?

Muchos politólogos consideran la alta participación como un indicador de calidad democrática y la baja como reflejo del cansancio y desprecio de los electores hacia los candidatos que aspiran a representarles. La abstención electoral es una opción tan democrática como la participación. Cuando el desafecto se extiende, cuando el elector está hasta las narices de tanta negligencia, fraude, corrupción y mentira; entonces, ante la sospecha de que su voto pueda ser utilizado como salvoconducto para validar todo lo que desprecia, ese elector decide no votar. Dos apuntes y dos conclusiones: Primero, ¿es más democrática y libre una sociedad en la que vota el 99 % de su electorado? Segundo, cuando todas las candidaturas están condicionadas por equilibrios y juegos de poder en el seno de cada partido, lo que hacemos al votar es dar por buenas esas luchas internas aunque hayan dejado fuera de la candidaturas a los mejores en favor de los más fieles. Las conclusiones: podemos votar, es cierto, pero ¿podemos elegir? Votar es un derecho, no votar también.

¿Preocupa a los partidos políticos la abstención de los electores? Sobre todo les interesa quedar por delante del resto de contendientes. Si lo consiguen con una alta o baja participación, es algo secundario. Si realmente les preocupara, estarían buscando la complicidad del elector en cada acto y en cada decisión; prefieren la adhesión. Si estuvieran convencidos de la necesidad de una alta participación, estarían buscando fórmulas para favorecerla. Actualmente la abstención no sirve para nada pero, ¿qué ocurriría si la representación de los partidos en las instituciones estuviera condicionada realmente por la participación?

¿Sería descabellado proponer que el número de parlamentarios o concejales fuera proporcional a la participación en cada convocatoria electoral? Si en una circunscripción, en la que hubiera que elegir a 12 representantes y votara la mitad de los electores, ¿no sería lógico que se cubrieran 6 de los 12 puestos? De esta manera, el Congreso de los Diputados, los parlamentos autonómicos y las corporaciones locales tendrían una representación real de la voluntad de los ciudadanos y los escaños o sillones no ocupados serían una llamada de atención permanente, una advertencia democrática de lo que sucede cuando los representantes dan la espalda a sus representados. Esos sillones vacíos, ¿no serían un acicate para hacer las cosas bien?

Es lunes, escucho a Ryan Quigley:

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