Revista Libros

“La Acompañante” y “El Lacayo y la Puta”, de Nina Berberova

Publicado el 20 febrero 2010 por Barcoborracho

“La Acompañante” y “El Lacayo y la Puta”, de Nina Berberova


Ed. Seix Barral. 1993
(Reimpresión de Compañía Editora Espasa Calpe Argentina S. A.)
Traducciones del francés:
La acompañante, por Enrique Sordo
El lacayo…, por Carolina Rosés


1
A unos les toca más oportunidades que a otros, no hay más. Y les irá mejor. Así son las cosas de la vida. No hay explicación para tal injusticia. Solo hay que tragar y sonreír.
Sonechtka crece pobre en San Petersburgo, hija de una profesora de piano que ocultó un embarazo de soltera con un alumno, para no perder la clientela. Cuando la niña nació, ella lo cuenta, pues el relato es su desgarradora voz, nadie se enteró. Hizo la madre como que estuvo enferma un tiempo, y cuando volvió, por el chismorreo, las amistades se distanciaron. Sonechtka creció sola, con una vieja criada, el piano, algún que otro alumno que persistía, y fue al conservatorio a hacerse pianista como la madre. Pasa esto y aquello y estalla la revolución rusa: los personajes secundarios de un drama, los tan secundarios que no tienen siquiera una línea de parlamento, viven sus conflictos ajenos al argumento de la obra. Sonechtka es un personaje secundario de la historia de Rusia, y más: se descubrirá personaje secundario de su propia vida.
Luego de tocar con un músico popular, a instancia de su amor adolescente, Mitenka, músico tarado, nabokoviano, consigue trabajo como acompañante al piano de una cantante, esposa de un comerciante rico: María Nikolaevna Travina.
Cuando entra a la casa de esta mujer, descubre que su vida es una putada y que la vida de otros tiene muchos grandes ingredientes para ser hermosa. Y queda encandilada con la cantante:
«Tiene diez años más que yo y, naturalmente, no lo oculta, porque es bella y yo no. Ella es alta, tiene un cuerpo sano y robusto, que se ha desarrollado natural y libremente. Yo soy bajita y seca, tengo una apariencia enfermiza, aunque nunca he estado enferma. Ella tiene cabellos negros y lisos, recogidos en un moño sobre la nuca; yo tengo los cabellos claros, sin brillo, y los corto y los rizo lo mejor que puedo. Ella tiene un rostro redondo y hermoso, con la boca grande, una sonrisa de inexpresable encanto y unos ojos negros con reflejos verdes; yo tengo los ojos claros, la cara triangular, con los pómulos salientes y los dientes pequeños y espaciados. Ella se desplaza, habla y canta muy segura de sí misma, y sus manos acompañan sus palabras y sus movimientos, calmosamente, ecuánimemente, y conserva en ella una especie de calor, de fuego –divino o diabólico-, y siempre dispone de un sí y un no concretos. En cambio yo, siento que, a veces, se forma a mi alrededor una brumosa nube de incertidumbre, de indiferencia, de aburrimiento, en la cual me estremezco como se estremece un insecto nocturno en la luz solar antes de quedarse ciego o inmovilizarse. Y cuando las dos aparecemos en el estrado –ella, delante, radiante de salud y de belleza, sonriendo y saludando sin esfuerzo, sin nada desacompasado, y yo detrás, con el vestido siempre ligeramente arrugado, un poco desecada y saludando también, inclinándome y procurando que las manos estén en su sitio-, cuando aparecemos las dos, yo me digo: “Bueno, ¿qué más quieres ahora, en esta vida? ¿Arreglar tus cuentas? ¿Tomarte el desquite? ¿Cómo? Y por otra parte, ¿contra quién? Hay que someterse, no replicar, ser más fluida que el agua, más baja que la hierba. En la vida de aquí, no hay arreglos de cuentas. En cuanto a la vida futura… ¡esa vida no existe!”»
Los estragos que los bolches causan en los burgueses, llevan al marido y la cantante a París, y con ellos, de acompañante siempre, va Sonechtka. Viven entre exiliados, la mujer canta y deslumbra y cada día Sonechtka la odia más. Hasta que un día le descubre un amante: un ruso que vino tras la cantante, loco, encendido y firme y anónimo, de Petersburgo a Moscú, de Moscú a París. Sonechtka descubre el café donde los dos amantes platónicos se miran durante horas sin decirse palabras ni ir a un motel. Y allí Sonechtka descubre el sentido de la vida: el desquite.
Pero el desquite no existe, etc. Y todo ocurre sin Sonechtka, a pesar de ella, indiferente a ella.
Un relato maravilloso.
2
Segunda novela:
Con una prosa agridulce, como ciruela amarilla, Berberova nos cuenta la historia de Tania, una chica bien, hija de un funcionario que un año antes de la revolución es destinado a Siberia, recientemente viudo. Allí estalla la guerra y huyen a Japón, que queda cerquita.
Tania tiene una hermana mayor que está buena y es libertina, a la manera de Choderlos de Laclos, y un día esta hermana consigue un ligue pasable, amor y propuesta de matrimonio incluidos, con el inconveniente que a Tania le gusta el muchacho. Entonces un día Tania…:
«Se fue a su casa, un domingo, hacia las diez de la mañana. Él acababa de vestirse y andaba con los pies descalzos por la habitación (más tarde se vio que tenía esta costumbre).
-Me siento muy feliz, Tatiana Arkadievna. Halagado. ¿A qué debo este placer? –dijo él sonriendo, mientras con sus grandes manos blancas le acercaba una butaca.
Ella llevaba una pelliza y un sombrerito de piel y miraba con asombro los pies limpios y desnudos.
-He venido por una apuesta –dijo, no sabiendo aún como resultaría la cosa y dando diente con diente-. He hecho una apuesta conmigo misma.
Él se echó a reír.
-Conmigo misma… -repitió, sin darse cuenta de que Tania estaba turbada.
-Mire –dijo de pronto ella con voz sorda, y abrió completamente su abrigo.
Las medias terminaban en unas anchas ligas de satén (compradas el día anterior), debajo, un pantaloncito de batista con volantes rizados, sujeto por unos lacitos; y no había nada más sobre el cuerpo de Tania. Su piel suave, extraordinariamente suave, tenía un reflejo azulado, los pezones y la sombra bajo los senos eran anaranjados. Se quedó durante algunos instantes sin moverse, con las piernas apretadas y una media ajustada más arriba que la otra. Y de pronto, hizo un gesto… No se acordaba de dónde lo había sacado; seguramente de Maupassant, o de Krinitski, o quizá del autor anónimo de alguno de los libros devorados en San Petersburgo. Pero lo esencial venía de ella. Con gemidos y mohines expresó a Alexei Ivanovich una pasión que había aprendido en sus sueños.»
En resumidas cuentas, se casa con este Alexei, hurtándoselo a la hermana. El tipo hace un par de negocios y deciden hacer la vida en París, donde el idioma japonés (?) podía serle de utilidad a Alexei, además de la experiencia que tenía en comercio. Sortean la distancia y un día o tarde o noche están en la capital francesa y la cosa no resulta para nada sencilla: más que japonés había que hablar francés; los rusos ricos del exilio son copados siempre y cuando el que los visite les reporte dinero; el resto de los exiliados rusos malviven la miseria. Con decir que Alexei, en una escena tristísima, muere loco, rebosando resentimiento e indignación.
¿Qué puede hacer Tania para sobrevivir? No sabe hacer absolutamente nada, si descontamos lo de ser sexi y atrevida y todo eso. Consigue, gracias a una amiga, trabajos esporádicos; sobrevive en un hotel. Una tarde pide prestado plata a su amiga y se compra ropa y se paga una cena en un restorán de rusos ricos: jugando el cuerpo como botinera de los años veinte, está segura que allí encontrará meneándose un poco algún ricachón que la proteja, etc. Pero en el restorán no pasa nada. Ya no está tan buena, pasaron los años, es una tipa con cara de sufrimiento.
Sin embargo, el mozo que la atiende se muestra amable. Es un hombre mayor, también ruso, con manos amarillas de cigarrillo. Conversan y viven un romance; es decir: mejor es nada, concluye Tania.
El mozo la mantiene como puede. Tania, poco a poco va acumulando bilis, haciéndose la tontita.
Por su parte, el mozo tampoco tiene una mejor historia: fue soldado del ejército blanco, y como nunca tuvo dinero en el exilio le fue peor. Apenas plata para pagarse el hotel, su familia en otro país europeo, hija que no ve hace años, edad avanzada, reumas, etc. Pero encontrar a Tania es para él un regalo del cielo. Se enamora. Hace esfuerzos sobrehumanos para conseguirle los caprichos, esfuerzos que Tania, por supuesto, no es capaz de ver.
Un día que Tania había pasado sola, rumiando su rabia en la cama, encuentra un arma del mozo. Y decide darle un final digno a su drama.
3
Conclusiones:
Las mujeres de Berberova la pasan realmente mal. No debe ser nada bueno que empiece una revolución y se lleven toda la plata de tu marido.
Lo in:
El recurso estilístico: un manuscrito comprado a un librero por Berberova, que contiene la historia de La Acompañante, narrado en prólogo conciso e impecable, a pesar de ser un poco fantasioso.
Las escenas de erotismo contenido, la mirada impía hacia los personajes, la prosa frenética y serena a la vez, cruel y dulce; y la paciencia imperturbable al narrar, cinematográficamente, hasta que en un arranque incontenible brote la poesía iluminando la página.
Lo out:
Realmente aquí está todo ok.
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