Revista Arte

La alegoría encubierta de una emoción efímera que descubre una belleza dormida.

Por Artepoesia
La alegoría encubierta de una emoción efímera que descubre una belleza dormida.
Un crítico francés de la Ilustración -Denis Diderot- le dijo una vez a este pintor en 1767: Amigo mío, está usted lleno de gracia, pinta y dibuja muy bien, pero no tiene imaginación ni espíritu; usted sabe estudiar maravillosamente la naturaleza, pero desconoce el corazón humano... Louis Jean Francois Lagrenée (1724-1805) fue uno de los pintores más famosos de su tiempo, sin embargo. En su época supo distinguirse de un Rococó demasiado monótono para rozar pronto un Neoclasicismo académico, impregnado tanto de los grandes maestros italianos como de sus grandes antecesores franceses. Pero..., efectivamente, no consiguió la gloria...
En el año 1770 se decide Louis Jean Francois Lagrenée por crear un pequeño lienzo (65 cm x 54 cm) al que titula Marte y Venus, alegoría sobre la paz. ¡Cuánto mensaje en tan poco espacio...! El dios Marte representaba la fuerza desestabilizadora, la agresión más violenta, la manifestación del terrible conflicto... o de la Guerra. Venus es la diosa de la Belleza, de justo todo lo contrario, del equilibrio más estable, del sosiego más embriagador, de la satisfacción más placentera... Ambos dioses en la leyenda se amaron una vez. La Mitología es aquí compleja, porque, ¿fue un amor adúltero o legítimo? Pero, no es eso lo importante ahora para el Arte. En el Arte han sido glosados ambos dioses romanos por su atracción y por su oposición. Y aquí, en su obra neoclásica, el creador francés Lagrenée compone ahora su idea de lo que una alegoría de la paz debía ser.
¿Por qué una alegoría de la paz... con dos amantes entonces tan opuestos? Ya se habría entendido y representado antes por otros pintores la capacidad de Venus de calmar la fuerza tan arrasadora de Marte, es decir, la sutileza ahora de la Belleza para tratar así de frenar el impulso tan demoledor del conflicto humano. Y así el pintor francés diseña aquí su pequeño universo pictórico para componer una escena alegórica sobre la paz. Aparecen los dos dioses juntos, luego de haber consumado su amor... Venus está dormida, y los símbolos de las armas de Marte están situados ahora en el suelo. Hay dos palomas blancas además ahí dedicadas a la paz... ¿Qué otra cosa si no puede ser esa escena tan galante y tan plácida? La paz está ahora, totalmente, brillando aquí por doquier mientras Marte siga seducido por la visión de la Belleza...
Y es en este mismo momento, el que durará la visión esplendorosa de la Belleza tranquila, vencida o dominada aquí por la emoción padecida poco antes, cuando ahora el pintor fije la escena pictórica con una representación, sin embargo, muy dramática... El creador la encuadra además con una cortina verde descorrida ahora por la mano poderosa y decidida del dios. Quiere mostrarnos así la maravillosa visión de Venus dormida. Quiere hacernos partícipe de esa visión maravillosa..., pero, también, sin él mismo quererlo así, nos ofrecerá aquí el pintor otra: la oscuridad más tenebrosa detrás del mismo dios. ¿Por qué? La escena tan solo nos descubre ese momento, ese pequeño instante que solo durará menos que lo que su visión pueda mantenerse en un tiempo. Porque, luego, el dios volverá a colocarse su armadura, cubrirá su cabeza y tomará su espada.
Esa oscuridad del fondo de la imagen, representada en el lienzo aquí también y descubierta ahora, es la simbología más sutil para comprender la más efímera sensación de una alegoría semejante. Porque no es que no desee el dios quedarse subyugado para siempre... de algo que admira ahora convencido. No es que las palomas no deseen anidar... en el casco ahora útil que una de ellas ocupará decidida. No es que la diosa no confie ya... en la dulzura del presagio placentero que siente mientras duerme tranquila. No, es que ahora el pintor, aquel que enjuiciaron una vez como exento de conocimiento, quiso entonces así, en este pequeño óleo neoclásico, describir ahora sin angustiar, sin desabridar, sin incomodar o sin desesperanzar mucho, la fragilidad más invisible e inevitable que encierra siempre la oscura, tenebrosa y enigmática naturaleza humana.
(Óleo Marte y Venus, alegoría sobre la paz, 1770, del pintor Louis-Jean-Francois Lagrenée, Museo Paul Getty, Los Ángeles, EEUU.)

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