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LA AVERÍA - Filosofía, tele y pesadillas

Publicado el 06 abril 2011 por Loscriticones
LA AVERÍA - Filosofía, tele y pesadillas

Un filósofo metido a dramaturgo es peligroso.

Un soldado extraviado. Una bala perdida. Friedrich Dürrenmatt, el autor, es un espíritu alegre fugado de los tonelajes de Kierkegaard y tatuado en cada centímetro de su espíritu por Aristóteles, Epicuro, Ciceron y así.

Dürrenmatt parió la comedia grotesca, un pariente europeo de nuestro esperpento que, no siendo sinónimo, funciona parecido. Un ingenio feliz que pone la astracanada, lo estrambótico, la deformidad fértil de la caricatura al servicio del arte, del contraste y de la magia teatral.

Dürrenmatt ha dado con la bendita fórmula de violencia creativa en que consiste dislocar la realidad, sacar las cosas de quicio, deformar los contornos de los personajes a placer, distorsionar hasta lo ridículo y extrafalario, con la misma potencia generadora de imágenes del ácido lisérgico (o del delirio febril, por ser más homeopático).

Este magnífico invento funciona en sus manos porque lo usa para ajustarle cuentas al mundo, enfrentar a la vulgaridad soberbia que representa nuestro tiempo en el personaje de un yupi muy contemporáneo y muy real, muy reconocible en lo infatuado, vacuo y seguro de conocer los mecanismos para “triunfar en la vida”y cosas así, contra una escuadra de espectros luminosos, deformados y atravesados por la lucidez y los saberes obsoletos propios de otro tiempo y otro mundo más cercano al del conocimiento antiguo y vetusto de las humanidades, lo que uno de los personajes (el fiscal, la viva imagen de Kant) llama “cultura”.

El invento es cojonudo. Otra cosa es la ejecución.

He de advertir urgentemente y antes de nada que, improbable lector, si vas a ver esta obra seguramente te gustará porque es lo que le pasa a la mayoría del público, que sale sonriente, cansado y feliz. Lo que se dice “un éxito”.

A mí me parece que el montaje es muy propio de la ultimísima moda que arrasa en nuestros escenarios y muy en la onda de su directora Blanca Portillo. La cosa es que por laveta de “lo grotesco” se acaba en un histrionismo histérico y desenfrenado, chillón y descabalgado que impide que el texto respire y rinda los efectos dramáticos de los que sin duda está felizmente preñado.

Los personajes hacen lo que un niño con ganas y falta (notable) de atención, o sea, bailar el michaeljackson (sic.), hacer flexiones (¡) e improvisar numeritos musicales de variado jaez pero en ningún caso pertinentes (además de muy esforzada y diligentemente decir el texto, faltaría más), es decir, exactamente Operación Triunfo + concurso de baile de TV + musical de la Gran Vía. Todo muy reconocible, exactamente lo que impone el estómago de masas y la electrocución televisiva, un gusto que encuentro cada vez más en las tablas y que parece ser un reconocimiento desprejuiciado de los realizadores a lo que “de verdad” les apetece hacer (esterilizando a los autores de pensamiento y respiración profunda) y que me sume en los más oscuros y dramáticos presagios y pesadillas: me despierto sudando porque el teatro ha sido engullido definitivamente por la puta tele.

Oh!

PD: Habrá que hablar un día de los nuevos teatros de Madrid y del lujo que es asistir al Valle Inclán en Lavapies y sobre todo al Matadero en Legazpi y en ningún caso al aborto de Los Teatros del Canal (¿Espe Vs Gallardón?).

PD2: También habrá que decir algo de la moda de los pinganillos: ya casi nadie habla en el teatro sin microfonito, en salas modernas como las del Matadero quizás no exista la acústica necesaria, asunto importantísimo en sus consecuencias artísticas, el caso es que en la obrita a un actor le sonaba la voz como la sala de espera del aeropuerto de Almería y al rato todos habían saturado a base de gritos sus canales acústicos. Hummm.

ARM


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