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La barra de la “t” y otras zarandajas

Publicado el 17 mayo 2010 por Kotinussa

Desde el jueves a mediodía, mis alumnas se pasean en medio de un polverío de albero enfundadas en trajes de flamenca tan ajustados que casi ni les dejan respirar, no digamos ya sentarse. A eso hay que sumarle el tormento de las horquillas clavadas en el pelo, las flores que están todo el tiempo a punto de caerse, los pendientes que te aprietan el lóbulo de la oreja hasta que pierdes la sensibilidad y otras cuestiones nimias. Mis alumnos pagan un dineral por subirse a varias atracciones que te ponen el estómago en pie. Mis compañeros de trabajo beben a destajo fino o manzanilla aguados, embotellados especialmente para ferias, de una calidad diferente a la normal (total, como todo el mundo está piripi, quién lo va a notar), comen raciones de pescado frito, tortilla o jamón resecos, preparados horas y horas antes, pagando el triple de lo que valen habitualmente. Y sufren unos resacones del quince, a pesar de lo cual vuelven a la feria sin haber tenido tiempo de recuperarse, como si estuvieran condenados a trabajos forzados.

Gracias a los enormes sacrificios de esta pobre gente, yo estoy desde el jueves por la noche en Madrid, pasando unos días de reuniones divertidas, espectáculos musicales, comidas estupendas y hasta la final del Master de tenis de Madrid, cotilleando sobre los famosillos que por allí se dejan ver, aunque no sean capaces de diferenciar un tie-break de un net.

El caso es que ahora mismo, a un rato de emprender el viaje de vuelta, estoy ronca como un grajo, me he fumado media Tabacalera y me he bebido la mitad de la producción anual de ron cubano. Y por supuesto, me he reído hasta que se me han saltado las lágrimas, no he llegado ninguna noche antes de las tres y media de la madrugada y he dormido unas siestas estupendas en una cama comodísima de un hotel bastante bueno, para recuperarme.

El hotel es grande, y tiene muchos salones de diferentes tamaños donde se celebran congresos, reuniones de trabajo y cursos para ejecutivos. En el panel de la entrada siempre hay un montón de eventos anunciados. Uno de ellos, que se celebraba en estos días, me puso la piel de gallina. Se trataba de un curso de grafología aplicado a la selección de personal.

Antes que nada, empezaré diciendo que me parece algo absolutamente lógico la función de los peritos calígrafos que testifican en los tribunales para determinar si dos textos han sido escritos por la misma o distintas personas. Pero esto es diferente. Pretender que por hacer el punto de la i más grueso o más fino, por trazar la barra de la t más corta o más larga, vales para un determinado puesto de trabajo, me parece algo tan poco científico como si para contratar a alguien llevaran a la entrevista a la bruja Lola a echarle las cartas.

Mi letra, por ejemplo, cambió en muy pocos años, causada tan sólo por el hecho de que al llegar a la facultad tuve que empezar a tomar apuntes a toda velocidad. Asimismo, cuando tienes delante una pila de exámenes por corregir y te preocupas por hacer anotaciones en cada pregunta acerca de los errores, lo que falta o el motivo de tachar totalmente una respuesta, el tiempo apremia y no te detienes en caligrafías. ¿Significa ésto que soy una persona de cualidades, talentos o capacidades diferentes cuando corrijo un examen a cuando le escribo tranquilamente una tarjeta de cumpleaños a una amiga? ¿Que mi personalidad cambió radicalmente desde junio del 76 a octubre del mismo año, cuando en cuatro meses pasé de estar en COU a estar en 1º de carrera? Pues no, porque la grafología como medio para determinar cómo es una persona y, sobre todo, sus capacidades profesionales es un perfecto timo.

La gente se impresiona porque un “experto” de estas cosas le echa un vistazo a la firma de Picasso y luego nos dice que era un genio, que era muy creativo, y bla, bla, bla. Por supuesto que es facilísimo describir a Picasso. Yo también podría hacerlo sin todas esas zarandajas.

Me aterra que un puesto de trabajo llegue a depender no de tus conocimientos, y ni siquiera ya de cómo te presentas, cómo te expresas o ni siquiera de cómo es tu aspecto (para algunos trabajos, desengañémonos, es fundamental dar una imagen determinada). El que un factor más a considerar sea la forma de tu n o si aprietas el bolígrafo poco o mucho me parece una barbaridad que nos deja a las puertas de una situación como la que veiamos en la película Gattaca (no por lo científico, sino por lo de la selección). Lo próximo que pedirán será un análisis de ADN y el árbol genealógico de tus doce generaciones anteriores. Como en el siglo XVII tenías que demostrar que eras cristiano viejo para acceder a muchas cosas.


La barra de la “t” y otras zarandajas

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