Si bien antes de iniciado el siglo XIX ya había antecedentes como para dar ejemplos acerca de cómo Alemania y Francia se mostraban los dientes ante cualquier movimiento político y diplomático que uno de los dos hiciese, estaba claro que con la aparición del canciller de hierro y la unificación de Alemania a punto de consagrarse, las relaciones entre ambos países habían llegado a un punto culminante.
La guerra parecía inevitable y daría origen a uno de los odios entre naciones más populares y también trágicos de los últimos tiempos. Entre 1675 a 1813 Francia había invadido Alemania al menos unas catorce veces, una cifra llamativa y catastrófica. Por lo demás, nunca se llegó a saber muy bien la causa exacta que dio origen a la guerra franco-prusiana. Todo parece remitirse a los, ahora histórico, acontecimiento de los telegramas en el cual Bismarck, al parecer, engañó a su pueblo para unirlo en contra de Francia, completando así la tan deseada unidad germana. Sea como sea, Bismarck al final obtuvo lo que quiso, un gran pretexto que dio inicio con bombos y platillos a una Alemania unificada, el II Reich, y el sentimiento de identidad entre los germanos, acabando así con Francia, quizá uno de sus mortales enemigos y competidores en el mundo.
El país de la revolución se embarcó en dicha guerra, nadie pensó que se llevaría un gran chasco. El nuevo ejército prusiano era tremendamente poderoso y moderno. La treta de los telegramas (un pretexto) funcionó y todos los pequeños estados alemanes se dirigían ahora contra un enemigo en común.
El inicio de la guerra y los primeros movimientos hacia la batalla definitiva.
Desde un inicio Francia pagó muy caro estar tan mal preparada y haber subestimado a los prusianos. Luego de la derrota de los ejércitos del Rin, el mariscal Aquiles Bazaine fue derrotado en la batalla de Gravelotte y fue obligado a replegarse hacia Metz. Allí fueron sitiados por 150 mil prusianos.
Avanzados los combates, los franceses intentaron liberar Metz de asedio, pero la Batalla de Beaumont puso fin a esta tentativa pues el ejército prusiano derrotó a los franceses del mariscal MacMahon y desbarató el plan del emperador Napoleón III. El Ejército del Mosa y el III Ejército Prusiano dirigidos por el célebre mariscal de campo Helmuth con Moltke, que en total dirigió las guerras de su país no sólo contra Francia sino contra Austria y Dinamarca, iba acompañado por el mismísimo emperador Guillermo I de Prusia y el infaltable Otto von Bismarck.
Los franceses intentaron liberar Metz del asedio, para reunirse con dichas tropas y marchar hacia el sur. En su recorrido evitaron todo contacto con los prusianos, pero estos aprovechando el mal movimiento de los franceses, ordenaron a von Moltke dirigir sus fuerzas hacia las de MacMahon y Napoleón III, con el deseo de interceptarlos y acabarlos. Moltke arremetió con el Tercer ejército y el Ejército del Mosa hacia el norte, para acabar con los refuerzos franceses antes de que llegasen a su destino, en Beaufort hubo un primer encuentro, el 30 de agosto. Fue desastroso para los franceses pues perdieron 5 mil soldados y 40 cañones, por lo cual MacMahon se retira hacia Sedán.
Cerca a dicha urbe los franceses fueron aislados y su destino parecía estar marcado. Los dos ejércitos prusianos marchaban sobre ellos y marcaban la cuenta regresiva. Un soldado francés escribía a su madre: “Sedán, 31 de agosto de 1870. Mañana se librara una gran batalla. ¿Víspera de Jena o víspera de Waterloo? Tan solo Dios lo sabe. Te envía un beso tu hijo que te quiere, Paul”. Napoleón III, mientras tanto, ordenó romper el cerco y sustituyó a MacMahon por el general Auguste Ducrot.
La batalla
El 1 de septiembre de 1870 dio inicio la batalla cuando el ejército de Chalons que constaba de unos 120 mil franceses y 564 cañones de artillería, y los 250 mil prusianos con sus respectivos 774 cañones chocaron, quizá en uno de los duelos más grandes desde las épocas de Napoleón Bonaparte. Bastante inferiores, los franceses creyeron que sus tácticas de guerra usando una combinación de caballería e infantería podrían quebrar las líneas prusianas. Los alemanes fueron mucho más astutos, sin necesidad de arriesgar las tropas se dedicaron a machacar a los franceses, fue un tiempo para mermar lo más posible a estos, mientras más y más refuerzos prusianos llegaban al campo de batalla.
Se bombardeó entonces a los franceses sin clemencia causando gran mortandad entre sus filas. A pesar de su desesperado esfuerzo, retrocedieron en sus posiciones, hasta Bois de la Garenne. Allí capitularon. El XI cuerpo prusiano que había sido atacado pero que repelió con éxito el ataque francés fue otra vez atacado, esta vez por la caballería en torno al aldea de Floing ante el desesperado llamado de Ducrot, fueron tres ofensivas pero ninguna tuvo el éxito esperado, inclusive el comandante al mando, llamado Marguerite, resultó muerto, víctima de su temerario arrojo en nombre de su patria.
A causa de su deceso se hizo cargo de la caballería Galliffet, que no cambió en mucho las cosas, pero también mostró mucho heroísmo, pues acompañado de unos cuantos oficiales llegó hasta las reservas prusianas y hallándose a tiro de pistola de un batallón prusiano, este decidió no rematarlo, pues creyeron ver mucho honor en dicha escena. Se dice que los franceses exclamaron “¡Viva el emperador!” y los oficiales alemanes les respondieron con un saludo.
Mientras tanto, cada vez más y más se completaba el destino de los franceses, que hay que reconocerlo, peleaban desesperada y valientemente. Un testigo describe así la escena: “El peso de la retirada se desplaza hacia los baluartes de Sedán, que van a engullir los restos de un desgraciado ejército, formado por fragmentos de los diversos cuerpos y armas. Desde todos los puntos del horizonte se disparan granadas que destrozan a las masas enloquecidas, por el frente, los flancos y la retaguardia. Entre gritos de terror, mezclados a lamentos, una ambulancia se incendia a nuestra derecha y queda pulverizada por lo proyectiles. A nuestro alrededor los armones estallan, incrementando el número de víctimas. Por todas partes podemos ver, solos o en grupos, a los corceles sin jinete de nuestra heroica caballería, exhaustos y ensangrentados”.
Entre el mediodía y la una de la tarde el XII Cuerpo de Lebrun (francés), resistía en sus posiciones y los bávaros no pudieron pasar de Bazeilles, al sur de Sedán y a escasos kilómetros. El general De Wimpffen y los franceses decidieron un contraataque que lanzara a los prusianos hasta Carignan y luego hacia el río Mosa. Esto representaba romper las líneas imperiales al sur, una tentativa ambiciosa y hasta ilusoria. Se enviaron notas de ayuda a Douay y a Ducrot para encontrar apoyo, si bien había mayores esperanzas para los franceses, en todo caso, lo que se intentaba era proteger la retirada del Emperador quien se hallaba en Sedán. Sin embargo, cuando éste recibió la nota, rechazó la propuesta de un escape y quiso quedarse pues ya pensaba en capitular. El Cuerpo de Ducrot se había disuelto llegando a Sedán de modo desordenado, justo cuando se levantó bandera blanca y justo cuando éste recibía el nuevo plan de De Wimpffen.
En Sedán todo era un caos, los soldados llegaban por montones, malheridos, huyendo despavoridos y se escondían en iglesias o casas. Había caballos y artilleros por todas partes gritando, todos parecían haber perdido la razón. Ducrot fue donde el emperador y éste exigió una explicación acerca de por qué continuaba el fuego si se había levantado la bandera blanca. De Wimpffen quiso continuar la lucha hasta el final insistiendo en que se arríe la bandera. En un último intento desesperado éste huye hacia Sedán, no para reunirse con el emperador, sino para reunir hombres en un desesperado contraataque. En su recorrido solo alcanzó a reunir 1200 y dos cañones dirigiéndolos a Balan, a escasos metros de la ciudad al sureste. Los prusianos prácticamente los exterminaron, pues llovieron balas de todas partes. De Wimpffen retrocedió y dimitió de su cargo (general en jefe) cediéndoselo a Lebrun, quién no lo aceptó.
Luego de una acalorada discusión entre los principales líderes militares franceses, De Wimpffen acordó dirigirse al cuartel general prusiano y rendir al ejército de su país. Hacia las seis y media de la tarde, todo había acabado. De Wimpffen rindió el ejército, para la mañana siguiente ya todo estaba calmado, inclusive Napoleón III y Guillermo I se reunieron, también lo hizo el emperador con el propio Bismarck. Eso no cambió las cosas, la rendición fue incondicional.
En la batalla los franceses perdieron 124 mil soldados, otras fuentes señalan hasta 200 mil, además de 419 cañones de campaña, 139 cañones de plaza, 1072 carruajes y 6 mil caballos de servicio. Los alemanes sólo perdieron la irrisoria suma de 460 oficiales y 8500 entre muertos y heridos. Luego vino lo peor de la guerra y la humillación francesa, pues mientras los franceses resistían en Verdún, Mezieres, Toul, Estraburgo, entre otros lugares, París quedaba cercado. El bombardeo a dicha urbe se inicio el 17 de diciembre de 1870 y finalizó el 29 de enero de 1871. Ahora Berlín ocuparía el centro de la política europea en lugar de la ciudad luz.
Pero eso no era todo…además de proclamar a Guillermo como emperador de Prusia en el mismo palacio de Versalles, los franceses debían pagar 200 millones de libras y debía entregar Alsacia y Lorena oriental, además claro, de quedar supeditada a Prusia en lo político. Allí mismo estaba la semilla, aquella herida, que no se sanaría hasta la reconciliación franco-alemana casi 100 años después y que tuvo que pasar por dos guerras mundiales. De modo que, la batalla de Sedán, es una de aquellas, que mucho antes ya habían determinado un rumbo en la historia del mundo.