Revista Cultura y Ocio

La batalla de Stalingrado

Por Fehele

Aquí os dejo un nuevo texto de nuestro habitual colaborador, César Gil, sobre la batalla de Stalingrado, de la que se cumplen en estos días su 70 aniversario. Gracias César.
  Si la Unión Soviética vio amenazada alguna vez su existencia por la presión de un poder exterior, lo fue sin duda en el otoño de 1942, durante los primeros compases de la Batalla de Stalingrado, que la Alemania nazi parecía dispuesta a ganar a cualquier precio. Cuando las divisiones alemanas se abrían paso desde la Fábrica de Tractores hacia la línea de defensa de la Fábrica Barrikadi, Chuikov, el 17 de octubre de 1942 por la noche, trasladó su cuartel general una vez más. Terminó en la orilla del Volga, a la altura del Mamaev Kurgan. Un nutrido destacamento alemán irrumpió en la orilla del Volga al día siguiente, 18 de octubre, pero fue obligado a retroceder merced a un rápido contraataque. El puesto de mando de un batallón de la 305ª División de Infantería, según un oficial alemán, estaba «tan cerca del enemigo, que el jefe del regimiento podía oír al teléfono el «Urrah!» de los rusos» al avanzar. Los jefes de regimiento soviéticos que se les oponían impartían sus órdenes desde dentro del área de los combates. Uno de ellos, al ser tomado su puesto de mando por los alemanes, pidió a los Katiushas que disparasen una salva sobre las coordenadas de su posición. Las bajas se incrementaron rápidamente. 

STALINGRADO, HACE 70 AÑOS.

Tropas alemanas entre las ruinas de la ciudad


 Los gritos de «Sani! Hilfe!» de los heridos se convirtieron en parte de la escena casi tanto como las explosiones y el rebote de las balas sobre los escombros. El 62º Ejército quedó constreñido en varias cabezas de puente en la orilla occidental del Volga, de apenas unos cientos de metros de amplitud. Las calles fueron tomadas por los alemanes; las posiciones soviéticas, progresivamente arrinconadas sobre la orilla del río; la Fábrica Barrikadi, parcialmente ocupada. El último embarcadero en poder del 62º Ejército quedó expuesto al fuego de las ametralladoras alemanas, y todos los refuerzos disponibles fueron enviados a él para salvar el sector. La preocupación en ese momento era la preparación de unos buenos cuarteles de invierno: «No es una imagen atrayente ?escribía un soldado de la 113ª División de Infantería?. A lo largo y a lo ancho no hay aquí aldeas, ni bosques, ni un árbol, ni un arbusto, y ni una gota de agua.»[ Hitler emitió sus propias instrucciones para el invierno que se aproximaba: esperaba «una defensa muy activa» y un «orgulloso sentido de la victoria». 

STALINGRADO, HACE 70 AÑOS.

Los tanques debían ser protegidos del frío y de los bombardeos en búnkeres de hormigón especialmente construidos para ellos, pero los materiales necesarios para su confección nunca llegaron de Alemania, de modo que los vehículos permanecieron a la intemperie. El Cuartel General del 6º Ejército también trazó elaborados planes para el invierno. Incluso se ordenó proyectar en las unidades una película finlandesa de contenido práctico, titulada Cómo construir una sauna en el campo, pero ninguno de estos preparativos era muy convincente. La moral, según un sargento mayor de la 371ª División de Infantería, «sube o baja en función de la cantidad de correo que llega». 
Casi todo el mundo parecía atacado por una acusada nostalgia del hogar: «Aquí uno está obligado a convertirse en una persona completamente diferente de uno mismo (escribía un suboficial veterano de la 60ª División de Infantería Motorizada) y no resulta nada fácil. Es exactamente como si estuviéramos viviendo en un mundo irreal. Cuando llega el correo, todo el mundo sale de sus "casitas", y se desata la impaciencia. Lo único que cabe hacer de momento es disculpar a los hombres: me limito a mirarlos con una sonrisa indulgente.» Mientras el 64º Ejército soviético lanzaba un ataque tras otro en la ciudad de Stalingrado, el 57º Ejército tomó una colina en campo abierto que dominaba los sectores guarnecidos por la 2ª y la 20ª Divisiones de Infantería rumanas. 

STALINGRADO, HACE 70 AÑOS.

Infantería alemana a punto de realizar un ataque.


En Stalingrado, la gran ofensiva alemana lanzada para completar la conquista de la orilla occidental del Volga había perdido todo su impulso a finales de octubre debido al desgaste de las tropas y la escasez de municiones. El último ataque de la 79ª División de Infantería contra la Planta Octubre Rojo se vino abajo el 1 de noviembre bajo el intenso fuego artillero que los soviéticos hacían desde la orilla oriental del Volga: «El efecto del fuego masivo de la artillería enemiga ha debilitado de manera decisiva la fuerza atacante de la División», advirtió el Cuartel General del 6º Ejército. 
Los soldados alemanes tuvieron que admitir que «los perros luchan como leones». Las divisiones soviéticas empeñadas en el combate ya habían quedado reducidas a unos pocos centenares de hombres cada una, pero resistían desesperadamente: «nos sentíamos a la vez en casa y en la oscuridad», escribía Chuikov en aquellos días. «Padre (escribía un cabo alemán a su familia), usted siempre me decía: "Sé leal a nuestra bandera y triunfarás". Nunca olvidaré estas palabras, porque ha llegado el tiempo de que todo hombre sensato en Alemania maldiga la locura de esta guerra. Es imposible describir lo que está pasando aquí. Toda persona en Stalingrado que aún conserva la cabeza y los brazos, hombres y mujeres, continúa combatiéndonos.»

STALINGRADO, HACE 70 AÑOS.

La infantería rusa luchó por cada palmo de terreno, casa a casa.


 Un soldado alemán comentaba con humor negro en otra carta: «No os preocupéis, y no os apenéis, porque cuanto antes esté bajo tierra, menos sufriré. Con frecuencia pensamos que Rusia debería capitular, pero este pueblo ignorante es demasiado estúpido como para darse cuenta de ello.» Otro Landser contemplaba las ruinas a su alrededor: «Aquí hay una frase del Evangelio que me viene muchas veces a la mente: "no dejaré piedra sobre piedra"; aquí estoy viendo esa frase hecha realidad». 

STALINGRADO, HACE 70 AÑOS.

Prisioneros de guerra alemanes tras la derrota. Al fondo, el Silo de grano de la ciudad.


Por César Gil.


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