Revista Cultura y Ocio

La batalla decisiva por tomar Persia : Gaugamela

Por Joaquintoledo

Escrito porJoaquín Toledo, especialista en historia del mundo, historia antigua y  con amplia experiencia en investigaciones sobre conflictos bélicos.

Muy conocido es Alejandro Magno, aquel caudillo que combinó juventud, astucia, un toque de rebeldía y sabiduría para combatir  al tradicional enemigo de su natal Macedonia y el resto de Grecia: el Imperio Persa. Al morir su padre Filipo II   Alejandro se lanzó a una conquista que lo haría inmortal. Poco le importó que todos lo subestimaran y lo tildaran de fanfarrón y soñador.

Ya contaba con experiencia antes de lanzarse a la conquista del mundo conocido, pues había sofocado algunas rebeliones como las de Tebas y Atenas. Era el 334 a.n.e. cuando Alejandro se lanzó con casi 30 mil soldados y 5 mil jinetes, compañeros con los que conocería y compartiría la gloria para todas las generaciones venideras.

Inició con el pie derecho y luego de derrotar a los mal preparados persas en la batalla de Gránico y en la de Issos el joven macedonio había conquistado Siria. Eso era sólo un preludio pues Alejandro, conocedor de la superioridad de los persas en el mar intentó aprovechar su suerte como la muerte de Memnón, gran general persa en el 333 a.n.e.  y la dispersión de la flota, para así poder aislarla.

Así, se decidió por tomar  las ciudades de los odiados fenicios, típico pueblo de navegantes y comerciantes, quizá los mejores del Mediterráneo y sin duda alguna del Mundo Antiguo. Sidón, Biblos y Tiro, todas cayeron, aniquilando para siempre en el Medio Oriente lo que quedaba de esta gran cultura. La cuestión era muy sencilla, habían pasado años  y los planes de Darío III, rey de reyes, es decir, el soberano persa  no daban resultados esperados para acabar con el enemigo invasor. Habían pasado años y Alejandro fue recibido apoteósicamente en Egipto donde fue considerado un nuevo faraón e hijo de Amón. El macedonio, fiel a su estilo y egocentrismo fundó la ciudad de Alejandría que aún existe a pesar de sus múltiples invasiones, terremotos, inundaciones y guerras. Quizá sea el mayor legado en pie, aunque sea meramente nominal  de Alejandro Magno. Los egipcios, por supuesto, le dieron esa cálida bienvenida, hartos del despotismo persa.

Luego de un tiempo de celebraciones y descanso, hacia el 331 a.n.e., Alejandro y sus ejércitos abandonan Egipto y regresan a Tiro donde los esperaba ya una nutrida flota griega, que nadie se habría imaginado unos años antes. Era obvio que los persas también habían tenido tiempo para reagruparse y prepararse para una batalla a gran escala  que esperaban sea la definitiva. Darío III estaría presente en ella. Alejandro se dirigía a Antioquía y llega al río Eufrátes y a la altura de Tapsaco funda la ciudad de Niceforio que en realidad solo sería como un punto de abastecimiento para las tropas   lo que generaría evitar la fatiga a toda costa pues los occidentales corrían el riesgo de ser aislados y aniquilados. Sin embargo, Darío no era un hombre con grandes dotes militares, es más, Alejandro ya se había enterado de su posición. Estaba en Arbelas, el macedonio y su invicto ejército cruzaron el Tigris y se dirigieron al norte bordeando el río. Darío también estuvo atento y dirigió su ejército hacia a Gaugamela.

Un lugar, un destino
El destino de Alejandro Magno de continuar o no en su gloria, se definió en Gaugamela a unos 27 km al noroeste de Mosul y unos 52 de Arbela. Darío eligió ese lugar por la sencilla razón de que era una llanura amplia, en la que  su caballería y sus numerosas tropas representarían una amenaza constante para Alejandro, muy inferior en número. Pero  para nadie es un secreto la verdad de que los números no ganan batallas  y Gaugamela es el mejor ejemplo de que la táctica militar, mientras más novedosa y efectiva sea, es la que llega a imponerse. A eso hay que agregarle el genio militar del joven Alejandro. Él mismo consultó, planeó y decidió  muchas veces ignorando a sus generales más experimentados. Aceptó sin amilanarse el lugar de batalla que le había propuesto Darío III. Y allí radica el significado de su grandeza, legado y su título de “Magno”. Era el 1 de octubre de 331 a.n.e.   y se enfrentarían aproximadamente unos 50 mil griegos, entre infantería y caballería, contra cerca de 200 mil persas armados, con equipos, caballería y la ventaja de pelear en un amplio espacio y en su propio territorio.

Gaugamela

Respecto a las cifras, podemos decir que son meramente referenciales pues varían de una fuente a otra  y es necesario  ser muy precavido a la hora de establecer conclusiones. También está claro que la mayoría de fuentes, por no decir todas, son greco-romanas, por lo que ponen las cifras de los soldados persas en cinco y hasta en seis ceros. La noche previa, 30 de septiembre, los greco macedonios acamparon cerca, mientras Alejandro y los grandes generales planeaban la batalla que estallaría al día siguiente a escasos metros de allí. Darío mantuvo a sus soldados despiertos  pues temían un ataque nocturno, lo que hizo que estos llegaran algo cansados a la mañana siguiente.  Al día siguiente, 1 de octubre de 331 a.n.e., los persas se alinearon del siguiente modo: en medio iría Darío III con sus mejores tropas, protegidos por 15 elefantes y unos 50 carros. En el ala izquierda estaba al mando Bessos con tropas de diferentes nacionalidades; en el ala derecha Maceo, también con tropas de otras naciones como sirios, hircarnias, partos, mesopotámicas, etc.
Ahora bien, en cuanto a los ejércitos de Alejandro, unos 7 mil eran jinetes y alrededor de 40 mil infantes. La caballería principal eran los Hetairoi, compuesta por nobles macedonios  que siempre iban cerca del caudillo. La infantería era donde reposaba la esencia de la victoria. En primer plano estaba la falange que cubría sus brechas con los hipaspistas  y luego seguía la infantería ordinaria pero que no debía ser subestimada. Todos debían colaborar para mantener a la falange incólume, sólo así podría asegurarse la victoria. En el ala derecha, Alejandro mandaba junto con su caballería noble acompañándolo. El resto cubriría a los arqueros y a las demás tropas en el ataque final. En el flanco izquierdo dirigía Parmenio, con jinetes y algunos mercenarios. El ejército de Alejandro, mucho más organizado gracias a la efectividad de la falange asemejaba a un enorme rectángulo humano listo para repeler cualquier ataque desde cualquier dirección.


El inicio del combate final

Ante total sorpresa de Darío, Alejandro y su caballería de élite se mueven hacia el ala izquierda de los persas. No avanzó directamente hacia las filas de Darío, en busca de este  muy bien resguardado   que habría significado una muerte segura. El rey persa ordenó que se destruya la tentativa de Alejandro para evitar distraer a sus tropas. Mientras eso sucedía las trompetas ya habían sonado y la tierra empezó a temblar en aquel terreno de Gaugamela a causa del movimiento de miles y miles de soldados. Alejandro, mientras tanto,  consiguió desbaratar a las tropas que lo perseguían en la zona lateral; y ya para ese momento, Darío había lanzado sus carros contra la falange, pero los occidentales abrieron sus filas dejándolos pasar para luego pasarles cuchillo hasta el último hombre. Darío envió, quizá cometiendo un gran error, a la caballería persa del sector central para detener a Alejandro y sus avances en la batalla, pero esto sólo generó que se abriera un punto vulnerable para él. Era lo que Alejandro había querido. El caudillo macedonio dejo su posición lateral y con todos sus jinetes disponibles se dirigió hacia la brecha dejada por Darío, quién al verse tan cerca de el temerario joven abandonó el campo de batalla, generando la confusión y la desmoralización de sus tropas, muchas aún sin combatir. Poco a poco los persas se irían dispersando.

Gracias al plan de Alejandro se había conseguido atrapar a la familia de Darío  quien no hizo mejor que abandonarlos a su suerte, hecho del cual luego se arrepentiría. Sin embargo,  los persas que aún quedaban en el campo decidieron romper las líneas macedonias con el fin de rescatar a la familia real; su ataque no prosperó, pues la falange con sus enormes lanzas, consiguieron acabar con cualquier ataque envolvente del ala izquierda persa. Mientras, en el otro extremo, el derecho, la caballería persa sí consiguió envolver al lateral izquierdo del ejército de Alejandro. Justo en esos momentos el caudillo se debatía entre seguir a Darío o continuar batallando, aunque finalmente sabemos que Alejandro desistió de su idea tras recibir el mensaje de Parmenio. La pelea continuó algún tiempo más y la persecución se prolongó hasta el anochecer.

Como balance final podemos hablar de una decisiva y contundente victoria macedónica, la huida de Darío y el cercano fin de los persas. Según estimaciones modernas se perdieron entre 500 a 1000 vidas greco-macedónicas, frente a 40 mil persas, lo cual no deja de ser exagerado, sin embargo,  conocer la cifra exacta siempre será algo imposible de averiguar. De ahí en más Alejandro Magno, no se detendría hasta tomar el inmenso imperio persa, y establecer su voluntad desde Egipto hasta la India.


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