Revista Cultura y Ocio

La belleza, ah la belleza otra vez

Por Calvodemora
La belleza, ah la belleza otra vez
La belleza, ah la belleza otra vez


Humbert Humbert siempre me pareció un pobre hombre. Nunca le tuve como uno de esos personajes a los que se les procura afecto y de los que uno extrae enseñanzas nobles y maneras con las que ir sorteando los avatares de la existencia. Me pareció ya desde las primeras páginas de Nabokov, o en las escenas que abren la Lolita de Kubrick, un hombre desgraciado o un desgraciado que comete la vileza de encariñarse de un nínfula, a decir suyo, de una niña metamorfoseada en su cabeza en un objeto idílico. Humbert Humbert es también un miserable. La belleza con la que aspira a ser juzgado, ese ideal de belleza clásico, imposible de racionalizar, se empecina a veces en malograr la vida de quien la siente y de algunos que le rodean. Es la idea antigua de que la belleza, en el fondo, es un elemento hostil y causa dolor y acarrea llanto. Y será convulsa, o no será, como dejó escrito Breton. Es también la idea - no necesariamente antigua esta vez - de que la belleza es una adicción al modo en que lo son ciertos elementos químicos y actúa como lo hacen ellos y precisa desintoxicación en la medida en que se precisa con ellos igualmente. 

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