Revista Cultura y Ocio

La bendita fiesta de los sentidos

Por Calvodemora

De las cosas evangélicas me atrae la fastuosa inverosimilitud con la que se forjan. Sostengo, como el buen Borges, que los textos sagrados son en realidad una rama (la más distinguida tal vez) de la literatura fantástica. Deseo lo que algunos de mis alumnos más aventajados: historias. Es en la historia, en el su relato moroso o acelerado, en su cuerpo engañoso y frágil y voluble en donde está el interés. Fuera de las historias, más allá de su periferia, no hay nada. No se conforman con aprender los verbos irregulares. Prefieren que aliñes la instrucción con narraciones extraordinarias. Somos lo que escuchamos. Incluso somos lo que no escuchamos, y sabemos que nos aguarda. De todo lo visible y lo invisible, me quedo con todo lo que me haga ser feliz, acuda de donde acuda, sea lo que sea. No soy particularmente delicado en la forma en que me alimento. Aprecio las viandas exquisitas, paladeo los sabores más delicados, me deshago en alegrías cuando advierto que tengo a mano el placer y que no hay forma de que se desvanezca. Nada que no sienta otro con idéntica o mayor enjundia que la mía. Nada a lo que no sepa renunciar cuando las cosas vengan en contra. Vendrán. Hay quien se obstina en arruinarte toda esta bendita fiesta de los sentidos. Quien, al menor descuido que ofrezcamos, nos convida al miedo.

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