Revista Historia

La bochornosa historia de Pizarro, el elefante matador de toros

Por Ireneu @ireneuc

Una de las mayores plagas del verano, a parte de los incendios, las medusas y los turistas con el palo selfie, es el abandono de todo tipo de mascotas. Y es que, este país no es que haya destacado nunca por el amor y el respeto demostrado para con los animales y, no en vano, las corridas de toros son consideradas la "fiesta nacional". Pero claro... una cosa es que se utilicen toros para el divertimento del populacho, y otra es que todo lo que se menea y que sea más grande que un gato haya sido susceptible de ser lanzado al centro de un coso cual cristiano en el circo romano, tal y como ha pasado repetidamente en las plazas de toros hasta hace relativamente poco tiempo ( ver Un tigre, un toro y el infinito disparate humano). Enmarcado en este tipo de despropósitos -afortunadamente pasados a mejor vida- en el siglo XIX hubo un elefante que se hizo famoso por dedicarse a la lucha contra los toros: Pizarro.

Pizarro, también conocido como Pizarrín, era un elefante indio hembra procedente de Ceilán (actual Sri Lanka) que llegó a Madrid en 1863 de la mano del empresario estadounidense Edward Miller para enfrentarse a los toros en un espectáculo que, a modo de entremés, se ofrecía al público antes de la corrida tradicional.

El espectáculo de este elefante, el cual ya venía de hacer giras por América y Francia, consistía en ser atado por una pata a un poste clavado en el medio del albero y, acto seguido, se hacía salir un toro bravo a la plaza para que se pelearan entre ellos. Obvia decir que el morbo y las ganas de sangre atraía un numeroso público que llenaban los tendidos hasta la bandera.

Una vez en la plaza ambas fieras, los animales (con más tino que los seres humanos) la mayoría de las veces lo único que hacían era esquivarse el uno al otro. El toro, que en su vida había visto un bicho semejante, no osaba ni acercarse por miedo. Pizarrín, por su parte, bregado como estaba en estas lides, tampoco tenía muchas ganas de luchar contra un animal que lo eludía. De esta forma, el espectáculo deslucía mucho, por lo que era preciso el trabajo de los mozos para que se encontraran y avivasen un poco el show. Así las cosas, el toro acababa por embestir a la elefanta y esta, a su vez, se liaba a trompazos y colmillazos con el morlaco, acabando con él por simple superioridad de tonelaje.

Este espectáculo digno de un frenopático, se repitió con mucho éxito por los pueblos de España durante aquellos años, llegando a ser famoso porque, llegando al culmen del morbo, en 1865, se le hizo luchar ni más, ni menos, que contra 5 toros en la Plaza de Toros de Alcalá. No obstante, todo tiene un límite, y un día, entre 1870 y 1871, en Valladolid, en un mal embiste, Pizarro perdió un colmillo. Ello significó el fin del espectáculo y de la vida "útil" de la elefanta.

Tras esta jubilación forzada, el ayuntamiento de Madrid decidió comprar el malogrado proboscídeo y, a modo de retiro ilustre, lo cedió al Parque Zoológico de la capital, el cual se encontraba en aquel momento en una esquina del Parque del Retiro. No obstante, los zoos de entonces no eran como los de ahora, y los bichos tenían unas jaulas que eran poco más grandes que lo que ellos mismos ocupaban, lo que convertía sus vidas en auténticos tormentos. Y Pizarrín no fue la excepción.

Un día que la elefanta se conoce que se había quedado con hambre, decidió ir a buscarse el sustento por sí misma, por lo que, ni corta ni perezosa, se escapó de su recinto. Así las cosas, saliéndose del parque del Retiro, empezó a vagar por las calles de Madrid destrozando lo que iba encontrando, yendo a parar a una tahona (una panadería, vaya), donde parece que comió hasta saciarse. El animal, pacífico como era, finalmente fue devuelto a su espacio sin mayor inconveniente.

Tras esta "aventurilla", la vida de Pizarro se convirtió en una prisión anodina y monótona, lo que provocó un lento declive del animal hasta acabar con su muerte en 1873 con una edad estimada de 58 años.

Se cuenta que, a fin de disecarlo, el cuerpo del paquidermo fue metido en uno de los estanques del parque para que se macerara y pudiera quitar la carne de los huesos con facilidad (sobre olores y asquerosidades varias del agua, mejor no preguntar). No obstante, el cuerpo nunca se disecó y los huesos , según la prensa de la época, fueron enterrados en un lugar indeterminado del interior del Parque del Retiro.

En definitiva, un triste final para un animal que tuvo que pasearse medio mundo matando toros a trompazos para saciar la enfermiza sed de sangre ajena del ser humano. Hoy, que sabemos que los elefantes se encuentran entre los seres más inteligentes y más sensibles del planeta ( ver Topsy, el elefante condenado a la silla eléctrica) haríamos bien en pensar en lo que tuvo que padecer Pizarro en sus morbosos espectáculos para, poniéndonos en su piel, acabar con todos aquellos espectáculos que, por simple codicia humana esclavizan y ultrajan la dignidad de los animales.

Sin duda, el día en que seamos capaces de respetar a los animales seremos capaces de respetarnos a nosotros mismos.


Volver a la Portada de Logo Paperblog