Revista Cultura y Ocio

La búsqueda del equilibrio en nuestra escritura

Publicado el 23 octubre 2015 por Escrilia @escrilia

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escribir, escribir una novela, Hemingway, información, literatura, textos

equilibrio
Rectificar, realizar ciertos ajustes sobre la marcha es una cosa que nos parece muy natural cuando contamos una historia en vivo, cuando hablamos. Sabemos si lo que estamos diciendo se entiende por la simple reacción del oyente y, si llegamos a equivocarnos, éste siempre puede interrumpir y hacer preguntas o pedir más datos.

Cuando escribimos ficción es muy difícil saber exactamente cuánta información quiere o necesita nuestro lector. Y aunque lo sepamos, resultará imposible dar la información justa porque cada persona tendrá distintos requerimientos. Simplemente no se puede obtener un balance perfecto entre acción, diálogo e información porque no hay manera de contentar a todos.

Pero esto no significa que no podamos equivocarnos. Quizás no se pueda agradar a todos los lectores todo el tiempo, pero sí que se puede molestar a todos.

Usted puede tratar a su lector como alguien que no sabe nada acerca del mundo en el que transcurre su novela y empezar de cero, explicando cada detalle. Sobre todo con novelas de ciencia ficción y fantasía, donde cada mundo es diferente. Esto funciona bastante bien en cierto tipo de historias, quizás introduciendo un personaje recién llegado al que haya que explicarle el funcionamiento de las cosas. Pero para el lector habitual, sobre todo seguidores del género o de la saga, es aburrido.

Como en muchos aspectos de la escritura, decidir qué técnica de acercamiento vamos a utilizar es sólo el primer paso, además hay que hacerlo de un modo interesante y entretenido.

El método correcto mal ejecutado no es mejor que una técnica equivocada.

Hemingway desarrolló su Teoría del Iceberg sobre la idea de sacar el mejor provecho posible a la menor cantidad de texto.

“Si uno omite cosas o acontecimientos importantes que uno conoce bien, la historia se fortalece. Si se deja u omite algo porque uno no lo sabe, la historia no tendrá ningún valor. La prueba para cualquier historia es la calidad de las cosas que usted omite, no sus editores.” Dice en su ensayo The Art of the Short Story.

Por otro lado, esta reducción de la prosa hasta el extremo, también practicada por Kipling y toda una generación de escritores posteriores, tiene acérrimos detractores (como John Irving) que siguen el estilo de escritores como Herman Melville y Nathaniel Hawthorne.

Dejando la intención de estilo de lado, es posible que el lector termine abandonando la historia si ésta comienza a darle excesiva información, lo que la hace aburrida, o muy pocos datos, lo que la vuelve confusa. El secreto de reducir la prosa se basa en saber qué cosas sustraer sin perder la esencia del relato… y saber cuándo parar.

Cuando la información que damos pasa a ser demasiada, caemos en estos errores:

Divagar
Usted empieza a describir algo en principio interesante, no importa si es un objeto, un paisaje o una filosofía de vida… y comienza a irse por las ramas. No puede parar. Seguramente ha leído largos párrafos discursivos en los que el escritor intenta sonar poético o lírico, cuando no directamente enciclopédico.

Principalmente se debe a la falta de una corrección responsable, porque estos errores suelen saltar a la vista en la edición. Un buen lector beta diría: ¿realmente hacían falta tres páginas para describir el extraño e hipnótico fulgor de la luz del alba sobre la superficie del lago?

Redundancia
En el mundo real es necesario repetir las cosas. Usted le cuenta a su pareja una anécdota que le ha ocurrido camino al trabajo, luego a sus colegas, luego a sus padres, en una cena con amigos, en el bar, etc…

Para el lector, encontrarse con la misma información en varios contextos es una repetición de lo mismo una y otra vez. Eso sin aclarar que usted nunca debería repetirse en una misma página. Los lectores necesitan un recordatorio ocasionalmente o quizás un plan es bastante complicado como para tener que aclararlo, pero hay formas de hacer que cada versión sea única.

Según sea el que está escuchando, la versión de la historia podría diferir en algunos detalles. Cuando la información se repite son las partes que cambian las que atraen la atención.

Irrelevancia
Ir un poco más allá, dando información suplementaria que ayude a completar el panorama puede ser interesante, hasta divertido. Pero la mayoría de las veces hace lenta la lectura, detiene la acción, y es en definitiva por cosas que al lector quizás no le parezcan tan entretenidas como el escritor piensa.

Si la historia funciona y adquiere cierto ritmo, el lector estará deseando avanzar en la trama. Cuando aquí usted sucumbe a su vena a lo Bret Easton Ellis, enumerando marcas de agua mineral o recordando la historia del grupo Huey Lewis an the News, el lector pierde el hilo de la acción y se enfría.

Si usted puede hacerlo bien y el ritmo y la estructura de su novela están diseñados para incluir éste tipo de divergencias quizás funcione. Pero deberá ser conciso y ayudaría que fuese divertido. Si no es intencionado mejor evitarlo.

Por el otro lado, dar muy poca información nos lleva a:

Asumir que ya se sabe
Repasando el segundo o tercer borrador, el escritor ya conoce todo lo que hay que saber sobre el mundo que ha creado y los personajes que habitan en él. Este conocimiento hace que ciertas cosas parezcan obvias cuando en realidad son necesarias.

El conocimiento personal puede hacer sonar lógicos argumentos que no están tan claros para el lector. Las motivaciones de nuestros personajes y la razón por la cual hacen ciertas cosas pueden estar en la cabeza del escritor, pero no en el texto. La información que estaba en el primer borrador pudo haber sido eliminada, pero el conocimiento hace que el escritor piense que sigue allí.

Esto es fácil de corregir, porque la primera persona que lea la historia no entenderá qué pasa.

Vaguedad intencional
Por intentar que ciertas cosas parezcan misteriosas e intrigantes, el escritor se ve tentado a ofrecer poca información sobre ellas.

Retener datos es un recurso válido y efectivo para enganchar al lector, pero hay un número limitado de veces que se puede generar una pregunta hasta que el lector empiece a necesitar alguna respuesta.

No es malo generar intriga creando la necesidad de averiguar ciertas cosas, es una parte esencial de muchas historias, pero no se puede seguir forzando el misterio sin un desarrollo. Hace ver estúpido al personaje que busca esa información retaceada y el lector comienza a pensar que está perdiendo el tiempo.

Nimiedad
Un personaje sale a hacer algo que no tiene nada que ver con la historia, usted sólo necesita que se vaya por un tiempo. No importa qué hace, no está relacionado con la historia, entonces ¿para qué perder el tiempo narrándolo?

El lector debe leer todo lo que aparece en la novela, en orden, y no puede discernir a priori qué parte es relevante para el argumento y qué parte no. Como el lector no lo sabe, piensa que todo lo que lee es importante. Encontrar acciones sin más sentido que el relleno de páginas, más que una distracción, suele ser una frustración.

Si es tan importante como para mencionarlo, debe ser relevante. Si no vale la pena detallar ciertas acciones porque no son importantes para la historia que estamos contando, no valdrá la pena ni siquiera mencionarlo.

Llegados a este punto, pienso que es mejor tener mucha información a tener poca. No es lo óptimo, pero si nos pasamos un poco con los datos el lector siempre sabrá lo que está sucediendo, aunque alguno que otro termine saltándose párrafos. Si damos muy poca información, una vez que el lector se sienta perdido o confundido, dejará el libro pensando: Si, quizás todo tenga sentido al final, pero ¿quién quiere lidiar con otras doscientas páginas para averiguarlo?


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