Revista Libros

La carne

Publicado el 26 septiembre 2016 por Icíar

Escritora: Rosa Montero

El balance que hago de esta novela es muy positivo. Me ha gustado mucho, e incluso me he divertido.
Cuenta con elementos que hace de esta lectura una experiencia algo adictiva, de hecho, yo la terminé a las 4 de la madrugada. Y es que su trama despierta la curiosidad, sobre todo si eres del género femenino y te encuentras cercana a los 60 años, como la protagonista, una mujer de 60 años que tiene affaires con hombres de 30 ó 40 años. Tiene también un trasfondo psicológico que se presta a la reflexión con temas como la vejez y la muerte, entre otros; y también resulta de lo más interesante el recurso que utiliza la autora para introducirmos a unos pocos personajes históricos que son analizados a lo Rosa Montero, algo que para los que nos gustan sus artículos, es una auténtica delicia. Y además, cuenta con un final absolutamente redondo (me sonrío sólo de recordarlo).

El foco central de la novela pudiera ser la necesidad del ser humano de dar y recibir amor, unido al momento determinante del pasado de una persona que constituye su cuerda floja, la cuerda con la que como un funambulista te acompañas en el recorrido de tu propia existencia:
"Ese cráter en la existencia de una persona, ese agujero mismo en el que hierve la lava de su existencia, ese instante por el que, en definitiva, sus días se definen, y que hace que haga lo que haga, siempre vaya a llevar consigo".

Sin embargo, hay algo en la novela que me cuesta creerme ese foco, y esto es porque las ideas satélites que lo alimentan o se desprenden de él me parecen un poco clichés o contradictorios. Esto es tan así, que gustándome la novela, no sabía bien qué enfoque darle a esta noreseña.
Por eso de forma más personal que nunca, voy a enfocarla con lo que me parece su mejor contribución: la feminista.

Hay una pregunta que siempre nos hacemos mis amigas las blogueras y yo, y para la que aún no tenemos respuesta, y es: ¿el deseo de la mujer está contenido en el del hombre? es decir, ¿necesita la mujer para que su deseo despierte, -además de desear lógicamente-, ser deseada? ¿es esto verdad o es esto mentira? Y si fuese verdad ¿es esto cultural o es biológico?

De la respuesta a esa pregunta, se podrían igual hacer algunas teorías del por qué de la posición social de la mujer que no termina de despegar, por eso a veces nos divertimos especulando sobre la pregunta, porque si esto fuese, - en el caso de que fuese-, algo cultural, es decir una realidad imaginada, tal y como lo explicaría Hariri, entonces habría futuro para la mujer, y nos bastaría contar con más Rosasmonteros que nos describieran ese lenguaje interior de la mujer que desea y toma lo deseado, sin casi apenas preguntarse por el deseo del otro.
Así que, ¡qué mejor que irse al pensamiento íntimo que describa el deseo que despierta en la mujer mayor, la belleza del hombre joven, y que además lo toma!. No hay, que yo sepa, mucha literatura en la que se profundice en un deseo así, sin adjetivos clínicos y sin complejos.

Y esta es la contribución con la que me quedo, una novela que muestra un lenguaje coherente interior en la que la mujer que vive un deseo puramente carnal, no puede evitar que al final la imagen del hombre quede cosificado.

Una vez leída la novela, parece que la respuesta a esa pregunta sería que es más cultural que biológica.


NOTAS PERSONALES

  1. Siendo un poco mala con las contradicciones, y siempre diciendo que esto es súper personal, algunos ejemplos :

    1. No encuentro ninguna relación entre la adicción a la pasión, con el haber tenido una infancia desgraciada y desprotegida. Para mí esto es un súper cliché. Estar enamorada del amor, como una forma de escapar de una percepción de la realidad que te resulta tediosa, o espantosa, no tiene por qué significar que esa visión la aprendiste en la infancia. Esto pasa por igual entre personas con infancias muy felices. En realidad, creo que la necesidad de esta ilusión tiene más que ver más con el ego, el narcisismo, o incluso el vampirismo, que con la niñez. Además, no puedo evitar, cuando se trata de querer justificarlo todo con el mantra de la infancia desgraciada, siempre me viene a la mente la misma frase de Sartre: "Somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros".
    2. Tampoco me cuadra el personaje de Soledad, en el rasgo de que huye de los encuentros sociales de conversación banal, superficial, y falsa, y buscar justo eso en los encuentros más íntimos.
    3. Se dice de Soledad, sobre su enganche con el gigoló: "lo que la había dejado impactada era la pasión del chico. La emocionante sensación de que Adam (el gigoló) se había entregado a ella. El entendimiento. Eso era lo que había estallado entre ellos. Ése era el anzuelo que la había dejado enganchada, porque en realidad, ella quería más, ella quería mucho más, quería cariño y cotidianidad y compañía y pareja". Para mí esto es muy de los personajes del romanticismo, que adornaban con sentimientos exaltados lo que no era más que la respuesta a un deseo sexual no satisfecho, o el miedo a perderlo. Muy occidental, algo que Occidente no termina de superar. Mientras leía pensaba, ¿acaso hay deseo por ese entendimiento o hay más bien entendimiento por ese deseo?. ¡Pero qué mala que soy!. (Léase para compensar esto, por ejemplo, la novela japonesa "El cielo es azul, la tierra blanca", de Hiromi Kawakami, que tiene otro tipo de descripción del amor con menos contradicciones).
  2. En el lenguaje de ella, el deseo queda expresado con libertad, y casi sin condicionamientos, pero ese 'casi' tiene su importancia, porque es un 'casi' que muestra que sigue sin ser del todo libre de la opinión del otro. Y eso le sucedía una y otra vez cada vez que tenía que arreglarse para él.

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