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La carne de membrillo

Publicado el 31 enero 2012 por Francisco Francisco Acedo Fdez Pereira @Francisacedo
Lo cierto es que soy cacereño porque Mamá se empeñó. Lo normal hubiera sido haber nacido en Badajoz, donde mis Padres vivían desde que se casaron, pero a Mamá se le metió entre ceja y ceja que yo tenía que nacer aquí y menuda es ella. Así que a Cáceres que se vino.
Tardé casi dos días en nacer, porque la prisa no ha sido nunca una de mis características más marcadas. Fue en la Clínica de Santa Ana, era martes, a las seis de la tarde (con lo que resulta que soy escorpio ascendente tauro), llovía y Papá se estaba comiendo un bocadillo de Jamón en la Marina, desesperado por mi tardanza. Usaron ventosa para sacarme y si a la deformación de la cabeza le unimos que tenía la frente llena de pelo, nadie me sacaba parecido en la familia. Bien empezó la cosa. Al único que le parecía guapo era a Abuelo Manolo, a quien además cogieron metiéndome una loncha de jamón en la boca mientras todavía estaba en la clínica. La clínica, que hoy es un bloque de edificios con multicines incluidos, todo cambia, pero mi gusto por el jamón se ha visto inalterado.
Lo que sí se alteró fue la costumbre familiar de poner el nombre del santo del día, cosa que agradecí porque si llegan a llamarme Francisco de Asís Margarito de Escocia me muero directamente. Me bautizaron el día del cumpleaños de Tía María Cruz, me presentaron a la Santísima Virgen de la Montaña y me llevaron a Badajoz, anunciándose todo ello en la correspondiente sección de ecos de sociedad con ese tono cursi y rimbombante de la época.
Mamá vivía en Badajoz desde que empezó la carrera. Ella quería estudiar arquitectura, algo normal teniendo en cuenta que su familia materna estaba vinculada a la construcción desde generaciones, pero los Abuelos lo encontraron poco femenino, esas cosas de entonces, así que se puso a estudiar perito mercantil y Papá lo mismo. Pero la pasión de Mamá por la arquitectura la ha proyectado en su afición por obras y reformas y en alguna que otra cuestión inmobiliaria. A lo que iba, Mamá se hizo cargo mientras estudiaba de los negocios familiares en Badajoz y en lo que Papá hacía la mili, se puso con el profesorado mercantil. Recién llegado de la mili se casaron y al año y medio nací yo, para tormento de este mundo.
Los tres primeros años de mi vida transcurrieron en Badajoz, aunque un incidente fronterizo casi hace que me viese envuelto en un conflicto internacional. En aquella época aún existían aduanas y pasar la frontera era una verdadera castaña. Pues hete aquí que sin tener ni un mes me llevaron a Portugal, tierra, junto a Italia, de mi familia materna, y a nadie se le ocurrió inscribirme en el pasaporte de nadie. Parece ser que no hubo problema alguno al pasar hacia allá, pero al volver a España el guardinha dijo que yo no aparecía por ninguna parte y que era un niño robado. Mamá lloraba como una Magdalena y Papá ponía conferencias, que era como entonces se llamaba a hablar por teléfono. Al final se presentaron en la aduana el cónsul portugués en Badajoz y el español en Elvas para deshacer el entuerto y todo resuelto. Otro anticipo de lo que sería mi futuro en cuestiones de pasaportes, nacionalidades y ciudadanías.
Pues aunque, como dije, mis primeros años pasaron junto al Guadiana no recuerdo absolutamente nada de lo que sería normal. No me acuerdo de la casa, de la calle, del despacho... Conste que Badajoz me encanta y que he ido muchísimo, incluso en ocasiones me he paseado por la Avenida de Colón, donde vivíamos, he ido hasta la Iglesia de San José, me he paseado Santo Domingo, Menacho, San Atón, es decir, los sitios donde transcurrió mi primera infancia. Y nada, que no recuerdo nada.
Mi primer recuerdo es absurdo. Parece, como si estuviera allí ahora mismo, que estoy viendo el supermercado donde Vale, la chica que estaba en casa, hacía la compra. Me veo sentado en la silla y, desde abajo, fijo los ojos en la vitrina llena de fiambres, embutidos y quesos y mi mirada se detiene en la carne de membrillo, brillante, magenta, llamativa... La memoria es tan nítida que puedo incluso sentir los olores de la charcutería mientras escribo, porque hay que decir que mi memoria olfativa ha sido siempre estupenda, y que a pesar de fumar como un turco desde los quince años no he perdido este sentido en absoluto.
Pues éste es mi primer recuerdo y me pregunto si no hay nada más apasionante en mis primeros años para recordar una porción de carne membrillo (que, por otra parte, no me apasiona) en una vitrina de charcutería. La única conclusión a la que llego (bastante barata, sin lugar a dudas) es que si ése es mi primer recuerdo, no me extraña que tenga la cabeza como la tengo. Que nadie después se lleve a engaño leyendo estas confesiones mías. La carne de membrillo

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