Revista Opinión

La carretera de los huesos

Publicado el 21 septiembre 2014 por Miguel García Vega @in_albis68

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Se conoce como “Trassa” (La Ruta), así a secas, porque no necesita otro nombre: es la única carretera que hay en una vasta zona de la Rusia siberiana. Concretamente es el último tramo de 2.032 kilómetros de la M56, también llamada Autopista de Kolymá, aunque lo de autopista es un eufemismo. En realidad es una calzada apenas pavimentada que atraviesa zonas boscosas inhabitadas. Está considerada como una de las carreteras más peligrosas del mundo.

Conecta la ciudad de Magadán con el río Lena a la altura de Yakust  y fue construida por orden de Stalin entre 1932 y 1953, año de su muerte, para transportar el oro de las minas de la zona hasta la costa del Pacífico, frente a la península de Kamchatka.

En invierno el problema es el frío, se llega a 60 bajo cero, aunque la parte buena es que la congelación del suelo la hace más fácilmente transitable, porque con el deshielo el barro deshace literalmente la ruta en muchos puntos, haciéndola imposible. La zona es tan inhóspita que los vehículos accidentados allí quedan, convirtiendo partes de la ruta en un cementerio de automóviles.

Aparte de razones geográficas (la enorme balsa de agua del subsuelo lo hace inestable), la alta siniestralidad en algunos tramos tiene dos explicaciones. La primera pretende ser científica: en algunas zonas se podrían producir emanaciones de gases que duermen o atontan a los conductores, lo que provoca los accidentes. La segunda no lo pretende: los accidentes se deben a la gran cantidad de fantasmas que vagan por una carretera maldita.

No seré yo quien se abone a la segunda explicación, pero no faltaría base para considerar maldita una ruta a la que se conoce como La carretera de los huesos porque está pavimentada, literalmente, con los huesos de quienes murieron construyéndola.

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La carretera de los huesos es una de las rutas más tétricas del mundo no solo por el gran número de vidas que se cobra en la actualidad, sino, sobre todo, por el enorme número de muertos que dejaron literalmente sus huesos en ella. Es poco conocida, pero constituyó el mayor genocidio de la historia de las construcciones humanas, solo superado por la Gran Muralla china. Aunque la envergadura de esta última, en kilómetros y años de construcción, distorsiona la comparación.

Stalin quería una carretera que llevara el oro de las minas siberianas hasta el pacífico y al dictador georgiano nunca le importó la vida de los demás, era un estadista. El organismo encargado de la construcción fue el Dalstroi, siglas rusas de “Empresa de Construcción del Extremo Norte”. Habían encontrado oro en el valle de Kolymá, un lugar inhabitable en el que si en invierno no te abrigas bien se te cae la nariz o las orejas casi sin darte cuenta; si te duermes unos minutos mueres congelado.

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Las víctimas enviadas a construir los campamentos y la carretera en realidad sufrían una condena a muerte con tortura. Varios responsables, tanto de la explotación de las minas como de la construcción de la carretera, fueron ejecutados en Moscú por no cumplir las cuotas de productividad, así que pueden imaginar el trato que se dio a los trabajadores. La esperanza máxima de vida era de dos años, el que superaba eso era sospechoso de robar comida o de no trabajar. Morían a miles, de cansancio, hambre y frío.

Gravilla de huesos humanos

Pero eso no era un problema para las autoridades soviéticas, siempre llegaban más y más trabajadores. Presos políticos de los gulags o gente de las nacionalidades soviéticas que a Stalin le parecían sospechosas de colaborar con sus enemigos, que como sabemos era todo el mundo.

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No hay datos reales del genocidio. Cifras conservadoras hablan de que durante todos los años de construcción de la carretera de Kolymá murieron 2 millones de personas. Lo que parece documentado es que durante la Segunda Guerra Mundial aquella obra fue el destino final de unos 100.000 soldados prisioneros de las fuerzas de Eje. La leyenda cuenta que hay un muerto en cada metro de carretera.

Con una mortalidad tan alta y tantos problemas para deshacerse de los cadáveres a los ingenieros se les ocurrió una solución imaginativa. Con los deshielos el asfalto se quebraba, aquello era una carretera construida sobre un flan. Así que usaron los huesos triturados de los muertos como zahorra, ese material árido (gravilla, tierra) que se coloca bajo el asfalto para darle firmeza al suelo. De esta manera mataban dos pájaros de un tiro, y perdonen la expresión.  Pero la solución no fue tal,  los deshielos siguen deshaciendo la carretera cada año y una especie de papilla de barro, asfalto y restos humanos vuelve a salir a la luz. Una masacre de tal magnitud es muy difícil de enterrar y las víctimas de tanta crueldad siguen llamándonos a su manera.

Dichas víctimas tienen hoy un monumento conmemorativo en Magadán: La máscara del lamento.

Palabra de Shalamov

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De todo ello nos llegó -con retraso, como siempre en estos casos- un testimonio de primera mano, el de Varlam Shalamov: periodista, escritor y “enemigo del pueblo” que dio con sus huesos en aquel matadero. Logró sobrevivir, fue liberado en 1953, y escribió su experiencia en forma novelada en sus Relatos de Kolymá, que sorteó la

clandestinidad en Londres en 1972. Cuentan quienes lo leyeron que además de ser un testimonio posee una alta calidad literaria. Relatos breves de estilo sobrio, escogiendo muy bien cada palabra. Según el propio autor: frases “cortas como una exhalación” o “secas y musculosas como una bofetada”. No necesita adornar ni exagerar, más bien rebajar un poco la carga dramática de una realidad en la que los hombres se bestializan, con perdón para las bestias. Los sentimientos humanos se convierten en algo secundario ante el instinto de supervivencia y se mata por un jersey o un poco de comida, lo suficiente para vivir un día más.

La maldad y estupidez humana, cuando se junta con la fuerza indomable de la naturaleza provoca desastres mayúsculos. Son esos momentos en los que parece que el planeta dijera “por si no os dais cuenta vosotros mismos de lo estúpidos y crueles que sois, yo os voy a ayudar a que os quede más claro”.

Pero lo repetimos una y otra vez, no sirve para nada. Como la propia carretera de los huesos, que no se llegó a terminar y hoy día sigue siendo intransitable. Tanta muerte absolutamente inútil.

varlam shalamov


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