Revista Opinión

La caza

Publicado el 18 octubre 2015 por María Pilar @pilarmore
La caza
Cuando los inviernos venían muy fríos el temor crecía en todo el vecindario. Parapetados en la oscuridad de la noche, los lobos con astucia y sigilo bajaban al pueblo y cometían sus atropellos: los corrales eran asaltados, los rebaños de ovejas despedazados y los perros más valientes caían bajo sus garras. Los hombres maldecían su suerte a la vez que se sentían subyugados por esa fuerza bruta que, como si de una inteligencia superior se tratase, les ponía en jaque esquivando sus trampas. A juicio de los entendidos, ese año los estaba atacando la loba más grande que se había visto en la zona desde tiempos inmemoriales.
De madrugada se adentraron en el monte en el más absoluto silencio, tapaban la boca con pañuelos o  bufandas para que las bocanadas de aliento ante el frío exterior no los delatasen. Solo la nieve al caer de las ramas de las encinas, entre las que iban alineados, llenaba las sombras con un ¡plaf! húmedo al chocar contra el suelo. Desde la ladera oyeron el rumor del agua del torrente y notaron un ligero movimiento de los juncos. Andrés les hizo un gesto y allá se dirigían cuando uno tropezó y cayó estrepitosamente, los juncos dejaron de moverse. A Andrés nada le impidió correr  tras la sombra que había visto cuyo movimiento era mucho más rápido. Los otros que le seguían, se fueron distanciando y cayeron exhaustos. Tras llamarlo a gritos durante horas terminaron por abandonar.La gélida noche dejó ver una luna de plata que lo envolvió todo en un aire de irrealidad y misterio. Al pie de una encina, el rastro cambió por una huella más alargada. En medio de la espesura, la gran loba furtiva  ̶ cargando con el peso del dolor de su existencia y el de sus crías ̶   se giró y encaró el hierro de la muerte. Con gran tensión sus ojos se miraron. La visión le recorrió a Andrés como un fogonazo. ¡Era una mujer! Vio la fiereza en esos ojos verdes de los animales del monte, pero también el miedo en unos bellos ojos asustados. Se sintió el animal más irracional de la tierra y bajó los suyos avergonzado. El corazón le dio un vuelco que lo obligó a doblegarse sobre sí mismo. Un aullido rasgó la noche y al levantar la vista pudo ver las gotas de humedad que se desprendían de su enmarañado pelo que desaparecía entre los montes más altos.Días más tarde apareció Andrés en el pueblo, solo, envejecido y con el pelo cano. Sobre lo ocurrido en el monte nadie le preguntó y él se mantuvo callado.© María Pilar

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