Revista Cultura y Ocio

«La Cenicienta» escrito por Covid-19: desescalando

Publicado el 02 mayo 2020 por Rosa Valle @RosaMValle

La realidad supera siempre a la ficción, dicen. Hoy ha vuelto a hacerlo. «¿Qué esperabas, el Muro para ti sola? De verdad que…». La imagen de la playa de San Lorenzo repleta arriba y abajo, a este y a oeste, me recibe al asomar por San Pedro. Hormiguero de desconfinados a pretendida distancia. La sensación es que alguien ha subido el volumen de la tele de golpe, que esto no es mayo, que ni siquiera es sábado. ¿Quiénes son estos?

Sin superar el desarraigo, penetro en la escena como una extra más. Me desplazo casi con miedo. Imposible la línea recta. Se impone el zig-zag. Para esquivar a otros runners, al del monopatín, al señor que pasea, a la chavalina que habla por el móvil, al perro nostálgico de la reclusión.

El carril bici es el Tostaderu en agosto. Salieron hasta las BH de los 70. Ciclistas uniformados y cicloturistas conquistando semi-libertad. Algún skater madurito hablando con su melena. Las aguas del carril desbordan su cauce para extender su caudal por la carretera.

La mar también está de aluvión. Han vuelto los surfistas, los del padel surf y hasta los de la tabla de planchar. Yo… porque no sé ni tengo… Quién dijo que a las hormigas no nos gusta el agua.

Redactores y gráficos entrevistan a algún incauto a la orilla de San Lorenzo. Foto guapa para la primera de mañana. Unos opines.

«La Cenicienta» escrito por Covid-19: desescalando
Playa de Gijón en una instantánea tomada ayer, 1 de mayo, antes del desconfinamiento de deportistas y paseantes.

Ningún policía hasta el momento. Curioso. Mascarillas entre los paseantes, resuello libre entre los correteadores y biciclistas. Una pareja se da un muerdo delante mío. «A por ellos, señor guarda, compruebe que viven juntos…». Aparte de esta proeza, los besos se quedaron en casa, tras la barrera; hoy no era su día. Tampoco el de las manitas ni los abrazos.

Nos saludamos en la distancia. Porque Gijón es un pueblo grande y el Muro, un vecindario con patio de manzana, salitre en los pucheros. Nos hemos acostumbrado, pienso. Ya no me resulta extraño saludar así. Me paro un par de veces.

Aturdida, removida, voy pensando en que mañana tomaré otro camino (van a habilitarlo para mí…). Recuerdo mi playa de ayer, en el ocaso, en mi salida con la menina, cuando mojamos los pies en el arenal casi vacío. Visualizo el regreso, atravesando una plaza Mayor desnuda, cuando dije aquello de «qué hermosa es Gijón cuando está sola». Esa sensación de espectro mientras callejeaba por Cimadevilla.

Van a dar las 10 y el enjambre no levanta el vuelo. Los de azul empiezan a llamar al orden. Paran a un par de ciclistas. Los demás apuramos el paso. Es la hora de Cenicienta, simulamos prisa. Cuando los madrugadores se juntaban con los vampiros hoy lo hacen adultos con más mayores. En la pantalla aparecen los primeros ancianos, pulcramente ataviados con el equipamiento de la pandemia.

Mañana volveremos a recoger nuestro zapato de cristal, en este cuento de Disney escrito por Covid-19. Este autor tiene otro estilo.

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