Revista Cultura y Ocio

La cerilla de la escritura

Por Calvodemora
Nunca tuve fotogenia, no se me ve bien en fotografías, no me reconozco, si me apuran. Advierto parecido con quien observo a diario en el espejo, pero hay algo impostado, una especie de falsedad consensuada, consentida a fuerza de ser tan abrumadoramente lógica. No sé los demás. Si también se ven con escepticismo, calibrando si aceptarse o no. Ayer vi unas fotografías en las que luzco con diez años menos en las que no hubo nada que me hiciera admitir que era yo el representado, el protagonista. Mi relación con la fotografía es visceral, me tomo a broma, no me reconozco. Es como si fuese otro, y en ocasiones es otro, no el que piensa y se reconoce a sí mismo en lo pensado. Anoche, volcando fotos de un disco duro a otro, ordenando un poco el caos, pensé que prefiero ejercer de fotógrafo. De hecho, en la mayoría de las fotos que ordené (cientos de ellas) no aparezco. Sucede así también en las fiestas a las que he ido. Si hay oportunidad (suele haberla) yo soy el que pone los discos, quien escucha las peticiones y maneja la mesa de mezclas. Lo hice de joven y ahora, en esta edad difícil, ni corta ni todavía muy provecta, procuro llevar la música y elegir cuándo hacer que suene una u otra. Así lo que evito es ponerme en la pista de baile y hacer lo que no sé o lo que menos me atrae. Escribir es otra cosa. Aquí pido la palabra. Siempre la consideré mía, siempre tuve con ella esa intimidad. Quizá todo sean consideraciones banales, de las que ocupan un rato en la cabeza y después, a poco de pensadas, se desvanecen, no ocupan el tiempo que se emplearía en asuntos de más fuste. A mi amigo K. le fascina que haya posibilidad de escribir de todo y que a todo se le arrime la cerilla de la escritura. Pero al final (le digo) lo que cuento es que lo narrado acaba ardiendo, no perdura, se fija en la atención de quien lee y después desaparece poco a poco o tal vez con más brusca evidencia. Otro amigo, J.A., decía ayer preferirse anónimo, sin casi hacerse ver, como si le guiara la timidez, cuando no es así. Que esa voluntad suya provenía de la experiencia que dan los años (cincuenta y poco los suyos) y que se sentía feliz entendiéndose a sí mismo. Yo me entiendo a ratos, por días. Carezco (creo que felizmente) de la facultad de saber las razones por las que ando y la certeza de saber al lugar al que voy. Sé (me conformo con eso) que procuro recorrer el trayecto con honestidad conmigo mismo, intentando (en lo posible) no herir a nadie y, de camino, granjeando cierto afecto de quienes me cruzo. Escribir es buscar también que se le quiera a uno o que uno, al escribir, se quiera y se sienta hospitalario con lo que va contando. 

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