Revista Ciencia

La ciencia de Interstellar (II)

Publicado el 21 noviembre 2014 por Rafael García Del Valle @erraticario

interstellar

[Advertencia: este artículo contiene spoilers a tutiplén]

La deformación del espacio-tiempo explica la existencia de fenómenos tan sorprendentes como los agujeros de gusano, conductos hiperespaciales que unen partes del tejido espacio-temporal más o menos distantes entre sí. El ejemplo típico para ilustrarlo consiste en doblar una hoja de papel y unir dos extremos opuestos, de manera que una gota de tinta podría alcanzar una esquina del papel desde la esquina contraria en un instante y sin tener que recorrer toda la diagonal que las separa en el plano.

El asunto del agujero de gusano es, seguramente, la parte más sencilla de entender en Interstellar. Pero hay otros aspectos relacionados con ese hiperespacio que pueden ser muy duros de roer y que, sin duda, pasarán factura a la hora de criticar la película por lo incomprensible de algunas partes de su argumento.

Para empezar, ¿qué significado profundo se esconde tras una afirmación del tipo “el espacio se deforma”? De la misma manera que una superficie bidimensional como una hoja de papel –imaginemos por el bien del ejemplo que sólo tiene dos dimensiones— se retuerce en el espacio tridimensional que la rodea, el tejido tetradimensional que habitamos, si se retuerce, se tiene que retorcer dentro de algo más amplio; tal es el hiperespacio, o el bulk, un sustrato que, según la Teoría de cuerdas, consta de diez dimensiones. En él, existen multitud de branas, que es como los físicos teóricos llaman a las membranas contenidas en el bulk, en cada una de las cuales hay un universo diferente; para imaginar este tipo de realidad teórica, se suele comparar con una barra de pan cortada en rebanadas.

Según la teoría, las dimensiones extra influyen sobre nuestro universo. Thorne explica que, a efectos prácticos y de cara a la galería, para evitar complicaciones excesivas, se pueden condensar las diferentes dimensiones del bulk en una sola. Así, pues, con el permiso de un físico teórico de semejante talla, hablaremos, sin pudor alguno que valga y con plenas intenciones de conservar la dignidad, de la quinta dimensión.

La quinta dimensión

Para empezar, la quinta dimensión se extiende perpendicular a las branas: es como el espacio entre las rebanadas de pan, mientras que las cuatro dimensiones conocidas en nuestro universo serían como los ingredientes contenidos en una de esas rebanadas.

Una de las contribuciones de la Teoría de cuerdas al mundo de la cultura ha sido la de rescatar para la causa la novela Planilandia, escrita por Edwin Abbot y publicada en 1844. En ella, el protagonista es un cuadrado que vive en universo bidimensional; un buen día, el cuadrado recibe la visita de una esfera que procede de una realidad tridimensional, el bulk en que Planilandia está contenida. Obviamente, los planilandeses no pueden contemplar la esfera en todo su esplendor, sino que asisten a los más curiosos e increíbles fenómenos: primero, de la nada aparece un círculo pequeño que se va agrandando hasta un cierto límite para, a continuación, volver a reducirse gradualmente hasta convertirse en un punto y desaparecer; la esfera ha cruzado Planilandia.

Pero esto no sería nada comparado con los posibles fenómenos paranormales que podrían darse en Planilandia: ¿cómo podría explicar jamás un planilandés culto y racional cuatro o cinco figuras independientes que no sólo aparecen de la nada sino que, además, se mueven coordinadas como un solo objeto? Para colmo, las figuras van creciendo todas a la vez hasta fundirse en un único cuerpo para, finalmente, reducirse y desvanecerse.

Frente al terror e incredulidad que bloquearían los cerebros planos de estas pobres criaturas bidimensionales, para los habitantes de la tercera dimensión esto no tendría ningún misterio: una manzana cruzó Planilandia, entrando por su base irregular hasta atravesar por completo el universo raso de las atemorizadas figuras geométricas. No queramos imaginar siquiera la ola de infartos en caso de que un animal o un ser humano pasasen por el susodicho universo bidimensional.


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