Revista Arquitectura

La ciudad y el territorio

Por Federicogbarba
LA CIUDAD Y EL TERRITORIO Ciudad en el mar. Thomas Bayrle, 1977
A propósito de un texto de Massimo Cacciari
En nuestro mundo contemporáneo ¿Vivimos todavía en ciudades? ¿Podemos llamar metrópolis a esos lugares en los que discurre nuestra vida?A contestar a estas preguntas, ha intentado responder el filósofo y político italiano Massimo Cacciari, a través del conjunto de textos profundamente reflexivos que se han recogido La cittá y que fuera publicado en 2004.
LA CIUDAD Y EL TERRITORIO Walhalla de Regensburg. Leo von Klenze, 1842En él, el autor hace un recorrido personal desde el entendimiento conceptual de que no existe una noción única que permita explicar la organización de la existencia en común de la humanidad, sino que habría que distinguir las diferentes formas de esos espacios próximos en los que es posible compartir una relación cooperativa. Cacciari se dedica a hacer un recorrido explicativo a través de las distintas ideas que han conformado el espacio urbano desde las antiguas agrupaciones edificadas y aquellas otras que definieron la antigüedad grecolatina, hasta el territorio postmetropolitano en el que habitamos en nuestros días. Ese transcurso temporal le servirá para introducir los distintos conceptos que han ido pautando los procesos de urbanización, relacionados con la cultura contemporánea hegemónica de raíz europea.Su discurso comienza explicando la distinción entre la polis griega y la civitas romana. Una contraposición que nos ha acompañado a lo largo del transcurso histórico de la civilización occidental. Para Cacciari, la polis es aquel lugar donde una gente determinada, específica por sus tradiciones, por sus costumbres, tiene su sede. La polis griega viene representada por el conjunto de las ciudades y comunidades existentes en la Grecia clásica, cuyas instituciones remiten a una idea anterior a la ciudadanía, en la que las personas se unen orgánicamente en torno a una pertenencia geográfica y su máxima institución política es la asamblea, el escenario de las decisiones colectivas. Mientras que la civitas se produce cuando diversas personas se someten a las mismas leyes, independientemente de su procedencia y determinación étnica o religiosa. Como contrapunto a esta distinción, resulta curioso que Cacciari recuerde al pensador moderno Giabattista Vico, que en sus obras señaló la coincidencia etimológica entre polis y polemos (guerra), de lo que deduciría que esa tendencia a la separación en entidades independientes, tan afecta a los nacionalismos también, lleva implícito el conflicto.Por el contrario, es -para él- en la civitas romana donde surge verdaderamente el concepto de la ciudad occidental. Para los romanos, se concibe como el espacio en el que el título de ciudadano otorga plenamente todos los derechos a aquel que acepta someterse a unas leyes comunes y se propone obedecer ese régimen. La ciudad romana será entonces la urbs, como Roma en el centro del imperio, ese lugar en el que se encuentran las principales instituciones políticas comunes. En la ciudad romana surge por ello, la polarización que confluye en un centro principal y se jerarquizan las relaciones entre los ciudadanos. Y con ella, la integración paulatina del orbe en una unidad superior. Esta es una idea que nos persigue hasta nuestros días, ya que no otra cosa pudiera parecer la globalización.LA CIUDAD Y EL TERRITORIOAlegoría del buen gobierno. Fresco en la sala della Pace del Palazzo Pubblico de Siena. Ambroggio Lorenzetti, 1339En continuidad histórica, los entornos urbanos medievales se polarizarían alrededor del castillo y la iglesia, los dos edificios simbólicos representativos de los poderes presentes en aquellas sociedades. Sin embargo, el advenimiento de la ciudad moderna transformaría esa relación añadiendo otros lugares clave que se relacionan con la producción y el intercambio. Todo en las urbes burguesas acabaría articulándose de una manera paulatina en torno al mercado, simbolizado en la plaza central y, posteriormente, en los espacios de la industria. En su cénit, la ciudad moderna finalizaría considerándose como una máquina en la que son posibles nuestros negocios con la máxima eficacia y a lo que se subordinaría cualquier otra consideración. Manchester ejemplifica la culminación de este proceso transformador de lo urbano en el que las fábricas constituirían los centros en torno a los que se agruparía la residencia y las otras funciones e instituciones heredadas desde el pasado remoto.En el siglo XIX, surge según Cacciari otro concepto esencial, la metrópoli. Una evolución que igualmente ha sido posible porque las ciudades europeas han partido siempre de esa idea de civitas romana, articulada en torno a la ley. La metrópolis europea hace más evidente la movilidad como atributo fundamental en las relaciones humanas. Un deseo conceptual que ya estaba también, aunque de una manera embrionaria, en las formas de organización romanas que habría que considerar realmente como civitas mobilis augescens. Es decir, todo se mueve hacia el centro y al mismo tiempo se expande, una condición que ha acompañado a la civilización y el urbanismo a lo largo de la historia. Y aquí surge una contradicción que persigue a las agrupaciones humanas desde siempre: mientras unos exigen que la ciudad sea un lugar donde se reduzca a la mínima expresión toda forma de obstáculo al movimiento y al intercambio de negocio, al mismo tiempo otros claman de una manera contradictoria porque sea principalmente un espacio común de comunicación fecundo para el desarrollo de las relaciones culturales y, especialmente, simbólicas y políticas.
LA CIUDAD Y EL TERRITORIO Im Grosstadt. Kostas Maros
En la etapa contemporánea, la metrópolis derivaría hacia la idea de la gran ciudad (grosstadt) entendida como ocupación expansiva de los lugares que componen la geografía natural; y donde acabará disolviéndose la forma urbana tradicional. Mientras la metrópolis conserva los límites y el carácter compacto, el espacio urbano contemporáneo ha abandonado definitivamente la polarización centrífuga para adoptar un carácter homogéneo en el que cualquier lugar puede devenir en centro coyunturalmente.Por ello, finalmente, nos encontraríamos en el espacio postmetropolitano, esos lugares extensos, sobre los que ha teorizado gente como Edward Soja, que presenta su hipótesis en relación a Los Ángeles. En la etapa contemporánea, la ciudad habría desaparecido como tal para sustituirse por un espacio indefinido, homogéneo e indiferente respecto a los lugares concretos. Una geografía de la oportunidad en la que es imposible un concepto unitario y un proyecto integrado. En el transcurso de los milenios -y desde Catal Huyuk- habríamos arribado finalmente a una geografía de la indefinición, compuesta de innumerables piezas territoriales y macladas de una manera aleatoria. Ahí aparecerían los llamados no-lugares a los que señala Marc Augé, esos recintos donde predomina el anonimato, la transitoriedad y la desmaterialización total de las relaciones humanas.
En la postmetropolis de Soja ya no es posible una acción unitaria y un comando político común. Allí, la acción y el interés de innumerables agentes sociales, económicos, etc. configuran un espacio caótico y aleatorio en el que la forma se desmaterializa y muta azarosa y constantemente sometida a las energías y fuerzas dispersas de los actores presentes. Tal y como la describe Cacciari, la situación actual postmetropolitana tiende a la conformación de vastísimas áreas arquitectónicamente indeferenciadas rebosantes de funciones de representación, financieras y directivas con apilamientos alrededor de áreas periféricas residenciales “guetizadas” unas respecto de las otras, zonas comerciales de masas, “restos” de producción manufacturera. El conjunto conectado por “acontecimientos” ocasionales, es independiente de toda lógica urbanística y administrativa.
LA CIUDAD Y EL TERRITORIOYamaguchi. Thomas Bayrle, 1981La conclusión evidente de estas ideas es que desde hace ya mucho tiempo no vivimos realmente en ciudades sino en el territorio, considerado como una geografía extensa de la indiferenciación y de la transición hacia una desmaterialización completa de las relaciones humanas que migran hacia lugares no relacionados con lo físico y tangible. Un territorio sobre el que pueden surgir lugares siempre y cuando se constituyan en nodos hacia esa transmigración universal, espacios de contacto en los que los cuerpos, transformados en soportes para el nomadeo, y las formas físicas tienden hacia lo inmaterial representado por las redes digitales. Como dice Cacciari, el territorio postmetropolitano parece exigir nuestra metamorfosis en almas puras, o en pura dinamis.Finalmente, el autor llega a la conclusión de la inminente y definitiva desmaterialización del espacio físico y geométrico. Como ya ha señalado el urbanista estadounidense William Mitchell en su obra City of bits: Vivimos ya en el antiespacio, todos nuestros asentamientos se mueven en el ciberespacio; debemos imaginar nuestras casas como sensores. Una visión del mundo contrapuesta al anhelo de la recuperación del espacio público tangible y físico que algunos consideran ya conservador y reaccionario. El espacio parece que se ha convertido en un obstáculo para esa migración hacia la nada.El nómada contemporáneo, en curso hacia su propia inmaterialidad, transporta consigo las alfombras que definen sus lugares vitales transitorios. De una manera inminente, parece que están a punto de cumplirse algunas profecías vaticinadas por la ciencia ficción. LA CIUDAD Y EL TERRITORIOCity of bits. Identificación de los visitantes y residentes en la ciudad de BarcelonaY aquí surge la desazón de la arquitectura y el urbanismo contemporáneo en la que la primera no puede concebirse como la creación de espacios que tienden a la materialidad sino como escenarios destinados a la eliminación de las formas y su sustitución por la incorporeidad; y el segundo, ha constatado la imposibilidad del proyecto y gobierno unitario del espacio. Por ello, es inverosímil que el desarrollo y transformación del territorio sea programable, lo que constituye el drama contemporáneo de los profesionales ligados al manejo del espacio. Asistimos, finalmente, al anhelo de la desterritorizalición radical y a la futura generación del antiespacio. Sin embargo, como señala Cacciari, ¡el espacio se venga de este deseo de ubicuidad! Lo que sucede porque la exigencia de fuertes presencias significativas y simbólicas en el territorio postmetropolitano constituye un indicador de una necesidad psicológica insuperable que, sin embargo, se da de bofetadas con la de la ubicuidad.Contradictoriamente, seguimos necesitando espacios y lugares simbólicos en ese territorio que tiende a la desmaterialización. Por ello, toda la teoría urbanística debe renovarse y adaptarse a los cambios producidos bajo la amenaza de su propia banalización y futilidad última. Ya no puede existir la especialización tal y como la concebían los modernos. Los edificios deben ser versátiles y poder adaptarse con agilidad. Por ello, la plurifuncionalidad es inherente al espacio contemporáneo y la asignación de usos unívocos es un error radical de la teoría urbanística heredada. Frente a ello, habría que recuperar el ejemplo del monasterio, aquellas estructuras que eran capaces de albergar lugares para actividades muy diversas, atención a los enfermos, albergue a los viajeros, conservación y difusión del saber, etc.La reflexión de Cacciari acaba con una referencia a la tradición gnóstica, transmutada en esa religiosidad cristiana que ha acompañado a la cultura occidental desde hace más de 2000 años. Señala que la visión gnóstica está intrínseca e indisociablemente unida a la ideología dominante del proyecto científico contemporáneo, aquel que busca la desmaterialización de los cuerpos, su transformación en almas puras que habitan en las redes digitales. El desarraigo final de toda condición terrenal en nuestras relaciones humanas.
Como señala finalmente con gran intuición: Nuestra ciudadanía, nuestra politeia, está en los cielos.

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