Revista África

La comunidad internacional en crisis africanas. Mitos y realidades

Por En Clave De África

(JCR)
“La culpa de lo que pasa en nuestro país la tiene Francia”. Desde que empecé a trabajar en la República Centroafricana en mayo del pasado año he escuchado esta frase hasta la saciedad, con algunas variaciones, como las que añaden “y también Estados Unidos” o las que se indignan ante la .presunta indiferencia de Naciones Unidas. En el fondo de estas afirmaciones subyace la suposición de que las crisis –sobre todo los conflictos armados- en países pobres se agravan debido a la indiferencia de la comunidad internacional, o incluso que son los países más poderosos los que provocan estas guerras. Como suele suceder con las afirmaciones tan tajantes, hay algo (o bastante) de verdad en ellas y al mismo tiempo hay que matizar porque ni todas las crisis son iguales ni todos los actores de la llamada “comunidad internacional” son seres perversos con deseos de ver a los más pobres morir en el olvido. Veamos:

1. Si empezamos por ir a los hechos, basta mirar a las principales crisis de las dos últimas décadas para ver que las respuestas de los países con más poder han sido más contundentes en unos casos que en otros. Es inevitable comparar y concluir que, por ejemplo, durante los años 1990 se intervino con mucha más decisión en la crisis de los Balcanes que en las dos guerras que desde 1996 asolaron la República Democrática del Congo, pese a que el primero de los conflictos causó algunas decenas de miles de muertos, y el segundo llegó a los cinco millones de víctimas mortales. En el caso de algunas intervenciones recientes en África, la Unión Europea ha financiado generosamente la misión de los 9.000 soldados de la Unión Africana, y en enero de este año Francia intervino con contundencia para desbancar a los islamistas que habían conquistado el Norte de Malí. Es inevitable concluir que quienes intervienen para solucionar una crisis no lo suelen hacer por motivos puramente filantrópicos, y que en el trasfondo de sus razones para intervenir hay motivos de interés propio, como evitar que la crisis les salpique a ellos (caso del terrorismo islamista en África que puede llegar hasta Europa) o asegurarse futuros mercados o control de valiosos recursos naturales.

2. El interés de los medios de comunicación suele ir, por lo general, paralelo a estos intereses políticos. La ya mencionada guerra del Congo atrajo poco interés de las empresas de información, y cuando lo hizo muchos de los informadores trataron el tema de forma bastante superficial, simplificando la complejísima trama de conflictos de la región de los Grandes Lagos como “conflictos causados por odios étnicos”. Un caso bastante llamativo fue el de la guerra del Norte de Uganda, que comenzó en 1986 y que a pesar de que llegó a provocar una crisis con dos millones de desplazados y 40.000 niños secuestrados por la guerrilla del LRA, apenas atrajo interés informativo durante las dos décadas que duró. Resulta curioso que el gran boom informativo sobre el LRA estalló el año pasado, 2012, con motivo del famoso vídeo de la ONG Invisible Children, seis años después de que hubiera terminado la guerra en Uganda. De todos modos, también aquí conviene matizar bastante y no juzgar a todos los medios informativos por igual. Si bien es verdad que en España África suele ser silenciada por nuestra prensa y televisión, no sucede lo mismo en países como Francia o Inglaterra. Basta mirar las páginas web de Radio France International, la BBC o The Guardian para darse cuenta de que estos medios sí prestan atención de forma regular a África, y con bastante seriedad.

3. Las causas de las crisis en los países más pobres no pueden reducirse a sólo una, sino que son múltiples y a menudo difíciles de desentrañar. Es cierto que en bastantes casos detrás de una guerra en África hay la codicia de determinados intereses económicos por controlar sus recursos naturales. Esto es de una claridad meridiana en algunos casos, como por ejemplo en el Este de la República Democrática del Congo. Pero no se puede generalizar. Tener abundantes reservas de diamantes no es, de por sí, una maldición para que un país africano se hunda en la guerra. En Sierra Leona o en Centroáfrica los diamantes han servido para financiar grupos guerrilleros que han esclavizado a poblaciones enteras, pero en Botswana estas piedras preciosas son la causa de que el país goce de un envidiable nivel de vida y su población tenga una esperanza de vida de 65 años. La diferencia estriba en que Botswana ha tenido siempre dirigentes honrados y competentes y Centroáfrica –por ejemplo-ha estado desde su independencia en manos de dictadores sanguinarios y sátrapas que han hecho de la función pública un ejercicio familiar de robo a gran escala, no raramente con la complicidad de Francia y otros países vecinos, sobre todo Chad.

4. ¿De qué hablamos cuando decimos “comunidad internacional”? Está claro que no a todos los países se les puede pedir el mismo nivel de implicación cuando estalla una crisis en África. Si ocurre algo en Centroáfrica no se le puede pedir la misma respuesta a Francia, antiguo poder colonial, que a Australia. Y tampoco hay que olvidar que si los países africanos han decidido asociarse en organismos supranacionales, como la Unión Africana o las distintas agrupaciones regionales de África del Oeste, Central, Austral o del Este, estos organismos deberían ser los primeros en responder cuando hay una crisis que afecta a uno de sus miembros.

5. La misma cuestión se puede formular cuando hablamos de Naciones Unidas. En realidad este organismo no existe como un ente independiente, sino como una agrupación de los países que lo forman. Si la ONU dedica más atención y medios a Siria o a Afganistán que a países africanos que están hundidos en crisis insoportables, esto es responsabilidad de los países que forman el Consejo de Seguridad, que son los que toman las últimas decisiones. Y a menudo la lentitud con la que se mueven, que contrasta con la urgencia de los problemas que tienen delante de ellos, es exasperante. El pasado 25 de septiembre, en Nueva York, Francia puso sobre la mesa sendas propuestas para que el Consejo de Seguridad pusiera la fuerza multinacional de la Unión Africana en Centroáfrica bajo mandato de la ONU y que tuviera un apoyo logístico y financiero suficiente de países con medios para ello. Lo único que consiguió fue un compromiso para que ambas mociones se discutan en el Consejo antes de fin de año. Mientras tanto, en Centroáfrica hay 400.000 desplazados (el 8% de su población total de cuatro millones y medio) y al menos la mitad de sus habitantes están en situación de vulnerabilidad extrema y sufren los abusos de los rebeldes de la Seleka. La fuerza multinacional sólo tiene 1.300 efectivos, e incluso si pasara a los 3.600 que están previsto, seguirían siendo insuficientes para desarmar a los rebeldes. Muy largo me lo fiáis...

6. Algunas de las misiones de Naciones Unidas en países en crisis han resultado ser un derroche inútil, pero en otros casos han ayudado a que países en ruinas salieran del caos en que estaban. En Liberia y Sierra Leona, por ejemplo, dejaron en pie unas fuerzas armadas y una policía que –sin ser perfectas- son profesionales y muy distintas de las bandas de delincuentes que durante bastantes años camparon en estos países por sus fueros. En muchos casos, es cuestión de que las fuerzas de intervención tengan un mandato claro. En la República Democrática del Congo, la MONUSCO resultó inútil cuando en noviembre del año pasado los rebeldes del M23 tomaron la ciudad de Goma, pero las cosas cambiaron mucho cuando se decidió enviar a una nueva brigada de intervención compuesta por 3.000 soldados con un mandato ofensivo contra grupos rebeldes, y gracias a ella se consiguió alejar la última ofensiva del M23 durante el mes de agosto. En Centroáfrica, por ejemplo la misión de la ONU –conocida como BINUCA- es modestísima, apenas compuesta por 90 personas y sin un mandato de fuerza de mantenimiento de la paz. Durante el anterior régimen, del presidente François Bozizé, la BINUCA intentó desarrollar un programa de reforma de las fuerzas armadas –incluido un programa de formación en derechos humanos- y de desmovilización de combatientes rebeldes, pero no pudo hacerlo porque el gobierno centroafricano no estaba interesado en nada de esto.


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