Revista Cultura y Ocio

La conciencia de Zeno, Italo Svevo

Publicado el 16 mayo 2012 por Unlibroabierto

La conciencia de Zeno, Italo Svevo

A lo largo de la historia ¿cuántos textos, cuántas obras maestras, se habrán quedado sin publicar por el mero desliz de un editor caprichoso o poco avispado? Es más ¿cuántas novelas geniales, maravillosas, trascendentales y novedosas se habrán quedado a medio escribir –o, incluso, sin iniciar, perdidas en aquel pozo profundo que todo escritor posee- por la poca fortuna, la desdicha o una serie, azarosa e incalculable, de condiciones imprevisibles? Cientos y miles de obras, seguramente, han sufrido dicha suerte. Obras y autores a la altura de los grandes nombres, de los grandes clásicos de la literatura que, a día de hoy, nadie recuerda, por no haber llegado nunca a ser algo o alguien, o por no haber llegado a ser suficientemente algo o alguien.
Este podría haber sido el caso de Aron Hector Schmitz (1861 – 1928), mayormente conocido con el nombre de Italo Svevo. Si bien, actualmente, el nombre de Svevo es medianamente conocido y respetado –dentro de unos límites, pues no es, ni de largo, lo que se denomina un autor popular entre los clásicos-, esto podría no haber sucedido, pues tras la publicación de Una vida (1892) y Senilidad (1896), y debido al escaso reconocimiento que recibe su obra, Svevo decide ponerle fin a su afán literario (aunque sólo de forma aparente) y dedicarse por completo al comercio. Por suerte, años después, Svevo se encuentra en Trieste con un peculiar profesor de inglés llamado James Joyce. Entre ambos se establece una suerte de amistad y es el propio Joyce el que, sorprendido agradablemente por el talento de Svevo, le incita a “volver a la escritura”. Y gracias a este encuentro, a esta amistad y al posterior apoyo que Joyce prestó para la publicación de la novela fuera de Italia, podemos disfrutar, a día de hoy, del placer de leer La conciencia de Zeno.

Por las calles de la Trieste de principios del siglo XX, entre voces de hablar triestino, alemán o italiano, podríamos encontrar una delgada y poco imponente figura que, coronada por una cabeza de una calvicie incipiente pero futuramente próspera, avanza mientras consume, de forma enfermiza como si no hubiera mañana, un cigarrillo que, quizá, seguramente, sea el último cigarrillo que fume en toda su vida. Pero, pese a que la poco imponente figura tiene la disposición real para que así sea, nunca encuentra el momento idóneo para un último cigarrillo. No existe el día perfecto, el momento adecuado, ese instante fugaz y resolutivo que le lleve a no volver a fumar jamás. Y este momento idóneo, este instante, no existe pues la poco imponente figura de calva incipiente pero próspera, que tiene como nombre Zeno Cosini y como profesión comerciante, es un enfermo. Un enfermo imaginario -el peor tipo posible de enfermo-; un enfermo que no puede ser tratado ni mediante terapia ni mediante medicamentos; un enfermo que nada tiene afectado pero al que todo duele; un enfermo afectado por la mayor de las enfermedades: La vida.
Y es por esta enfermedad que no es tal, por lo que Zeno Cosini acude a recibir la asistencia de un psicoanalista que le acaba convenciendo, a duras penas, eso sí, de que, para saber qué le sucede, qué le duele y cuál es el motivo por el cual no puede dejar de fumar, debe escribir, a modo de confesión sincera y directa, el relato de toda su vida.
De esta forma, Zeno Cosini es lanzado a recordar, a revivir y a reconstruir su vida. Y esta reconstrucción empieza con un sinfín de dudas; dudas respecto a la capacidad del lenguaje para plasmar lo ya acontecido: «Cada palabra está compuesta de muchas letras y el imperioso presente resurge y desdibuja el pasado» y dudas sobre su propia capacidad: «Recuerdo todo, pero no entiendo nada». Pero, poco a poco, con el pasar de los sucesos, Zeno va profundizando en su relato y, a su vez, en el conocimiento de sí mismo («Sólo nosotros, los enfermos, sabemos algo de nosotros mismos») y decide, finalmente, y no sin antes haber ridiculizado una y otra vez a su psicoanalista y su método, abrirse y volcarse en su labor, pues: «Las cosas que nadie sabe y que no dejarán huella no existen».
Así es como se da inicio a La Conciencia de Zeno, relato enfermizo y confesional por parte de un enfermo imaginario, susceptible a todos los males, culpable de todo aquello que dice o hace –y de todo aquello que no dice o no hace-. Este es el relato de un perdedor, de un hombre mediocre, de alguien incapaz de hacer lo que debe hacer, a la par que incapaz de enfrentarse a aquello que ha hecho y aceptarse por ello. La conciencia de Zeno es por ello el ejercicio catártico de un alma torturada y surcada por heridas que, pese a no ser demasiado profundas, no ha conseguido superar y cauterizar, pero pese a ello, Zeno Cosini lo intenta: «¡Quería curarme! ¿Por qué había de llevar toda la vida en mi propio cuerpo el estigma del vencido? ¿Convertirme en el monumento ambulante de la victoria de Guido? Debía borrar de mi cuerpo aquel dolor». Aunque, en una primera instancia, da la sensación de que Zeno será totalmente incapaz de llevar a cabo de forma victoriosa dicha labor, pues infinitos son sus males –desde esa última bofetada asestada, en su lecho de muerte, por su padre, hasta su boda con una persona con la cual no le une más que el estigma de perdedor, pasando por la incapacidad para dirigir y gestionar su propia empresa- e infinitas son sus excusas para no afrontar la realidad: «No deseaba la muerte, sino la enfermedad, una enfermedad que me sirviera de pretexto para hacer lo que quería o que me lo impidiese».
Frente a este sujeto incorregible, sin interés alguno de ser corregido, plagado de excusas, de males y de infortunios, se abre, como respuesta, como último asidero y apoyo, como paradigma comprensivo que todo lo explica y entiende, que todo lo enfrenta y resuelve y que todo lo presenta cartesianamente a la luz de la razón y del entendimiento el psicoanálisis. Mas, el psicoanálisis de Zeno Cosini dista mucho de ser un mero método, doctrina o tratamiento, pues, en su ser, el psicoanálisis se eleva a una metafísica totalizadora que da forma al sujeto –desgajándolo en varios entes autónomos y con una moral propia para cada uno-, al mundo y a la sociedad. Y bajo esta nueva perspectiva, Zeno se destruye y se reconstruye –y al hacerlo destruye y reconstruye, también, su mundo- como un ser formado por varios sujetos, incluso, de alguna forma, formado por varios cuerpos (un ello representado por la parte inferior del cuerpo, un superyo constituido por la parte superior y un yo que es el papel que toma Zeno Cosini en su labor de narrador) que, por ser distintos y estar enfrentados, siempre están en tensión: «La parte superior del cuerpo se inclina a mirar y juzgar a la otra parte y le parece deforme. Siente horror y eso se llama remordimiento». Este desgajamiento, y la consecuente tensión entre los diferentes sujetos, lleva a Zeno a un estado perpetúo de culpa y dolor: «Le conté que todos mis pensamientos, todos mis hábitos, iban acompañados del sentimiento de la culpa».

Dicha culpa recorre, con una prosa tranquila, relajada, pero repleta de ironía y vivacidad, los cuatro primeros capítulos de la novela; en El tabaco se manifiesta en su malestar por ser incapaz de fumarse un último cigarrillo; en La muerte de mi padre la culpa se hace notoria a través de la relación entre Zeno y su padre y alcanza su punto álgido en una de las mejores escenas, narrada de forma brillante e impactante, de toda la novela, en la que, sin palabras y gracias a un solo gesto, se hace evidente ese abismo que separa a Zeno del mundo; en los dos siguientes capítulos -La historia de mi matrimonio y La esposa y la amante- se incide en uno de los temas capitales de la novela, la relación de Zeno con las mujeres, relación que, como no podía ser de otra manera, es difícil y tortuosa («Una de las grandes dificultades de la vida es adivinar lo que quiere una mujer. Escuchar sus palabras no sirve, porque toda una parrafada puede quedar anulada por una mirada»), ya que está dominada por el deseo («Por lo general, a las mujeres las creamos primero con nuestro deseo») y la culpa.
Posteriormente, en el capítulo llamado Historia de una asociación comercial, se intuye, no tanto una recuperación total como si la constitución de un nuevo Zeno Cosini. Este nuevo Zeno, el cual ya ha abandonado definitivamente a su amante, se muestra, en cierta medida, atento y generoso con los miembros de su familia e incluso cambia su percepción de la vida («La vida no es fea ni bella ¡sino original!») y del papel del hombre en ella («Bastaba recordar todo lo que nosotros, los hombres, hemos esperado de la vida, para verla tan extraña como para llegar a la conclusión de que tal vez se haya colocado en ella al hombre por error y esté fuera de lugar»).
Aunque no es hasta Psicoánalisis, último capítulo de la novela, cuando Zeno Cosini consigue, finalmente, romper con todo –con su culpa, con sus enfermedades, con el propio psicoanálisis,…-, alejarse de la concepción que le lleva a mutilar su ser en varios entes y divorciarse de una moral positivista, para convertirse en un ser de esencia única e inseparable, autónomo moralmente y, en definitiva, llegar a ser más sujeto que objeto de su propia vida: «Fue un auténtico recogimiento, el mío, uno de esos raros instantes que la avara vida concede de auténtica y gran objetividad, en que por fin deja uno de creerse y sentirse víctima. En medio de aquel verde tan deliciosamente resaltado por aquellos haces de rayos de sol, pude sonreír ante mi vida y mi enfermedad».
Dicho proceso, una suerte de alumbramiento y renacer, es llevado a cabo por Zeno gracias al hecho de llegar a entender que la vida no es, como tal, una enfermedad («No se pueden considerar el dolor y el amor, la vida, en una palabra, una enfermedad porque duelan»), porque la vida, en sí, nada es fuera del sujeto que la vive, experimenta y actualiza con su hacer. El hombre –único; sin mutilaciones ni ellos ni yoes- es, por tanto, la única medida del mundo y, a su vez, su única enfermedad: «La vida actual está envenenada hasta las raíces. El hombre ha ocupado el lugar de los árboles y los animales y ha envenenado el aire, ha impedido el libre espacio. Pueden ocurrir cosas peores. El triste y activo animal podría descubrir y poner a su servicio otras fuerzas. Hay una amenaza de esa clase en el aire. El resultado será una gran riqueza… en el número de hombres. Cada metro cuadrado estará ocupado por un hombre. ¿Quién nos curará de la falta de aire y espacio? ¡Sólo de pensarlo me asfixio!».

La conciencia de Zeno es un clásico algo peculiar; poco leído y conocido (al menos en relación con Ulisses y En búsqueda del tiempo perdido -aunque, personalmente, no estoy del todo de acuerdo en emparentar La conciencia de Zeno con dichos textos, pues su lectura me trae mayores reminiscencias de Pessoa y Tomasi di Lampedusa) y caracterizado por ser el relato de lo que unos –erróneamente- denominan nihilista y que otros -más acertadamente- consignan como vitalista. Mas, aceptando que la fama alcanzada por La conciencia de Zeno no llega a ser, siquiera, comparable con la de las obras de Joyce o Proust y, pese a que el narrador de Svevo no demuestre una habilidad tan pasmosa para retorcer y reconfigurar ese tiempo bergsoniano (que, pese a todo, está muy presente en la novela), es imposible negar que esta novela es, por méritos propios -ya que aúna maestría y entretenimiento-, un clásico con letras doradas.


La conciencia de Zeno, Italo Svevo
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