Por
Sergio
García García (@sergonoserg)
En medio del reclamo de «seguridad para defender nuestras
libertades» (sobre todo tras los atentados de París), acaba de
publicarse el libro Enclaves de Riesgo. Gobierno neoliberal, desigualdad
y control social (coordinado por el Observatorio Metropolitano de Madrid y editado por Traficantes de Sueños). Se trata de un abordaje del
auge de la seguridad no tanto desde el enfoque habitual del recorte de
libertades como desde la perspectiva de su relación con las
desigualdades.
A pesar de que la seguridad no sea actualmente el tema de
moda en los debates electorales o en las preocupaciones testadas por el
CIS, en nuestras ciudades se observan signos de la obsesión creciente
por proteger la propiedad privada (vallas, cámaras y conserjes en
urbanizaciones cerradas) y de la extensión capilar de una cultura de la
seguridad en los espacios públicos. La pérdida de derechos sociales,
acompañada de la creciente individualización de las biografías, es
sustituida por la protección policial y por la asunción de precauciones
hacia los demás y hacia sí misma por parte de la ciudadanía. Esta
protección y autoprotección es leída en el libro como un eficaz modo de
gobierno en el que participa tanto el Ministro del Interior como
Antonio, el vecino del quinto (y como bien define el Diccionario de las Periferias de Carabancheleando refiriéndose a él -pequeño especulador,
xenófobo y de natural desconfiado-, «Antonio somos todos»).
Todo empezó con la difusión de la ideología de la prevención. Como
retrata en un capítulo el Grupo de Periferias del Observatorio
Metropolitano, la prevención fue un concepto progresista empleado en la
intervención social y el movimiento vecinal de los años setenta y
ochenta como contra-propuesta a la represión policial sobre los sujetos
marginados de la época (jóvenes periféricos, toxicómanos, etc.). La
confluencia entre las demandas vecinales de mayor presencia policial
(«policía de proximidad») ante la crisis de inseguridad motivada por el
paro y la heroína, y la introducción de nuevas corrientes criminológicas
anglosajonas en la gestión policial, hizo emerger la prevención de la
inseguridad ciudadana en la década de los noventa como la piedra angular
de las políticas públicas en nuestras ciudades. Esa prevención funciona
anticipándose a los fenómenos a partir de la evaluación de riesgos,
pero sin acudir a las causas estructurales de la delincuencia y
«pre-delincuencia», sino quedándose en las situaciones concretas del
delito y en el «análisis de oportunidades» de los delincuentes. Es así
como la prevención social quedó reducida a «situacional».
La
centralidad de la prevención no sustituye a la represión. Como nos
recuerdan Loïc Wacquant, José Ángel Brandariz e Ignacio González en el
propio Enclaves de riesgo, somos testigos de cómo el encarcelamiento ha
sido, a base de endurecimiento penal, el recambio de las instituciones
del Bienestar (el número de presos en España creció ocho veces desde la
muerte de Franco hasta 2009). También observamos la «Ley Mordaza», los
agujeros negros de los derechos que son los CIEs, o la persistencia de
la tortura. Pero esa gestión hard de la seguridad va siendo cada vez más
invisibilizada o estetizada al tiempo que se hace lucir una gestión
soft mucho más legitimada al apoyarse en la «demanda de seguridad».
La seguridad preventiva no puede leerse desde lecturas simplistas y
conspiranoicas: no vivimos en el 1984 de George Orwell, no hay un plan.
Por el contrario, la prevención es participativa, y no sólo a través del
préstamo voluntario, transparente y alegre de nuestras opiniones y
datos en Internet, sino mediante nuestra implicación cotidiana en el
control de nuestros espacios de vida, en los que levantamos fronteras
físicas y relacionales y colocamos cámaras electrónicas y psicológicas a
partir de los recelos vecinales tejidos de desigualdades. Como afirma
el poeta David Eloy Rodríguez, «El problema ahora es que hay muchos
vigilantes y pocos locos. El problema ahora es que la jaula está en el
interior del pájaro».
Las jaulas en forma de gestión
preventiva de la (in)seguridad objetiva y subjetiva se expresan en muy
distintos ámbitos y por muy diversos actores. El primero y más evidente
es la gestión policial del espacio público. Los datos permiten construir
cartografías urbanas de riesgos que redundan en una gestión de los
efectivos policiales más eficiente en tareas de prevención presencial.
El grupo Pony Bravo nos invita a visitar la orilla del Guadalquivir,
Turista ven a Sevilla, tranquilizándonos al advertir que la policía
vigila la noche. La disuasión del coche patrulla en el parque donde los
chavales hacen botellón se combina con lo que el Grupo de Estudios y
Seguimiento de la Burorrepresión observa en cuanto a ordenanzas de
civismo o las Brigadas Vecinales respecto a los controles de identidad
selectivos: se apela al cálculo racional en pro de los propios intereses
individuales (¡como buenos homo economicus que somos!) para que nos
marchemos o nos invisibilicemos si no queremos ser sancionados. Planes
como el de Seguridad de Lavapiés, que refuerzan la hiper-presencia
policial con el respaldo de algunas asociaciones de vecinos y
comerciantes, se complementan en las áreas más golosas para el Mercado
con la vídeovigilancia. Esta transparencia mediante los datos y las
imágenes permite resolver delitos, pero sobre todo busca disuadir su
comisión y expulsar «por su propia voluntad» a aquellos cuerpos y
aquellas prácticas que por su escaso valor de mercado serán objeto de
sospecha por parte de las fuerzas de seguridad. Sonríe, te están
grabando o Camarón contra las Camarillas, del colectivo Un barrio feliz,
fueron campañas de guerrilla de la comunicación que trataron de
evidenciar el panóptico callejero en el que se convirtió Lavapiés a
partir de 2010 en pleno proceso de gentrificación.
Las
instituciones de policía local han comprendido que la seguridad excede
al trabajo policial. Pero en lugar de dejar hacer a otros agentes, como
las propias comunidades o los profesionales de la intervención social,
el modelo de gestión contemporáneo los pone a trabajar y va insertando a
la propia policía y sus lógicas en esos ámbitos. Los Agentes Tutores o
los Policías Mediadores constituyen nuevas figuras policiales en los
colegios o en los tejidos asociativos de los barrios. Documentales como
Tolerancia cero muestran cómo en Estados Unidos la policía es usada cada
vez más en la prevención y resolución de conflictos meramente escolares
(aunque sospechosamente, el documental es menos crítico con la
intervención de los agentes tutores en España). Del mismo modo, los
Consejos Locales de Seguridad tratan de implicar a las asociaciones
vecinales en la gestión de la seguridad de los barrios, pero no como
agentes autónomos de prevención, resolución y mediación, sino como
radares de problemas y meros clientes del servicio policial que piden
cuentas de su eficacia.
No obstante, no solo la policía
construye y gestiona la ciudad del riesgo. También urbanistas,
arquitectos y vecinos producimos verdaderas obras de arte y pequeñas
artesanías securitarias. En un capítulo del libro arriba citado, el
arquitecto griego Stavros Stavrides designa como «enclaves» las islas
acotadas por muros en el archipiélago que es la ciudad neoliberal,
islas que flotan en un mar, el espacio público, cada vez más sometido a
la excepción securitaria. Como narra la película La zona, estos espacios
residenciales y comerciales cuentan con sus propias reglas, poniendo en
suspenso incluso normas y leyes de rango superior. Rodeadas por
vigilantes, muros, vallas, rejas y pinchos, fuera de estas zonas se
talan «arbustos criminógenos» y se plantan farolas que combaten la
oscuridad, superficies resbaladizas o irregulares que impiden estar e
impelen a pasar, cactus y chorros de agua que ordenan los cuerpos y los
espacios comunes a partir de los principios de la prevención
situacional. Es así como se hacen más fáciles unos usos que otros, unas
presencias que otras. En ocasiones se apela a urbanistas progresistas,
como Jane Jacobs o Francesco Tonucci, para reforzar la vigilancia
natural del espacio común, si bien recontextualizando sus ideas sobre la
autogestión comunitaria de la seguridad en un nuevo modo de gobierno
que sustente el orden social desigual. Y sin florituras intelectuales,
las propias comunidades de propietarios, e incluso de vecinos,
construyen con más o menos recursos las ciudades dentro de la ciudad. Es
así como va proliferando el arte de las Bellas vallas, esas que
Leónidas Martín documenta en su blog. Aparte de la visibilización en los
últimos años de esta arquitectura hostil, algunas acciones, como
#ArreglaTuMarquesina (tuneo de los asientos anti-sinhogar de las paradas
de bus en Madrid) han buscado intervenirlo para hacerlo más habitable.
Recapitulando: al igual que los ensayos presentes en Enclaves de riesgo,
diversas películas, canciones, textos o intervenciones sobre el espacio
público llaman la atención sobre aquello que Michael Moore retrató en
Bowling for Columbine, la seguridad preventiva en torno a la cual cada
vez más se yergue un peligroso -inseguro- consenso.
Puedes obtener más información y comprar el libro Enclaves de Riesgo. Gobierno neoliberal, desigualdad
y control social haciendo clic aquí.
Sergio
García García es Doctor en Antropología Social y profesor de Trabajo
Social Comunitario y aborda de forma crítica, como investigador y como
militante, la gestión de la seguridad ciudadana. Ha coordinado junto con
Débora Ávila el libro Enclaves de riesgo. Gobierno neoliberal,
desigualdad y control social.
Créditos de las imágenes:
Imagen 01: Cartel preventivo en la entrada de un garaje (fuente: Sergio García García)
Imagen 02: Agentes de la Policía Municipal de Madrid (fuente: Ayuntamiento de Madrid)
Imagen 03: Aviso de zona videovigilada (fuente: Sergio García García)
Revista Arquitectura
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