Revista Cultura y Ocio

La cultura paleta

Publicado el 28 enero 2012 por Aranmb

Uno de los mayores errores del ser humano es creerse superior a sus raíces, dejarse emborrachar por la fachada efímera de lo nuevo y creer que eres tú, tú y no aquellos pobres y limitados hombres prehistóricos, quien inventó la rueda, y el fuego, y quien descubre por primera vez en la Historia de la humanidad los placeres de la vida. Es un fenómeno que se da a partir de la adolescencia, porque los niños, más sabios que nadie, adoran a los mayores y respetan la autoridad de quien les precede sin por eso dejar de crear sus propias teorías y cometer travesuras. Sin embargo, los adolescentes suelen creer que lo han inventado todo. Para un adolescente, nadie antes que él supo más de la vida ni de cómo vivirla. Un adolescente es un cretino, eso es, pero un cretino justificado, porque realmente ha de pasar por esa etapa para descubrir que no tiene razón.

El problema es que muchos adultos son eternos adolescentes, y como tales, se pasan la vida buscando desesperadamente un hacha con la que cortarse las raíces que los atan a su historia sin saber -ignorantes- que eso no haría otra cosa sino matarlos.

Estamos asistiendo en las últimas semanas a un espectáculo lamentable protagonizado por esos adultos-adolescentes que reniegan de sus raíces en pos del cosmopolitismo, el internacionalismo y vaya a saber usted qué más milongas, ¡como si el internacionalismo fuera un invento del siglo XXI! Caen en la trampa de Foro, un partido oportunista que ha hecho -o más bien ha querido hacer- suya la bandera de la asturianía, por aquello de que los lazos unen al rebaño, para lanzar loas a todo lo que no sean sus raíces que ahora ¡ay, sorpresa! huelen mal y no son dignas de ellos mismos. Sería muy fácil contestar a Foro. Sería tan fácil como decirles que la identidad no tiene propietario, decirles que no fueron ellos, precisamente, quienes regaron nuestras raíces en los últimos años, que las ideas se demuestran con hechos y no tan sólo con palabras… sería tan fácil como hacerles frente y decirles “oíganme, amigos, yo también le debo todo a mis raíces, yo también sé de dónde vengo, no lo han inventado todo ustedes, esto es de todos, mío también, mío, nuestro, de todos y de nadie a la vez, pero no suyo“. Pero en vez de hacer el camino fácil y, a mi entender, el correcto, se cae en la trampa y atacan a nuestra -también la suya- cultura, raíces, historia, dignidad. Porque la dignidad es no olvidar de dónde venimos. Dignidad es respetar a todos los que nos hicieron ser como somos y jamás renegar de ellos, ni de los buenos ni de los malos.

No. Yo no soy más internacional que Tonie y Franzl, que recorrieron media Europa en busca de una vida mejor y que así consiguieron librar dos guerras mundiales que asolaron su adorada Moravia. Tampoco amo tanto mi tierra, aunque la ame diferente, que su hijo Ernesto, que desaprovechó la oportunidad de hacerse un violinista de calidad en Viena porque un día oyó a unos polacos tocar el Asturias, patria querida y se volvió a los pocos días, y cambió el violín por el negocio de la madera y Viena por Cangues d’Onís. Ni soy menos inteligente que Feliciana, una mujer que no sabía leer ni escribir pero que sacó adelante a diez hijos sin tener dinero apenas ni para comer. No soy tan fuerte como Delfina, que sin haber hecho nada tenía que limpiar la iglesia de rodillas desnudas so pena de culatazos de fusil de los soldados fascistas que ocuparon el pueblo.  No soy mejor que todos ellos ni jamás olvidaré que les debo ser como soy. Se lo debo a ellos, aunque también se lo deba a Jesús, a Rafael, a la parte mala de mis raíces, que en el 38 recorrieron los montes paseando a gente y rapando el pelo a las mujeres, y sí, también a ellos les debo ser como soy.

Y, sobre todo, también se lo debo al pueblo, a los pueblos, al hoy tan maltratado folklore, a sus costumbres, leyendas, a su comida y a su historia. Si de algo me avergüenzo a este respecto, si de una sola cosa me avergüenzo, es de no conocerlos lo suficiente, no saber más de ellos ni saber hablar con propiedad todas sus lenguas -a mí me lo pusieron difícil: asturiano, checo, portugués- para estar más cerca de esa amalgama de identidades a las que les debo todo.

Puede que todo esto no les resulte ni moderno ni progre ni cosmopolita a todos aquellos que hoy se descubren y hablan despectivamente de culturas de la madreña, de gochos pestilentes, de turismo y fabada -¿habremos de darles a los turistas, acaso, crema catalana?- pero, ¿saben una cosa? Llegará un día en el que ustedes, y yo, y todos nosotros, perdamos esa supuesta vanguardia de lo contemporáneo que hoy tenemos, nos hagamos, con un poquitín de suerte, viejos, y nuestra música favorita ya no será la música de moda, ni nuestro cine, ni quizás tampoco esta lengua que hablamos hoy para entendernos, ni tampoco resultarán cosmopolitas nuestros viajes por Europa, y nuestras costumbres sexuales y sociales ya no serán tan descaradas ni tan novedosas. Y ese dia quizás no nos haga gracia que una horda de adultos con espíritu de adolescente cretino quieran hacer camino rechazando todo lo anterior; rechazándonos a nosotros, claro, porque para ese entonces nosotros ya sólo seremos raíces, y quizás, sólo quizás, ese día os daréis cuenta de lo equivocados que estábais y sólo podréis rezar al Dios en el que probablemente no creáis ya pidiéndole que no se entierre vuestra historia, vuestra identidad y vuestra dignidad.


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