La despedida

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Se deslizó sigilosa por la escalera. ¿Quién sería a esas horas? Los golpes en la puerta eran incesantes.Se asomó a la ventana con discreción. Era su carruaje. El corazón le dio un vuelco y tuvo que sentarse sobre la fría escalinata para no caer.Las cosas habían quedado claras la última vez: Él partiría hacia Boston esa misma madrugada y su historia de idas y venidas concluiría de una vez por todas con la palabra “FIN” una vez el barco hubiese zarpado. Ella sabía que era lo mejor. Apretó con fuerza el medallón que llevaba colgado al cuello y cerró los ojos. Fuera, los golpes en la puerta seguían sucediéndose cada vez más impetuosos. No lograba entender por qué debía dejarla, pero a la vez quería que lo hiciese. ¿Por qué había tenido que ir a despedirse? Hubiese sido mejor pasar la noche en vela esperando a que la hora del embarque hubiese concluido para comenzar al día siguiente como si nada hubiese sucedido y sin el recuerdo de una conversación imprudente, llena de reproches, de promesas, de mentiras y sobre todo de verdades. Mañana sería un día nuevo para ella, para él, para todos.Agazapada, decidida y quejumbrosa giró sobre sus talones y se deslizó hacia su dormitorio cerrando la puerta muy suavemente. Cuando por fin los golpes cesaron, el sonido de cascos de caballos trajo el presagio de la duda. ¿Qué hubiese pasado si hubiera accedido a hablar con él? ¿Se hubiese marchado entonces? Los sueños forjados antaño se desmoronaban como un castillo de naipes a los pies de su cama y el devastador viento del olvido arrastraba los pedazos hasta recónditos lugares de su mente en donde para siempre quedarían cristalizados.