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La doctrina del shock

Publicado el 10 mayo 2012 por Anticuario
Recientemente pude ver un documental de Naomi Klein en el que se vierten los conceptos contenidos en su libro, "La doctrina del shock".
Según  esta autora, durante la Depresión del 29 se empezó a forjar en la Universidad de Chicago un pensamiento en economía que se dio en llamar liberalismo y que fructificó con la aparición de la Escuela de Chicago, con Milton Friedman a la cabeza, que tanta influencia tuvo en 1973, cuando Allende fue apartado de su cargo (y también de la vida). Y también tuvo influencia en momentos posteriores de la historia, como durante la guerra de las Malvinas y más recientemente en la guerra contra Irak, ocasiones en las que se utilizó el shock como arma de guerra para crear pánico y terror.
La doctrina del shock
Según la citada corriente de pensamiento, la destrucción y desolación creadas por el shock constituían la  oportunidad para un nuevo nacimiento. La destrucción era el punto cero sobre el que construir de nuevo.
En dicho documental, muy interesante por cierto, se afirmaba que  cuando se aterroriza a una persona, llega un momento en que se esfuma cualquier clase de resistencia en el torturado. Es en este momento en que, según cierto documento mencionado en el documental, una persona puede ser sugestionada y "confesar". Vale decir: queda a merced de sus torturadores.
Se me ocurre que un principio semejante puede aplicarse a un colectivo, entediendo la masa social como un único  y pluriforme organismo vivo multi-individual. Si a un colectivo se le aplica cualquier clase de tortura sostenida en el tiempo, puede tener la forma que se quiera imaginar, pero la violencia debe estar presente de forma constante, es obvio que llegado el punto crítico este colectivo estará a merced de su torturador. Es un poco el mismo principio que opera en la tauromaquia, cuando al toro se le va sometiendo de forma continuada a un embeleco, a un engaño, mientras se le va hiriendo en el tercio de picas y en el de banderillas, hasta que al final se le mata. El animal tiene una pulsión a perseguir ese color que su vista miope no identifica como su enemigo. Este instinto de curiosidad, unido al valor y a una estoica resistencia al dolor, es lo que le va llevando a la muerte.
El torturador puede adoptar múltiples formas. Puede ser un agente que utilice la guerrilla, o sea, infringir el máximo castigo posible en la masa en poco tiempo, con acciones de impacto esporádicas y devastadoras. O también puede ser una influencia contínua de apariencia inofensiva, como una ideología transmitida gota a gota a través de un medio de comunicación. En este caso el horror se va administrando poco a poco, en pequeñas dosis, a diario, para así ir conduciendo a ese toro que es la masa hacia un autoaniquilamiento en buena parte involuntario. Es en este punto en que esta masa queda a merced del torturador de turno.
Las formas de la violencia son muchas. No sólo las obvias. Hay otras: mentir es violencia. Tergiversar también. Confundir, desinformar, ideologizar también son formas de violencia. Me pregunto cuál puede ser el impacto que décadas de ideología y manipulación de contenidos pueden ejercer en los consumidores de los medios de comunicación, lo que antiguamente se llamaba "opinión pública".
Si a esta violencia de guante blanco, casi inadvertida, que se va inoculando cotidianamente en el alma de los consumidores se añade la "ración extra"de terror que de vez en cuando surge del cielo, a través de los tsunamis o catástrofes naturales, o del infierno, a través de las guerras, guerrillas y atentados, el organismo de la humanidad parece instalarse en el miedo y someterse al torturador de turno, que siempre es un enemigo de la humanidad, porque prefiere el privilegio y la tiranía de una minoría, aunque el precio a pagar sea el sufrimiento, sometimiento y postración de todo el resto del cuerpo social. Este y no otro, es el contexto en el que se desenvuelven los llamados estados democráticos del también llamado primer mundo.

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