Revista 100% Verde

La ecolocogía de las bayas de Goji

Por Cooliflower

Y he aquí que llegado el quinto día mi padre fue al supermercado. Y entre alborozo y regocijo, mi creador descubrió las bayas de Goji. Y las bayas llegaron a casa para curar y sanar. Y entonces mi padre dijo “muy ricas no están… pero dicen que son buenas para todo”. Y la familia entera asintió con devoción y las apartó, para venerarlas a distancia, en el estante de “algún día las comeré, pero no será hoy” junto al sirope de sauce y las infusiones de sabores singulares. ¡Que así sea!

La ecolocogía de las bayas de Goji

Las bayas de Goji lo curan todo. Así lo demuestra la longevidad de sus consumidores habituales, los habitantes del Himalaya. Bueno… las bayas ayudan y quizá el bajo nivel de estrés, las comidas ligeras, la falta de radiaciones, el nulo impacto de los químicos, la pureza del agua, la limpieza de la atmósfera y que no ven el programa Sálvame, pero como todo esto es imposible de importar, mejor pensar que las bayas nos harán indestructibles. Eso de comer pasas, que se crían aquí al lado, ya está muy “out”. Oiga, ¿Y si me harto de chuletones los efectos serán los mismos? ¿Y cuánto CO2 genera una baya que se trae desde el Tibet? ¡Pero qué clase de preguntas son esas! Hemos dicho que esto es muy sano y sanseacabó.

Y es que resulta cuanto menos raro encontrar establecimientos, muy ecológicos ellos, que en vez de potenciar los alimentos de cultivo próximo y en peligro de extinción, se vuelcan en la importación de productos exóticos y cuasi-milagrosos con beneficios que olvidan el respeto a la economía local, porque sin medios para que la agricultura subsista, no hay salud que valga. La ecología empieza por comer lo más cercano y fresco, lo que menos contaminación genera y alimenta a tu vecino.

Si de verdad queremos respetar nuestro entorno y estar sanos, mejor consumir productos ecológicos cercanos y de temporada (nada de invernadero) y dejar la papaya, el mango, el maracuyá… esos productos lejanos con nombre de baile calenturiento y aprender de los tibetanos que, obsoletos ellos, comen bayas pero no preparan paellas de marisco. Lo mismo es por algo.


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