Revista Educación

La educación de los hijos

Por Mónica Soldevila @mosolvi

No somos responsables de la cara que tenemos pero sí de la cara que ponemos.

Manuel Moncayo

niños jugando

- Mónica Soldevila -

A lo largo de mi experiencia como profesora he podido observar el comportamiento de numerosas familias y analizar la conducta de los niños como consecuencia de éste. Actitudes que parecen insignificantes pero cuyos resultados son de una magnitud impresionante.

No pretendo adoctrinar en una labor tan importante como es la educación de un hijo, de hecho, algunos de estos errores los he cometido yo alguna vez y me cuesta un gran esfuerzo evitarlos, pero sí que me gustaría invitaros a reflexionar con mis observaciones ya que, gracias a mi profesión, tengo la oportunidad de comparar y analizar a otras familias distintas a la mía. Sería muy egoísta por mi parte no compartirlo.

INCONGRUENCIA ENTRE LO QUE DECIMOS Y LO QUE HACEMOS:

Este error es uno de los más frecuentes. Lo cometemos cuando amenazamos al niño con castigos por determinadas conductas negativas y acabamos dejando pasar el tiempo hasta que se olvidan. O cuando le hacemos promesas por sus logros y después no las cumplimos. Esto indica al niño que la autoridad de sus padres es débil y que puede quebrantarla cuando quiera.

El respeto hay que ganárselo siendo coherentes con nuestros actos, proporcionando al niño un modelo a imitar que le dé seguridad. Pues el niño necesita normas para aprender a comportarse y a convivir con otras personas, y somos los padres los que debemos guiarle hasta que aprenda a hacerlo solo.

Piénsatelo bien antes de anunciar consecuencias y no prometas aquello que no puedas cumplir.

Ejemplos de este error se ven cada día en el colegio. El profesor llama al padre para decirle que su hijo, no atiende en clase, no realiza las tareas o molesta a los demás. Entonces el padre se agobia, llama al niño y empieza a lanzar amenazas: no vas a ver la tele en toda la semana, no vas a ir a casa de tus primos, no vas a bajar al parque, te voy a desapuntar de fútbol y, este año, no vas a celebrar tu cumpleaños. Obviamente, todo esto es imposible de cumplir, y si te decidieras a llevarlo a cabo, sería un castigo excesivo además de injusto, ya que las consecuencias deben exponerse antes para dar al niño la oportunidad de evitarlas. De este modo le estarás enseñando que su comportamiento también afecta a otras personas y aprenderá a anticipar las consecuencias de sus actos.

Para corregir al niño basta con una consecuencia sencilla e inmediata:

- Si antes de salir de casa no has recogido todos los juguetes, esta tarde no hay tele.

- El próximo miércoles voy a ir a hablar con tu profesor; si vuelve a decirme que interrumpes las clases y no haces tus tareas, no podrás seguir yendo a tus clases de fútbol.

Y, sobre todo, cúmplelas.

A veces tendemos a subestimar la inteligencia de los niños, y en realidad se enteran de más de lo que creemos; tienen menos años pero no son tontos. Un ejemplo de esto, que recuerdo especialmente, es el de una madre gritando a su hijo desde el banco en el que estaba sentada, para que éste se bajara de las bicis públicas sobre las que estaba jugando. Además de que podía romperlas, también podía hacerse daño. Estas fueron sus frases:

- ¡Javi, baja de ahí! (El niño ni caso)

- ¡Javi, te he dicho que bajes de ahí! (El niño ni caso, pero la gente sí que miraba a la madre por los gritos que daba)

- ¡Jaaaaviiiiiii! ¡Que bajes ya! (Ni caso)

- ¡Mira Javi, ya viene el dueño de las bicis! (El niño seguía jugando a lo bruto encima de las bicis, sin inmutarse)

- ¡Bájate ya de ahí, Jaaaaviiiii! (El niño ya hacía tiempo que había dejado de oír a su madre)

- ¡Uy, ya viene un policía! ¡Ahora verás! (El niño ni caso)

Es normal que el niño no haga caso, probablemente estará acostumbrado a los gritos de su madre. Sabe que no va a venir el dueño de las bicis ni la policía y que al final su madre se cansará de gritar y se pondrá a hablar con sus amigas. Habrá ganado la batalla.

Lo que hay que hacer en este caso es llamarle una vez. Si no obedece, te levantas, lo coges (ahora que todavía puedes con él; en la adolescencia no podrás) y lo sientas a tu lado. Si intenta irse, lo sujetas. Por su puesto, el niño protestará, le dices que le has llamado y no te ha hecho caso así que tiene que dejar de jugar un rato para que podáis hablar. Cuando se le pase la rabieta (lo normal es que tenga una) le dices que las bicis públicas no son un juguete, que puede ir a jugar pero que, si vuelve a subirse a las bicis, os iréis a casa. Y, sobre todo, si se sube cumple tu palabra. Os tendréis que ir.

Es curioso como en ocasiones tendemos a echar la culpa a otra persona imaginaria. Ésta suele ser la policía o el dueño de algo. ¿Qué estás intentando enseñarle a tu hijo? ¿Que quien quiere que se porte bien es otra persona y no su madre o su padre? ¿Que si fuera por ti le dejarías hacer lo que está haciendo? Entonces te estás quitando autoridad y respeto. Además de que le estás mintiendo ya que si realmente viniera el responsable de las bicis o la policía, te buscaría a ti para recriminarte lo que está haciendo tu hijo.

Por la misma razón, si quieres que tu hijo confíe en ti, no digas mentiras delante de él, ni le pidas que las diga por ti. Si no, ¿con qué derecho vas a exigirle que no te mienta? No debes ni si quiera mentirle aunque sólo sea para evitarle un sufrimiento. De este modo le demostrarás que puede confiar en ti pase lo que pase. Los niños son muy sensibles ante los problemas y se dan cuenta de todo. Si hay un problema en la familia debemos hablarlo con los hijos, ya que el hecho de percibir que pasa algo que nadie te cuenta produce mucha más angustia. Y no vale la frase: “El niño es pequeño y no se entera de nada”. Los niños se enteran de todo, especialmente si hay problemas de pareja y se está barajando una separación. Además, cuando son muy pequeños, debido a que todavía no han pasado la etapa egocéntrica, tienden a creer que es por su culpa. Y el hecho de no explicarle cuál es el problema ni qué vamos a hacer para intentar solucionarlo, alimenta ese sentimiento de culpabilidad.

LLENAR VACÍOS CON OBJETOS MATERIALES:

Muchas familias que no tienen tiempo para estar con sus hijos intentan llenar el vacío con regalos: juguetes, ordenadores, teléfonos móviles, consolas… a los que luego el niño dará el valor directamente proporcional al esfuerzo que le ha costado conseguirlos, o sea, nada. Y pensará que todo en la vida se consigue sin esfuerzo. Es importante recordar que no hay nada que pueda sustituir el vacío que los padres dejan cuando no pasan tiempo con sus hijos.

En las familias de padres separados puede ocurrir, además, que los progenitores compren todos los caprichos a su hijo por miedo a que quiera más al otro.

NO RECONOCER LAS LIMITACIONES DE LOS HIJOS:

Si ya es difícil reconocer nuestros propios defectos, el reconocer los defectos de los hijos todavía lo es más. Este error consiste en exigirles habilidades que no poseen o en negarse a reconocer las dificultades o problemas de los hijos. Esta actitud es común en el colegio, cuando el padre niega, por ejemplo, que su hijo pueda tener un comportamiento disruptivo en clase; echando la culpa al profesor, a los otros compañeros o incluso a los padres de los compañeros por haberse quejado de su hijo.

No hay nada malo en reconocer un problema y trabajar sobre éste para corregirlo. De hecho quienes lo hacen consiguen encauzar el comportamiento de sus hijos.

La frase: “Todavía es pequeño, ya se portará bien cuando crezca” no vale. Debemos educar desde el principio, antes de que sea tarde.

Recuerdo un incidente que me ocurrió a mí personalmente. Se me quedó grabado en la memoria. Supongo que por el hecho de pasarme a mí y ser algo tan desconcertante:

Estábamos mi hija de 2 años y yo jugando en la zona común de nuestro apartamento y había otra niña de 4 años con su abuelo. Los dos nos sentamos en un banco mientras las niñas jugaban. Al poco tiempo de estar allí, aquella niña, de carácter fuerte, estaba intentando obligar a mi hija a que hiciese algo que no quería hacer; insistía de una manera muy brusca en que le obedeciera. Mi hija, que también tiene el carácter fuerte, se negó y le dijo que ya no quería jugar más. Entonces, como quien no acepta un no por respuesta, la empujó y la tiró al suelo mientras se burlaba de ella. Mi hija intentaba levantarse mientras lloraba pero su agresora la tenía cogida de los pies para que no pudiera hacerlo.

Fue entonces cuando pensé: “¿Y este hombre no piensa decirle nada a su nieta?”

Efectivamente, no pensaba decirle nada porque allí estaba mirándolas, mientras que a mí se me empezaban a poner los pelos de punta.

Al poco tiempo, mi hija, consiguió levantarse y correr hacia mí llorando mientras me llamaba para que la cogiera, la pobre, con dos añitos: -¡Mami, mami! ¡Me está pegando!

Entonces, la otra niña, que le doblaba la edad, la adelantó y se le puso delante con los brazos abiertos mientras le decía: – ¡No vas a pasar! – y se burlaba imitando sus sollozos.

Ahí ya pensé: “¡Pero bueno! ¿Este hombre es tonto o qué le pasa?”

Intenté esperar un poco más a ver si es que el hombre era de efecto retardado, pero nada. Las niñas llegaron donde yo estaba, afortunadamente mi hija es muy atlética y se defiende muy bien corriendo y esquivando, pero su “amiga” seguía sin dejarla pasar. Entonces las separé y le dije a la otra niña que dejara ya de fastidiarla que estaba llorando. De repente, sin mediar palabra, le clavó las uñas en el brazo con todas sus fuerzas.

Y allí seguía el abuelo, mirando, justo sentado a mi lado. Y pensé: “¡Igual es que no lo ha visto!” Así que le dije a la niña: – ¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué le has clavado las uñas? – Con la intención de que me oyera el abuelo. Entonces, la niña, levantó la palma de su mano hacia mí, como si fuera a pegarme, y puso cara de que me iba a matar.

Dentro de mí seguía preguntándome: “Este hombre o no se entera de nada o es que tiene alguna enfermedad rara, porque esto no es normal” – Así que pensé: “Voy a describir lo que hace su nieta a ver si le dice algo ya”. Y le dije a la niña: – Ay, qué cara de mala me estás poniendo. ¿Es que me vas a pegar a mí también?

En eso que el abuelo, se gira hacia mí y me dice:

- Oye ¿Por qué le dices mala? ¿Es que tú no sabes hablar con niños?

“¿¡Qué!? ¿¡”Cuálo”!? ¿¡Cómo!? ¿¡Mande!? ¿¡Estoy realmente escuchando estos palabros!?”

Imaginaos la cara que se me puso en ese momento… Fue esta:

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Pero saqué mi instinto maternal y pensé: “¿Este tío me va a intimidar a mí? ¿Delante de mi hija? Yo, con 14 años de experiencia con niños, directora durante 5 años de un colegio de características educativas especiales (por conflictivo), con un máster de mediadora en conflictos, que he mediado en conflictos importantes (igual que el Rey), que he incoado expedientes disciplinarios… ¡No way, my friend!”

Así que le respondí: – Le he dicho que está poniendo cara de mala, que no es lo mismo que decirle mala. Si no te gusta como corrijo yo a tu nieta, hazlo tú que para algo eres el responsable. No voy a quedarme mirando como pega y tortura a mi hija mientras tú no haces nada.

Debí impresionarlo porque no contestó. Sólo dijo: – Ah.

Me llevé a mi hija a casa y decidí que mientras esa niña estuviera con su abuelo, nosotras no bajaríamos a jugar. La verdad es que cuando está con su madre las cosas son distintas ya que ella sí que la corrige. En ese momento comprendí muchos de los comportamientos y berrinches de la niña: no soporta perder en ningún juego; sólo se lleva bien con los niños que le obedecen; si juega con niñas mayores a las que no puede dominar coge unas rabietas impresionantes…

Pero esto no acabó aquí, cuando intentamos irnos, la dulce niña se puso en la puerta con los brazos y las piernas extendidos para impedirnos el paso, diciendo: – ¡No vais a pasar! – Así que la cogí y la aparté yo. Como dato curioso remarcar que el abuelo allí estaba mirando y ni la llamó. Igual es que piensa que sólo hay que actuar cuando tu hija es la víctima y que si es la acosadora no hace falta hacer nada. Muy bien, Sr. Abuelo, así su nieta pensará que tiene derecho a pegar a otros niños, más pequeños o más débiles que ella, para obligarles a cumplir su voluntad.

En el ascensor aproveché para hablar con mi hija que no dejaba de decir que le habían pegado. Le dije: – Has hecho muy bien no permitiendo que te obliguen a hacer algo que no quieres hacer. Tú no has tenido la culpa y mamá está orgullosa de ti. Hay niños que, siendo mayores que tú, todavía no entienden que no hay que pegar.

Mi hija también pasó por una etapa en la que pegaba para conseguir lo que quería. Nos costó mucho corregirla pero lo conseguimos. Ahora intentamos ser justos y coherentes en su educación. No podemos controlar lo que hacen otras madres, padres o abuelos, pero sí que podemos hacer que un incidente se convierta en una lección para el niño, ya que esto es la vida real, no todo es justo siempre.

Mi hija al día siguiente ni se acordaba; buscaba a la otra niña para jugar. Y es que las cosas de niños, se quedan en cosas de niños.

SOBREPROTECCIÓN:

Es cuando los padres impiden la autonomía de los hijos, realizando trabajos que están perfectamente capacitados para hacer y que deben hacer por sí mismos. Este tipo de padres busca evitar a los niños todo tipo de sufrimiento o dificultad. El resultado es un hijo inseguro e incapaz de superar las dificultades de la vida, que piensa que sus propias necesidades están por encima de las de los demás, incluyendo leyes y normas sociales.

Deja que pase por situaciones que tenga que superar solo ya que la frustración forma parte de la vida y ésta tendrá la importancia que uno le dé, según su personalidad. Puedes tomarte las cosas a la tremenda o afrontarlas con determinación. Debemos enseñar al niño a superar sus propios fracasos con paciencia y fortaleza:

  • No le concedas todos los caprichos.
  • Si hace algo que no está bien y le riñes, no cedas porque se ponga a llorar.
  • No acudas corriendo cuando llore por pequeñas cosas.
  • Enséñale que las tareas se empiezan y se terminan, cueste lo que cueste.
  • Sé su modelo a imitar: verbaliza tus pensamientos en voz alta, cuando las cosas no te salgan bien, y actúa en consecuencia.

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