Edith Cavell fue una enfermera que formó parte de la Cruz Roja durante la Primera Guerra Mundial. Su historia no habría trascendido, se habría quedado en la larga lista de mujeres que colaboraron durante la contienda a curar enfermos, si no fuera porque Edith Cavell fue ejecutada. El ejército alemán descubrió su doble vida. Y es que Edith no era sólo enfermera. Además de cuidar de los soldados heridos, los ayudaba a escapar de las zonas ocupadas por los alemanes. A pesar de la presión internacional, sobretodo de países neutrales, Alemania no dudó en terminar con su vida. Fue un gran error. Edith se convirtió entonces en un mito y un icono para la propaganda aliada.
Una muchacha solidaria
Edith Cavell nació el 4 de diciembre de 1865 en una localidad cercana a Norwich conocida como Swardestone. Edith era la mayor de cuatro hermanos. Su padre, un reverendo llamado Frederick Cavell, inculcó en sus hijos el amor al prójimo y la necesidad de ayudar a los más necesitados.
Su familia ayudaba a los demás siempre que podía a pesar de no tener demasiados ingresos. Edith empezó a trabajar como institutriz hasta que se formó como enfermera en el Hospital de Londres de la mano de Eva Lucke, quien fue una reputada comadrona.
Comadrona en Bruselas
En 1907 consiguió un trabajo de comadrona en una escuela de enfermería en Bruselas. Desde entonces hasta el inicio de la Gran Guerra, Edith se volcó en su profesión de matrona y enfermera trabajando en distintos hospitales, enseñando en escuelas de enfermería y creando incluso una revista a la que tituló L'infirmière. Su profesionalidad la convirtió en esos años en una de las principales pioneras de la enfermería moderna. Pero su carrera, como la vida de muchas personas en el Viejo Continente, se vio sacudida bruscamente por el estallido de la Primera Guerra Mundial.
Algo más que una enfermera
Edith se encontraba en su Inglaterra natal visitando a su madre cuando en Europa se iniciaba un conflicto bélico que iba a tener magnitudes desconocidas hasta el momento. Volvió rápidamente a Bruselas donde su centro hospitalario había sido puesto bajo la dirección de la Cruz Roja.
En noviembre de aquel mismo año de 1914, Bruselas caía en manos alemanas. Fue entonces cuando Edith no sólo dedicó sus esfuerzos en intentar salvar la vida de un gran número de soldados de todos los frentes, sino que decidió ayudar a los aliados a huir de la zona ocupada. Edith pudo salvar muchas vidas durante casi diez meses. Hasta que fue delatada.
Una ejecución condenada
El 3 de agosto de 1915 fue detenida y trasladada a la prisión de Saint Gilles donde permaneció diez semanas, las dos últimas en régimen de aislamiento. En ningún momento Edith negó los cargos de los que se la acusaba. Admitió con gran dignidad que había acogido en su casa a más de un centenar de soldados británicos, franceses y belgas a los que posteriormente había ayudado a escapar.
La noticia de la detención de la enfermera británica indignó a los países aliados y a otros neutrales como Estados Unidos, que aún no había entrado en guerra, y España. Estos países pidieron que se aplicara la Convención de Ginebra según la cual se debía proteger al personal sanitario. Pero, a pesar de las distintas peticiones de clemencia y de la oposición de algunos altos cargos alemanes, la ejecución tuvo lugar el 15 de octubre de 1915.
Su cuerpo fue enterrado junto a la prisión de Saint Gilles hasta que pudo ser trasladado a Inglaterra, una vez finalizada la guerra. Después de un memorial en su recuerdo en la Abadía de Westminster, fue enterrada en Norwich.
Un símbolo de valentía
Edith Cavell murió convencida que había hecho lo que debía, ayudar a los demás. Su muerte se convirtió en todo un símbolo de valentía y su figura se convirtió en un icono de los aliados a la vez que volcó sobre Alemania una imagen de barbarie irracional.
Edith fue, sin duda, una gran enfermera que llevó a las últimas consecuencias sus ideales.