Revista Arte

La esencia del Arte es ajena a sus autores y trasciende sublime la intención y la memoria.

Por Artepoesia
La esencia del Arte es ajena a sus autores y trasciende sublime la intención y la memoria.
¿Qué es la esencia del Arte? Es un fluir indeterminado que va de una idea plástica a un ente posterior totalmente autónomo y universal. Es una profecía no expresada antes pero autocumplida después. No tiene nada que ver con la representación formal de lo expresado la esencia del Arte, es lo que se ve luego de que la obra de Arte haya sido compuesta, nunca antes. Hay elementos referentes que con el tiempo van creando poco a poco esa esencia artística. Pero para que hayan o existan esos referentes el ojo observador, que es siempre en el Arte el que traduce esa esencia, debe conocer y sentir previamente ciertas cosas ya vividas. Otros referentes luego se irán incorporando a medida que la raigambre artística de lo creado asiente así su poder alegórico. Cuando el pintor neoclásico inglés Joshua Reynolds (1723-1792) sintiera la necesidad (referente inicial) de crear un retrato infantil, entendió que la representación clásica de una niña debía ser compuesta ahora de una forma diferente. En los procesos inconscientes de lo artístico se guarda, secreto, el sentido más misterioso de lo sublime. Podía el pintor clásico haber compuesto a una niña de frente, mirando agradable al espectador y sonriente. De pie incluso, o jugando o admirando o tocando el frágil pétalo preciso de una delicada flor... Sin embargo, nada de eso compuso por entonces el pintor británico. Decidió el pintor retratar a la pequeña ahora sentada en el suelo de una campiña, de perfil, solitaria, con la mirada inquieta y con sus manos, recogidas, sosteniendo así, inevitable, su asolado corazón. Se exhibió por primera vez en el círculo reducido de la Real Academia en el año 1788 como Una niña pequeña. Pero, dos años después de la muerte del pintor, en 1794, un grabador interesado en la reproducción impresa del cuadro, Joseph Grozer, bautizaría entonces la obra con un nombre muy determinante para su esencia artística (segundo referente, alegórico): La edad de la inocencia.
La obra no se presentaría en la Galería Nacional sino hasta el año 1847, entonces con el título que Grozer le había puesto cincuenta años antes. Para ese año ya habían pasado las calamidades históricas más terribles que Europa no habría vivido en siglos. Porque hasta aquel año 1788 el mundo todavía tendría ese aspecto de inocencia tan bendita que la imagen de Reynolds había compuesto entonces (tercer referente, histórico). Cuatro años después sobrevino la violenta revolución francesa tan feroz, luego las guerras con Francia y después las sangrientas batallas napoleónicas y sus secuelas de pobreza. El mundo había para entonces perdido aquella inocencia tan sublime que el pintor neoclásico hubiese decidido expresar así en el año 1788. Esta fue la esencia del Arte de un cuadro clásico que, por entonces, todavía no habría llegado siquiera a comprender bien el pintor. Pero, aun así, Reynolds pintaría en su obra también los rasgos representativos de un cierto ánimo infantil sobrecogido y fatalmente premonitorio. Ese que la inocencia pueda llegar a presentir a veces sin saber absolutamente nada de lo que signifique. La edad o periodo de la inocencia es una realidad personal o social que caracteriza siempre a nuestro mundo. En lo personal la situamos en la infancia, ya que es lo más evidente y natural, aunque pueda llegar a sobrepasar esos límites y vagar incluso por etapas o momentos diferentes. Socialmente se da también siempre porque la inocencia entonces actúa como un valor ambivalente, es decir, proviene tanto de la propia natural tendencia personal de los seres que la tengan como de una promocionada tendencia social causada por las fuerzas oscuras de una parte de la sociedad a la que esa inocencia misma le interesa. Porque siempre es más fácil manipular, orientar, dirigir o planificar tendencias en los seres inocentes. Lo que sucede es que, ante el advenimiento de un descalabro trágico incontrolado, la sociedad, como los seres que la pueblan, transformarán entonces su inocencia para no volver a sentirla. 
Pero, como las vidas sucesivas y sus cambios, las generaciones morirán y nacerán y volverán otra vez a querer sentir aquel dulce periodo azul de la inocencia... Entre tanto, siempre algo habrá cambiado para siempre. Pero ahora, sin embargo, pasado ya el momento de su fatal recuerdo inevitable, la voluntad y los deseos primorosos, tan llenos de confianza, seguirán mostrando aquel afán por querer brillar feliz en la inocencia. El Arte y su esencia entonces podrán venir a expresar, desdeñosos, un recuerdo reminiscente que debería sernos muy útil en momentos, por ejemplo, como este. Recordar con el Arte que la edad de la inocencia es un periodo concreto en el pasado, no una vivencia permanente o un momento voluntario que deba así volver, inmaduro, cuando entonces se requiera deseoso. Esta esencia artística necesitada para comprenderlo fue el gesto iconográfico que, sin imaginarlo así del todo entonces, el pintor neoclásico plasmara ya en su inocente visión de la memoria... Porque fue la sutil emoción del Arte, no exactamente el pintor, fue la esencia del Arte, no una representación meramente artística, la que se plasmaría finalmente en ese gesto infantil de la inocencia. ¿Qué inocencia no se abrumará, sin saberlo, ante un paisaje nuevo e incomprensible? La inocencia tiene eso, que vive, infeliz, ante lo desconocido o ante lo imprevisto sin mostrar un ápice de emoción resentida, asimilada, ofuscada o maldiciente. Pero, sin embargo, hay una emoción que la inocencia presiente a veces de una forma absolutamente inconsciente. No se realiza esa emoción nunca en el consciente, ni durará mucho tampoco, es apenas un instante, un momento fugaz y desatento que sorprende. Entonces la sensación infantil se reconcilia ahora con la reminiscencia, porque es cuando el recuerdo generacional apenas viene a mostrar ahora lo que es imposible recordar entonces con ningún sentido: que alguna vez pasaron cosas que deberían seguir siendo aún reconocidas. Pero no, no volverá de nuevo a sentirse eso hasta que algo, muy trágico, las vuelva a mostrar ya decididas... Sin embargo, hay un lugar en el mundo que dispone de los referentes estéticos para recordar también ese atisbo de inocencia: es en el Arte y en su esencia sutil y poderosa. Una sensación tan fugaz como involuntaria, tan sublime como manifiesta, entre los ajenos recursos artísticos de un pintor y su gloria.
(Óleo La edad de la inocencia, 1788, del pintor neoclásico Joshua Reynolds, Tate Gallery de Londres.)


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