Revista Arte

La eternidad es sólo un momento; el error de dividir el tiempo, y el Arte.

Por Artepoesia
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En la antigua ciudad de Elea, en la costa tirrena del sur italiano, nació uno de los más grandes pensadores griegos. Parménides de Elea (530 a.C- ? ) fue un sabio griego fundamental en la Historia de la Filosofía. Él definía la realidad como única, compacta, de forma esférica, inmóvil, estable. Para Parménides la eternidad tiene todo el sentido, pero no como algo lejano e infinito, sino como una negación total del tiempo. Es -según el pensador griego- la absoluta identidad de lo real consigo mismo; de aquí la esfericidad como algo definido en el espacio de lo real. Pero sin fin, por su absoluta falta de límites. Podemos andar y andar por su superficie, siempre volveremos al principio, para luego volver a regresar. Sin fin, pero tampoco sin principio...
El escritor y dramaturgo anglo-irlandés John B. Priestley (1894-1984) estrenó en 1937 en Londres su obra teatral El tiempo y los Conway. Se trataba de un libreto extraordinario, nadie antes se había atrevido a representar historias de la vida de una familia contándola en dos momentos temporales diferentes, y justificándola además con una clara alusión a la precognición; a la esclavitud del tiempo ineludible, del cual no podemos escapar, pero del que tampoco podemos culpar de nada, ya que todo es lo mismo, todo se vive en un único y grandioso momento vital. Se inicia la obra en el año 1919, después de haber superado el drama devastador de la Primera Guerra Mundial. Los miembros de una familia burguesa inglesa divagan sobre las nuevas oportunidades de vivir ya en paz de una vez para siempre. Nunca volverá a suceder otra vez, y tan pronto, algo tan horrible de nuevo. Se muestran confiados y alegres. Continúa la obra, pero ahora han pasado ya casi veinte años. En este nuevo momento, en el prebélico año 1937, todo ha cambiado absolutamente en la familia desde aquel 1919. Ninguno de aquellos sueños maravillosos fue posible. Lo que ahora sobrevenía, volvía, era aún peor. No se había aprendido nada. Toda la desgracia sin embargo fue preconcebida ya por uno de sus miembros en aquella tarde de 1919. Es ahora cuando el tiempo regresa veinte años atrás de nuevo para, en un último acto, finalizar la obra. 
Su autor se basó en un ensayo, Un experimento con el tiempo, de J.W. Dunne (1875-1949). En nuestras vidas sólo somos conscientes del tiempo presente, el que vivimos. Tanto el pasado como el futuro son sólo representaciones, o de la memoria o del inconsciente. Pero, si la conciencia pudiera ser liberada, desatada, ¿qué pasaría? En el sueño, en ese período de dominio del inconsciente, es cuando se simultanea el pasado, el presente y el futuro. Es decir, sucede en el mismo instante todo. La sucesión del tiempo lineal es una recreación -por tanto es algo subjetivo- de la conciencia humana. ¿Qué es la intuición?, no tiene ésta explicación científica ni racional. La causa, aquí, se ignora. Sólo se sabe el resultado, sólo intuímos que eso puede suceder, pero no podemos probarlo. No hay causa. Si no hay causa no hay tiempo. Es la sincronicidad, el que dos sucesos estén vinculados pero sin explicación racional, sin causa formal, como si el tiempo no obligara a que existiese un antes y un después para explicarlo. 
Por esto la esfera de aquel filósofo griego nos ayuda a entender algo que toda nuestra vida se concentra en un espacio abierto y cerrado a la vez, de ida y de vuelta, de causa y de efecto, predecible pero aleatorio. Que si el tiempo en esa esfera existe es en su localidad, pero no en su globalidad. Así es como podemos escapar de la angustia del tiempo, de su esclavitud.
Eugenio Lucas Velázquez (1817-1870) es uno de los tantos pintores españoles desconocidos. Romántico por etapa y por su estilo, vivió sin embargo en el apogeo extraordinario de la influencia del genial Goya. Es el áura del maestro lo que ensombreció su fama. Pero consiguió, como buen discípulo, reflejar en su pintura dos cosas fundamentales para el Arte: la capacidad de sublimar, como Goya, la crítica de una sociedad ya acabada; y, a la vez, ser un maravilloso precursor de lo que sería el Impresionismo posterior. Como en la obra de Priestley, el pintor Lucas Velázquez nos ayuda a comprender que, aunque no quisiéramos, no estamos sino esclavizados. Sujetos a algo que nos deviene en lo mismo siempre, repetir nuestros errores, siendo autocomplacientes además, pensando que las cosas, los sucesos, tenderán a cambiar con el tiempo, a mejorar porque sí. Esa es nuestra condena, ni entender que el tiempo no existe, ni comprender que lo que nos salva es sólo nuestra capacidad de aprender, de no olvidar, y de avanzar, además, como si la vida no nos fuese en ello.
(Cuadro Un Mundo, de la pintora catalana Ángeles Santos, Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, Madrid; Óleo del pintor andaluz Guillermo Pérez Villalta, Esfera con escaleras, 1986, particular; Obra del gran pintor surrealista René Magritte, Eternidad, 1935; Representación del Uróbolo, símbolo de la eternidad, serpiente que se muerde la cola; Grabado del artista holandés Maurits Cornelis Escher, 1898-1972, Mano con esfera reflectante, 1935; Óleo del pintor español Eugenio Lucas Velázquez, Sábado con desnudos, siglo XIX, Madrid; Extraordinario lienzo del pintor Eugenio Lucas Velázquez, Encadenados, siglo XIX, Madrid.)

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