Revista Expatriados

La excursión del mes. Junio de 2017

Por Spanierin

Un viaje en coche desde Salzburgo hasta Viena tiene una duración de unas tres horas. El viaje en sí, siendo copiloto, no se hace excesivamente largo. Lo malo es que lo único que se puede ver por la ventanilla son árboles, más árboles y algún que otro cartel que indica la ciudad más cercana a la próxima salida de la autopista.

A lo largo de una semana estuve emocionándome con la idea de ir a Viena por tercera vez. El motivo de la visita iba a ser, esta vez, renovar por fin mi pasaporte, que había caducado en el mes de febrero y que por pura pereza llevaba aún de esa guisa en el bolso. Diré que esa pereza se debe a esas tres horas de camino (sólo de ida) que necesito para ir desde aquí hasta la embajada española en Viena...

Bien, en cualquier caso, un día me animé, recorrimos esa distancia y allí me planté. El policía que nos atendió en la puerta y nos pidió que nos identificáramos fue muy agradable. Me hizo hasta ilusión ver a un policía español por estos lares, no me había pasado nunca. Nos pidió que fuéramos hasta una ventanilla que estaba al final de un pasillo y nos dijo que allí nos atenderían.

Y allí comenzó la pesadilla del día.

Había dos mujeres al otro lado de esa ventanilla. Una de las dos, para mi desgracia, salió poco después de llegar yo porque tenía una cita con dos personas que estaban allí esperando y entró con ellos en una sala. Y a mí me tocó la otra. Una señora con gafas y cara de malas pulgas que se ve que un viernes a las 12:00 ya no tiene más ganas de trabajar, de vivir, o qué sé yo, y que le da por pagar su mal humor con quien pasa por allí.

Le dije que venía a renovarme el pasaporte y que me habían dicho por teléfono que no necesitaba cita, sino tan sólo llevar el pasaporte antiguo y pagar las tasas.

Funcionaria: Y la foto.

Yo: ¿Cuántas eran, una o dos, que no me acuerdo?

Funcionaria: ¿Estás inscrita en la embajada?

Yo: Sí...

Funcionaria: Pues entonces sólo una.

Vale. Tranquila, que no hace falta ser amable. Coge todas las cosas. Se sienta en un escritorio que hay detrás de esa ventanilla. Se pone a hacer algo con el ordenador.

Funcionaria: Pues yo no sé si esta foto me la van a coger en la policía, ¿eh? Está muy pixelada.

Yo: ¿Y qué significa eso?

Funcionaria: Que la foto está muy pixelada y no sé si me la van a coger.

Yo: Ya, ¿y yo qué hago?

Funcionaria: ¡Que no estoy diciendo nada! ¡Sólo que no sé si la policía me va a aceptar esta foto!

Yo: Vale, pero es que sólo tengo otra y es más antigua, esa no va a valer.

Funcionaria: No, si es antigua no vale, tiene que ser reciente.

Yo: Pues esa es la más reciente que tengo.

...

Se acerca de nuevo a la ventanilla, me entrega un papel por debajo de la ranura...

Funcionaria: Lee los datos y si estás de acuerdo firma en ese recuadro sin tocarlo. ¡Ponte en esa mesa! ¡Siguiente!

Ponte en esa mesa significaba moverte exactamente 30 cm. de distancia. No era más. Lo importante creo que era quitarme de su vista. Bien. Leo el papel. Lo firmo. Sin tocar el recuadro. Se lo devuelvo. Me entrega un trapito y me dice que limpie la pantallita donde voy a tener que poner mis dedos para que escanee mis huellas dactilares. Lo limpio.

Funcionaria: Devuélveme el trapo.

Vale, perdón... pensé que tal vez tenía que limpiarlo antes de poner cada dedo, pero vale, no hace falta esa entonación...

Pongo un dedo. Me dice que apriete. El bebé no se alegra ahora mismo de que mamá haga esfuerzos corporales...

Funcionaria: El otro dedo.

Lo limpio un poco en el jersey, que está sudado y no quiero dejar manchas en la pantalla, y la oigo gritar:

Funcionaria: ¡Pero no te limpies!

Vale, no me limpio. Dedo sudado en la pantalla. De nuevo aprieto. De nuevo el bebé se revuelve.

Me dice que son 26,02 euros. Le entrego 50,02.

Funcionaria: ¿No lo tienes suelto?

Yo: Pues mira, no, acabo de ir al cajero y eso es lo que me ha dado.

Y, de hecho, le abro la cartera y se la enseño para que vea que no llevo ningún billete más.

Funcionaria: Claro, es que en el cajero no te dan monedas. Ahora voy a tener que llamar para que me lo cambien, porque no tengo cambio, mira.

Y empieza a hacer muecas. Y le grita al que está detrás de mí en la cola:

Funcionaria: ¿Tú no tendrás cambio?

Y, literalmente, obligó al pobre chico a que me cambiara un billete de 50 euros para cobrarme el dinero exacto. Que no digo yo que no pueda tener más de cierta cantidad de dinero en la caja, pero oye... a mí sólo me habían dicho que había que pagarlo en efectivo y no con tarjeta, ¿yo qué voy a saber si hay que llevarlo exacto o no? En fin...

Me dice, a continuación, que me llegará un correo electrónico cuando el pasaporte esté de vuelta en la embajada.

Yo: ¿Y no lo podrían mandar al consulado de Salzburgo? Es que vivo en Salzburgo y venir hasta aquí sólo para recogerlo...

Funcionaria: Vale.

Aunque su cara indicaba otra cosa... A continuación veo que se gira, preparada para irse.

Yo: Perdona, ¿tenéis alguna ventanilla de información? Es que tengo unas preguntas por lo del embarazo, el bebé y eso.

Se gira. Me mira de arriba a abajo.

Funcionaria: Sí. Yo.

Le hago mi pregunta. Me contesta. En el mismo tono borde que durante todo el rato. Se gira y se va. Vaaaale... tranquila, que si eso ya llamo por teléfono a ver si, con un poquitín de suerte, no me atiendes tú sino un hombre muy amable que hay siempre que llamo y me ayuda un poco más...

Y hasta aquí el fin de mi tercera excursión a Viena, porque después de aquello se me quitaron todas las ganas de seguir dando vueltas por la ciudad.

En resumen: puedo entender que un viernes, una hora antes de cerrar, uno no tenga más ganas de trabajar. Pero, sinceramente, yo tampoco tengo ganas de meterme 6 horas de viaje embarazada en pleno verano para estar exactamente 5 minutos delante de un mostrador y que me traten de esa forma tan desagradable.

Y me da lástima ver que hay funcionarios españoles así trabajando en otros países del mundo. Justo delante de mí había otra señora en esa ventanilla que sólo hablaba alemán, y cuando terminó de hacer sus trámites se fue criticando a la señora funcionaria. ¡No me extraña! Qué triste que una persona así tenga que estar de cara al público, ya no sólo atendiendo a los españoles sino a cualquiera que vaya hasta allí...

A ver si con suerte me mandan el pasaporte al Consulado y no de vuelta a Viena, porque vistas sus ganas de trabajar, empiezo a pensar que me lo van a mandar a Viena y me va a tocar ir otra vez hasta allí a recogerlo. Y, sinceramente, no me apetece tener que ver a esa señora otra vez...


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