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La ‘extraña muerte’ del conductismo radical

Por Davidsaparicio @Psyciencia
  • La ‘extraña muerte’ del conductismo radical

El conductismo ha muerto. Un capítulo corto en la historia de la Psicología. Acusado desde el principio como corto de miras y simplista, fue obviamente reemplazado por la revolución cognitiva hace ya bastantes décadas. Esta perspectiva es la que se transmite comúnmente en libros de texto, revistas y publicaciones populares (Baron-Cohen, 2014; Miller, 2003).

Ser conductista parece ser pertenecer al pasado, ser un vestigio de la Psicología. Parece ser una sorpresa para algunos, entonces, que el conductismo radical -y su ciencia y análisis de la conducta-  de hecho está prosperando. Parafraseando a Mark Twain, “los informes sobre la muerte del conductismo han sido enormemente exagerados”.

Lejos de haber llevado a una histórica muerte absoluta, las ideas del conductismo radical forman una parte importante de nuestro presente psicológico. Y son precisamente esas ideas las que están haciendo que el conductismo radical se esté posicionando en una posición claramente ventajosa. Dado que sus principios, términos y teorías se están convirtiendo poco a poco en parte del pensamiento popular, es difícil distinguirlo de otros modelos y posturas. Aquí tendremos algunos ejemplos.

La construcción social de la ciencia

Skinner definía el conductismo radical como la filosofía de la ciencia de la conducta. Conducta, para el conductismo radical, se refiere a todo lo que un organismo hace, lo que para humanos incluye experiencias privadas como pensamientos y emociones. Esto es lo que lo diferencia de formas tempranas de conductismo, que se centraban sólo en las conductas públicas y observables. De hecho, ese es uno de los motivos por los cuales es llamado radical.

Lo que es menos conocido es que el conductismo radical desecha la idea de que el mundo puede ser objetivamente conocido, y asume el conocimiento científico como una construcción social. Para el conductismo radical, la ciencia es una forma de conducta humana (muy especializada) por lo que es objeto del mismo análisis contextual que cualquier otra conducta.

El conductismo radical rechaza de pleno esta idea positivista, y se posiciona como totalmente aontológica

Con sus orígenes en el pragmatismo americano de William James, John Dewey y Charles Pierce (Menand, 2001, el conductismo radical toma a la ciencia como un método para encontrar maneras útiles de hablar y relacionarse con el mundo, y no como un método para descubrir la verdad última o la naturaleza de la realidad. De hecho, esa tarea es imposible, porque ninguna ciencia podrá jamás aportar una perspectiva no sesgada sobre su materia de estudio.

Lo que subyace a la visión de la ciencia dada por el conductismo radical es “invención” (Hayes&Follette, 1992). Describe la ciencia como el proceso por el cual nosotros inventamos (en el sentido creativo de formular o disponer) maneras de hablar del mundo que son útiles. Mientras que es posible que exista un mundo real ahí fuera, nosotros jamás podremos conocerlo de manera objetiva. Esta visión de la ciencia contrasta con aquella que la describe como un proceso de descubrimiento, mediante el cual vamos iluminando poco a poco la verdad última de la naturaleza. El conductismo radical rechaza de pleno esta idea positivista, y se posiciona como totalmente aontológica (Barnes-Holmes, 2000).

Aunque a veces pueda ser entendido como mecanicista, el conductismo radical es mejor entendido como una variante de contextualismo filosófico (Hayes y otros, 1988). El contextualismo cubre un amplio rango de modelos filosóficos, incluyendo al constructivismo social, que es actualmente popular en ciencia psicológica (Gergen, 2001) y su particular relevancia para la práctica clínica (Rapley y otros, 2011). Viniendo desde la misma postura filosófica, no es sorprendente que el constructivismo social y el conductismo radical tengan mucho que ver relacionados con los asuntos típicos en la práctica clínica. Por ejemplo, la reserva de la Sociedad Británica de Psicología (BPS, 2011) sobre que el manual diagnóstico DSM descontextualiza el problema de las personas y se pierde su carácter personal es totalmente compartida por los principales analistas de conducta (Hayes y otros, 2011).

El aprendizaje como un proceso evolutivo

En los últimos años la psicología evolutiva ha ido relacionando la conducta humana con el marco teórico darwiniano. Las habilidades y capacidades humanas son concebidas como adaptaciones psicológicas en el mismo sentido en que nuestro cuerpo obedece a adaptaciones biológicas. Una de las mayores críticas que se hace a esta suposición de la psicología evolutiva es que el supuesto contexto que favoreció el desarrollo de habilidades humanas es histórico y por tanto inobservable e inmedible; de esta manera, dichas críticas remarcan que las explicaciones de la psicología evolutiva son especulaciones y poco más que historias “porque sí”. (Rose&Rose, 2000).

El contextualismo funcional también entiende la actividad humana dentro del marco del darwinismo, pero en su caso dicha relación puede ser estudiada directamente en un presente evolutivo. El aprendizaje es entendido como el proceso por el cual nos adaptamos a nuestro entorno, teniendo en cuenta nuestro periodo vital. Aprendemos cuando variantes conductuales son seleccionadas por el entorno, que hace que sea más posible que se repitan en el futuro. Skinner llamó a este proceso selección mediante consecuencias (comunmente conocido como “reforzamiento”), en el sentido en que las consecuencias causan un aumento o una reducción en la probabilidad futura de la conducta (Skinner, 1987). Tal y como explicó Darwin en relación a la manera en que las especies se adaptan al entorno mediante selección natural, Skinner explicó cómo los organismos individuales se adaptan a su entorno mediante el aprendizaje en su periodo vital. Esto no es sólo una gran especulación o un “porque sí”. La selección natural del comportamiento no es una teoría o una hipótesis, es un proceso directamente observable que ha sido ampliamente estudiado en laboratorio y en situaciones diarias.

El conductismo radical es mejor entendido como una variante de contextualismo filosófico

La “operante” es un concepto central en conducta evolutiva y es el equivalente a la especie en biología evolutiva. Operantes y especies son las unidades en las cuales la evolución y el cambio como variantes individuales son seleccionadas. En biología evolutiva, los organismos viven y mueren conforme la especie evoluciona. En conducta evolutiva, las conductas son seleccionadas conforme la operante evoluciona. La principal diferencia es que en las especies el organismo vive de manera concurrente y se distribuye en el espacio, mientras que en la operante las conductas ocurren de manera consecutiva y se distribuyen a lo largo del tiempo (Glenn y otros, 1992). Igualmente, tanto especies como operantes son moldeadas por la acción selectiva del entorno. No es de extrañar que Skinner haya sido descrito como “el Darwin de la ontogenia” (Donahoe, 1984).

Lenguaje y Psicoterapia

Uno de los más curiosos malentendidos del conductismo radical es que no puede explicar el comportamiento complejo, como el lenguaje. A juzgar por la manera en que se aborda comúnmente este asunto, fue la crítica de Chomsky sobre Conducta Verbal(1957) de Skinner la que asestó el golpe de gracia. Lo que es extraño sobre esa crítica es que, realmente, es totalmente errónea. Sea lo que fuere que Chomsky criticó, claramente no lo hizo sobre la postura funcionalista de Skinner (Andresen, 1991; MacCorquodale, 1970).

Es cierto que los primeros investigadores conductistas se centraron en el estudio del lenguaje centrándose en animales no humanos o en humanos con sistemas lingüísticos poco desarrollados. Igualmente, esa estrategia fue tan sólo el comienzo, y la intención siempre fue dirigir la investigación hacia análisis más complejos en el momento en que fuera oportuno. Fue en el comienzo de la década de 1980 cuando Murray Sidman y sus compañeros realizaron una serie de investigaciones que condujeron a la teoría de la equivalencia funcional (Sidman, 1994) y más tarde a la teoría del marco relacional (RFT: Hayes y otros, 2001). Los detalles de esas teorías van más allá de este artículo, y se podrían resumir en que describen en qué manera los humanos lingüísticamente competentes relacionan y combinan funciones derivadas de los aprendizajes. Dicha habilidad puede sonar trivial, y lo cierto es que es algo que sólo se ha encontrado en humanos: otros animales fallan a la hora de realizar aprendizaje por derivación en relación de equivalencia. Es una habilidad que permite a los humanos enlazar todo tipo de eventos y estímulos (incluidos pensamientos y emociones) de manera arbitraria, lo cual parece ser la diferencia entre el lenguaje simbólico humano y otras maneras de comunicación animal.

Sea lo que fuere que Chomsky criticó, claramente no lo hizo sobre la postura funcionalista de Skinner

Los principios básicos de análisis de conducta, junto a la equivalencia estimular y la RFT, han sido transformados en modelos terapéuticos, siendo los más característicos la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT: Hayes y otros, 2011) y la Terapia Dialéctico Conductual (DBT: Dimeff y Linehan, 2001). Curiosamente, gran parte de los terapeutas que ejercen en la actualidad no están enterados de ello, o en el mejor de los casos no tienen ni idea de la relación de esos modelos terapéuticos con el conductismo radical.

Una asociación con la neurociencia y la epigenética

El conductismo radical está interesado en nuestro funcionamiento biológico y neurológico. A pesar de que se dice que dicha postura ignora “nuestro interior” y lo mira como si fuera una “caja negra”, no es realmente cierto. Skinner (1974) fue muy explícito en ese sentido, y escribió: “El organismo no está vacío, por supuesto, y no puede ser tratado como una “caja negra” (página 233).

En este caso, sin embargo, no necesitamos entender lo que ocurre por dentro para estudiar las relaciones funcionales que tenemos con el entorno exterior. Es muy factible el hecho de que, mientras nosotros desarrollamos la investigación sobre cómo nos relacionamos con nuestro enorme contexto, las neurociencias sigan estudiando nuestro funcionamiento biológico interior. Los datos de una ciencia no invalidarán los datos de la otra en parte porque están respondiendo a diferentes preguntas. Dado que las neurociencias investigan sobre como nuestra neurobiología correlaciona con nuestro comportamiento, no puede explicar el significado contextual de nuestra conducta. Puede ser que nos diga qué ocurre en nuestro cerebro cuando pensamos y hacemos ciertas cosas, pero en ningún caso nos dirá por qué pensamos o hacemos esas cosas. La neurociencia puede identificar qué partes de nuestro cerebro están activas cuando pensamos en jugar al tenis, pero no nos puede decir por qué pensamos en jugar al tenis en primer lugar, ni tampoco el significado que tiene jugar al tenis para nosotros. Esto requiere de un análisis contextual, y ese es el dominio de la psicología (para una mayor discusión sobre niveles cercanos y lejanos a la causación, consultar Alessi, 1992).

Las neurociencias no pueden explicar el significado contextual de nuestra conducta

Lejos de ser extraños compañeros de cama, el conductismo radical contempla a la psicología y a la neurociencia como necesitadas la una respecto a la otra. La neurociencia profundizará en nuestro entendimiento del funcionamiento humano llenando los huecos “temporales” (cómo eventos pasados afectan a nuestro comportamiento futuro). A cambio, la ciencia psicológica ayudará a configurar los puntos interesantes sobre los que los neurocientíficos deberían investigar. Shallice y Cooper (2011), escribieron: “Sin tareas analíticas putativas, interpretar los resultados de imagen funcional es poco más que ver las hojas caer” (p. 186). La neurociencia es dependiente de un análisis contextual coherente para organizar su actividad y darle sentido a sus datos. Las dos ciencias se necesitan mutuamente.

La epigenética es el estudio de la expresión genética y la heredabilidad fenotípica que ocurre sin que se produzcan cambios profundos en la estructura del ADN (Jablonka y Lamb, 2005). Aunque se pensó que podría ser una “estupidez lamarckiana”, hoy en día la epigenética está ampliando nuestro entendimiento de la manera en que nuestro genoma interactúa con el entorno.

Michael Meaney y sus compañeros, por ejemplo, concluyeron como una modificación conductual en ratones podía modificar la expresión genética de sus descendientes, que presentaron conductas estereotipadas moduladas por el ambiente, que moduló la estructura genética.

La epigenética está empezando a entender cómo eventos del entorno afectan a la expresión de nuestros genes en las generaciones actuales y futuras. El análisis de la conducta está a la vanguardia de esta asociación, en parte porque comparte un modelo evolutivo, y también porque el análisis de la conducta está compuesto por un conjunto de teorías y métodos que describen nuestras relaciones contextuales con el entorno, algo que los epigenetistas necesitan con la intención de explicar su impacto en la expresión génica.

Actualizando desde cero

El conductismo radical es descaradamente utópico. La utopía no se concibe ingenuamente como un lugar o destino (el término fue acuñado por Tomás Moro del significado griego antiguo “ninguna parte”, después de todo), sino más bien como un ideal a alcanzar. La intención de la ciencia psicológica es hacer del mundo un lugar mejor, más justo, seguro y sostenible. Este es el valor y la dirección desde la cual el conductismo radical se aleja del sueño utópico. No es raro ver camisetas donde se lee “Salva al Mundo con Análisis Conductual” en conferencias sobre ACT y análisis de conducta. Quizás alguien pase por alto la presunción, pero seguramente no la ambición.

Skinner recibió influencia de las ideas del filósofo del siglo XVII Francis Bacon, quien veía que el propósito de la ciencia era la mejora del Estado del hombre. Para Skinner, problemas sobre el medio ambiente, la polución, la sobrepoblación o la falta de alimentos eran fundamentalmente problema de conducta humana, y quería que la ciencia dijera algo al respecto.

 Muchos de los principios del conductismo radical son aplicados realmente en el pensamiento y la cultura popular

Hoy en día, la ciencia psicológica está jugando un rol incremental en cómo organizamos el comportamiento, y los psicólogos están realizando una contribución positiva en cada nivel de la sociedad. En Reino Unido, por ejemplo, la Administración general del gobierno ha creado el “Behavioural Insights Team” (Equipo de Investigación Conductual) con el propósito específico de usar el conocimiento y los métodos psicológicos para realizar una mejora de la política social. En el NHS (National Health Service), las terapias como ACT y DBT están ayudando a mejorar el bien estar psicológico ofreciendo apoyo para que las personas vivan una vida que tenga más significado. En educación, los psicólogos numerosas intervenciones en grupos de atención especial. En otros campos está sucediendo lo mismo: marketing y negocios, dieta y comida saludable, deportes de élite e incluso conducción segura. El tiempo de que la Psicología marque la diferencia en la sociedad es este, y los modelos explicativos que aporta el conductismo radical tienen un papel principal.

Muriendo de éxito

Fue el historiador Thomas Leahey quién primero escribió sobre la extraña muerte del conductismo radical (Leahey, 1992). Él notó que el análisis de la conducta estaba en realidad en buena forma, y que a lo largo de las décadas ha continuado creciendo.

Muchos de los principios del conductismo radical son aplicados realmente en el pensamiento y la cultura popular. “El conductismo está muerto, larga vida al conductismo”, escribió Steve Hayes reflejando el hecho de que muchas personas realmente practican conductismo radical sin saberlo (Hayes, 1987). Él notó eso hace 25 años y hoy en día es aún más cierto.

En los libros de texto, sin embargo, aún se ofrece esa versión como si el conductismo fuera un movimiento monolítico, cuando la realidad es que está compuesto de muchas variedades muchas de las cuáles sí están realmente muertas. Mezclarlas todas y tenerlas como un único conductismo ha supuesto un malentendido enorme.

El conductismo radical nunca fue entendido de manera dogmática para la psicología, siendo realmente parte del amplio campo que supone el contextualismo

Eso hace que se confunda el trabajo de Watson con el de Skinner de manera muy frecuente, incluso en libros de texto que supuestamente han pasado una revisión académica (Hobbs y otros, 2000).

Skinner predijo que el conductismo radical moriría algún día, y lo haría por su éxito y no por fracasar (Skinner, 1969, p. 267). Entendió que dejaría de ser necesario en la medida en que los problemas del mentalismo y el positivismo lógico se fueran resolviendo.

El conductismo radical nunca fue entendido de manera dogmática para la psicología, siendo realmente parte del amplio campo que supone el contextualismo, y Skinner comprendió que existiría mientras fuera útil. Desde la muerte de Skinner, el conductismo radical se ha definido y se han ampliado sus aplicaciones, extendiéndose y revitalizándose, y ese proceso continúa.

Lejos de ser un capítulo de la psicología del pasado, las ideas del conductismo radical, los principios y la ciencia continúan dando forma y contribuyendo a las discusiones contemporáneas, teorías, práctica e investigación. Quizás ahora es la hora de rehabilitar nuestro entendimiento de una de las más importantes posiciones filosóficas de la psicología moderna.

Traducción del artículo: The Strange Death of Radical Behaviorism de Freddy Jackson Brown y Duncan Guillar publicado en The British Psychological Society.

Ilustración de Fabián Valenzuela

  • José OlidJosé OlidLicenciado en Psicología. Universidad de Málaga. Máster Sanitario de Práctica Clínica en Salud Mental. Trabaja como Docente en Enseñanza en sector privado. Técnico para Desarrollo de la Atención Plena (Mindfulness). Experiencia en terapias individuales y grupales. Formador en ACT.

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