Revista Cultura y Ocio

La forma del agua o un caudaloso río de reivindicaciones de la diferencia, por Eduardo Huaytán Martínez

Publicado el 01 marzo 2018 por Mauro Marino Jiménez @mauromj

La forma del agua ( The shape of water) de Guillermo del Toro, director mexicano afincado en Hollywood, ha sido nominada a 13 premios Oscar 2018. Tal cantidad de nominaciones le ha valido ganarse un sitial en el Partenón privilegiado que ocupan un puñado de películas como Ben Hur (12 nominaciones en las premiaciones de 1959), Titanic (14, en 1998) y La la land (14, en 2017).

Si bien tal cantidad sorprendente de nominaciones no es garantía de real maestría artística, es relevante enfatizar una apuesta sobresaliente y reiterativa en la película: la apuesta por un registro estético amable con el espectador, fundamentalmente por sus dispositivos melodramáticos, pero de alto contenido político. Este contenido sintoniza claramente con los diferentes movimientos contemporáneos de denuncia contra el abuso sobre aquellos que ocupan un lugar desventajoso, ya sea por razones étnicas (# Blacklivesmatter), trans-nacionales (# Dreamers), de género (# Metoo), entre otras.

La película puede ser resumida en pocas palabras: Elisa Esposito es una mujer en sus treintas que quedó muda debido a una lesión en el cuello sufrida de niña. Vive sola en un pequeño apartamento encima de una vieja sala de cine y trabaja como limpiadora nocturna en un laboratorio secreto del gobierno norteamericano. Son las primeras décadas de la Guerra Fría, a principios de la década de 1960, para ser precisos 1962 (en un televisor se escucha a lo lejos a J. F. Kennedy declarando sobre la Crisis de los misiles en Cuba). Sus dos amigos más cercanos son su vecino de al lado, Giles, que es un pintor gay ya anciano, y Zelda, una mujer afroamericana madura, compañera suya en el trabajo. La instalación recibe un tanque lleno de agua dentro del que hay una criatura que ha sido capturada en un río sudamericano. Curiosa, Elisa descubre que la criatura es un anfibio humanoide. Comienza a visitarla en secreto y los dos forman un vínculo estrecho.

Elisa Espósito y el derecho a tocarse

En una de las primeras escenas de la película, Elisa prepara la bañera para un ritual no solo de limpieza corporal sino de autoplacer femenino. Elisa es una mujer muda, por ello, solitaria, poco atractiva para un canon de bella occidental; sin embargo, su cuerpo habla de una sexualidad activa y latente. Esta también se hará concreta en cómo es ella quien busca a la criatura y toma la iniciativa para tentar una relación amorosa cargada de sexualidad. Pocas películas hollywoodenses han reivindicado un rol activo de la mujer en el flirteo amoroso y, más importante aun, pocas películas se han dado el tiempo para retratar el placer femenino (frente a la avasallante representación del placer masculino) a través de una visión despatologizada de la masturbación. Esta es una bandera feminista de ciertos colectivos que empiezan a normalizar e imaginar otras formas del ejercicio sexual de las mujeres, y que La forma del agua hace suya. Las mujeres, incluso las que sufren de alguna discapacidad, tienen una sexualidad activa, solitaria y no necesariamente reproductiva.

Zelda: mujer afroamericana

Zelda siempre se está quejando de lo mucho que le duelen los pies. Zelda tiene un trabajo precario que comparte con Elisa, pero a diferencia de esta, Zelda es una mujer negra que no solo debe batallar contra el racismo de una época en la cual recién se empieza a poner en marcha el Movimiento por los derechos civiles en USA, sino contra un régimen androcéntrico. La película es sutil para recalcar que sobre la mujer negra no solo está una sociedad mayoritariamente blanca, sino los propios hombre negros. La escena en la cual el marido mira la TV y la manda a abrir la puerta a pesar que se encuentra más cerca de ella es significativa. Para cerrar el cuadro, también aparece el desprecio del malvado y monocorde Coronel Richard Strickland.

Giles o la asfixia del armario

Giles es un pintor de imágenes publicitarias en una época en el que la fotografía va reemplazando el trabajo artesanal del pintor a destajo. Giles, sin embargo, no solo es marginal por esa razón, sino por su orientación sexual. Giles tiene como únicos compañeros a sus gatos y fantasea con tener una relación amorosa con el joven dependiente del café que frecuenta todos los días. Aquel joven blanco, que echa arbitrariamente de su local a dos afroamericanos, rechazará violentamente los avances de Giles. Si aún hoy las tentaciones para permanecer en el closet son igual de grandes que las del salir de aquel, pensar en la situación de un hombre homosexual en una sociedad de hace un poco más de 50 años acongoja. A pesar de ello, la posición ventajosa de Giles estriba en ser blanco y su defecto en su egoísmo para siquiera enterarse de la represión contra los afroamericanos transmitida en TV. Giles rápidamente cambia de canal.

El espía Dimitri Antonovich Mosenkov o un ruso bueno en la Guerra Fría.

El Dr. Robert Hoffstetler en realidad es un espía ruso que intenta filtrar información sobre la criatura. En el proceso intentará salvarla del despiadado Coronel Richard Strickland a pesar que con ese acto traiciona su misión primera. El gran Otro de la sociedad norteamericana fue el ruso comunista. La forma del agua muestra el lado humanizado de aquel que por muchas décadas fue visto como la mayor amenaza a la identidad y valores norteamericanos, una identidad, dicho sea de paso, blanca, de clase media y heterosexual. La película, una vez más, se pone del lado de los largamente oscurecidos en los reflectores de un cine que solo sabía verse así mismo en el encuadre de una imagen hegemónica.

Colonel Richard Strickland: la maldad de alguna vez héroe de otro cine

Hombre blanco de mediana edad, padre de una parejita de rubios y esposo de una mujer igual de rubia y de grandes senos que lo espera dócilmente en casa, Richard Strickland es un ser privilegiado que nunca es consciente de ese lugar dentro de la normatividad que ocupa en la sociedad. Richard Strickland es un hombre que aplasta, sin enmienda o meditación alguna, todo a su paso: discrimina racialmente a Zelda, acosa sexualmente a Elisa, tortura desde los códigos de la barbarie bélica al anfibio austral, hace saber caprichosamente de su jerarquía militar a El Dr. Robert Hoffstetler. La forma del agua muestra un retrato degradado de aquel tipo masculino que ha sido imagen sin máculas de gran parte del cine norteamericano. A su vez, en la escenificación de este personaje se reitera el tema de la sexualidad femenina en relación a la masculina. La señora Elaine Strickland, ama de casa en la década de 1960, toma la iniciativa para el encuentro sexual con su esposo luego que este regresara de su jornada laboral nocturna. Strickland sin preámbulos inicia el coito posándose pesadamente sobre ella, acto seguido tapándole la boca y diciéndole que la prefiere en silencio. Es una huella, cual pezuña en el barro, del "Me gusta cuando cayas porque estás como ausente". El monopolio del placer es masculino. El placer de las mujeres importa poco, porque es subsidiario del placer de aquel. A su vez, el erotismo pasa por un intercourse solo coital.

Todos somos un ser anfibio austral (menos Richard Strickland)

El ser anfibio humanoide viene de un río Sudamericano, como los cientos de hombre que han sido llamados bad hombres, o rapist por el ahora presidente y entonces candidato Donald Trump, un Richard Strickland con mucha más poder, y lo que es peor, con más adeptos. El ser anfibio que se devela divino jamás emite un signo lingüístico traducible, más bien habla con la mirada, con el cuerpo. La película no da mucha chance para saber más de él, solo que puede vincularse emocional y sexualmente con un ser de otra especie (Elisa). Pero, lo más importante, es que en su mirada y diferencia radical refracta a todos los diferentes que son abusados por el sistema: Zelda, Giles, Dimitri, Elaine Strickland y la misma Elisa.

La forma del agua es una película ambientada en la década de 60 del siglo pasado, pero con una perspectiva y mirada reivindicativa desde el siglo XXI. Desmonta, en su narrativa, aquella arcadia del pasado norteamericano idealizada en tantas películas como Back to The Future I y II. Y esa es la gran e insalvable diferencia con las otras películas supernominadas en la historia de los Oscar.


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