Revista Cine

La frontière de l’aube (Philippe Garrel, 2008)

Publicado el 28 febrero 2010 por Ventura

El tiempo de la idiotez

La Frontiere de l’aube, el melodrama sobrenatural firmado por Philippe Garrel surge de los surcos del romanticismo y parece que en él está contenida toda la obra de su autor. Está realizado con una inspiración inédita llegando hasta alturas inimaginables hasta ahora. El blanco y negro garreliano, la proximidad de un rostro humano iluminado por la luz que deja pasar una ventana, la representación de sentimientos desnudos, todo tiene una brillantez y una insondable crudeza. Todo se encuentra aquí, revisitado, como si el cineasta hubiera tenido necesidad de hacer un balance de su arte.

Por otra parte, la dimensión fantástica de esta obra está abordada de frente, casi ingenuamente. Inspirada en Spirite, una novela de Théophile Gautier, La Frontiere de l’aube es una película de fantasmas, un homenaje a la literatura fantástica y a su derivación simbolista de la que Garrel sería el único equivalente cinematográfico, lo que ésta totalmente en oposición con el espíritu actual, por lo que fue recibida en la ultima edición del Festival de Cannes con una risa escéptica.

Francois (Louis Garrel) es un fotógrafo que debe realizar una serie de retratos de Carole (Laura Smet), una famosa actriz de cine. Los dos no tardan en hacerse amantes. La primera parte del filme es la narración de este encuentro, con esta forma única e incandescente que tiene Garrel de captar la cristalización de los sentimientos amorosos a través de los rostros y de los cuerpos. Garrel es, como su personaje, un artista que escruta el rostro de su modelo y se quema en el acercamiento. Un drama anunciado progresivamente tiene lugar en la aparente insignificancia de los tiempos y lugares anodinos, entre las calles de Paris y sus apartamentos haussmanianos que revelan la devastación de las emociones.

La frontière de l’aube (Philippe Garrel, 2008)

El vínculo entre Francois y Carole y la fragilidad de sus amores contrariados por las circunstancias (ella está casada y él no es capaz de aceptar esta situación) consiguen que la relación se deshaga de manera imperceptible. La joven y frágil Carole, sola, no tiene otra opción que destruirse.

¿Francois, huyendo, salva su piel y su razón? ¿Escapa de una pasión demasiado intensa? Hace bien, en todo caso, al reflexionar sobre las características del amor, dado que lo ha encontrado con otra mujer, Eve (Clémentine Poidatz) que está embarazada de él y tiene firmes proyectos de matrimonio. Carole reaparece en forma de espectro y lo que sucederá es el resultado de una fatalidad que los fundidos en negro ya venían anunciando.

“Todos aspiramos a una felicidad burguesa”, le dice un amigo al protagonista, pero lo que llamamos felicidad burguesa no es aquí únicamente el matrimonio y la paternidad, sino la perspectiva de un devenir más feliz, o sea la materialización de una relación y la consolidación de otro amor que demuestre que está curado del anterior. El fantasma, que surge gracias a la simplicidad de unos trucos de un arcaísmo admirable, es un recordatorio de una verdad insostenible que constituye una burla del momento en que pensamos sin ningún compromiso o sentido lo que antes creíamos eterno e inmaterial. La necesidad de olvidar es también un desastre, lo mismo que la búsqueda del absoluto es la idiotez de estos tiempos. De eso exactamente es de lo que nos habla Garrel.

La pureza del cine de Garrel, su simplicidad perversa, no exenta de sentido del humor que surge cuando los personajes contradicen sus propias palabras, confieren a su nueva película la altura de una obra primitiva, de un melodrama sobrenatural lleno de los silencios y de la simplicidad de la poesía.

Juan Antonio Miguel.


 


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