Nunca se supo que pasó aquella tarde…No había tormenta, ni aguacero, ni rayos, ni truenos… Caía una lluvia suave pero incesante. Parecía no tener fin…
Se dice que lo que ocurrió fue culpa de una sola gota.
Esa gota, con vocación de gota malaya, cayó sobre él y, entonces, la que había sido su “otra mitad”, lo abandonó, precipitándose al vacío.
Todo el mundo lo recuerda. Fue en el año 1911…
Desde ese día, la ventana blanca, está cerrada.
Ahí vivía el hombre que abrió la ventana para oler la lluvia y murió por el impacto de un trozo de alféizar, que cayó del piso superior.
Ahí quedaron, la ventana cerrada para siempre y el alféizar enfermo de desamor.
Y todo por una gota, esa que ” colma el vaso” …