Revista Cultura y Ocio

La gran decepción

Publicado el 13 septiembre 2013 por Culturestblog

Ya es un hecho. El COI ha vuelto a echar para atrás la candidatura olímpica de la Villa de Madrid por cuarta vez, las tres últimas consecutivas. Supongo que de alguna manera la mayoría de nosotros siente algo de decepción, orgullo patrio herido, otra oportunidad perdida y todas esas cosas incluso entre aquellos que no apoyábamos con claridad la celebración de unos juegos olímpicos en España. Todos estos fastos, aunque luego no esté muy claro cómo benefician a la colectividad de un país, son muy atractivos y siempre hace más ilusión que tu país sea noticia por la organización de algo así que por los escándalos de corrupción, la tasa de paro o el conflicto de Gibraltar.

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A pesar de la decepción que pueda flotar en el ambiente, que yo creo que va durar más o menos lo mismo que la euforia que habría traído consigo la designación, entre poco y nada, esta noticia tiene una gran ventaja. Por tercera vez consecutiva nos han puesto en nuestro lugar como país. De un modo parecido a como se hace con el ejercicio de la ventana de Johari, se han puesto de manifiesto las diferencias entre cómo creemos que somos y cómo nos perciben los demás. Si esto resulta de gran ayuda a la hora de salir de baches personales o de plantearnos cómo podemos alcanzar determinada meta personal, ¿por qué no iba a funcionar a nivel nacional?

Lo primero de todo es observar a qué tipo de países están yendo últimamente los diferentes acontecimientos deportivos. Por un lado a países emergentes, esto nos incluye si tenemos en cuenta nuestra condición de “país prometedor” cuando se organizaron los juegos del 92 en Barcelona, y a naciones poderosas e influyentes y con economías consolidadas como han podido ser Estados Unidos o Gran Bretaña. Pues bien, la España actual no es ni una cosa ni la otra. Nuestra economía no solo no crece sino que retrocede desde hace ya bastante tiempo y nuestra influencia internacional no se puede comparar ni de lejos a la de los británicos o los norteamericanos. Estaría bien tener un termómetro que midiera esas cosas, un influenciómetro, ¿no?

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Hay muchas maneras de ser influyente. Somos el segundo país del mundo con más restaurantes entre los cincuenta mejores del mundo y el lugar que ocupan en la lista. Eso, es una fortaleza.

¿Cómo queda con esto la tan manida “Marca España”? pues más o menos igual. A estas alturas otro revolconcito ya da lo mismo, incluso puede que venga bien, por lo que comentaba antes. No tiene mucho sentido pensar que le den los juegos a un país que la mayoría de  las noticias que ofrece al mundo en los últimos tiempos son negativas y además relacionadas con la economía, el doping o la corrupción. En las noticias internacionales se ha relacionado a España como país y a diferentes deportistas de élite españoles con casos de dopaje. La corrupción, relacionada sobre todo con el boom del ladrillo, a su vez ligado con la construcción de infraestructuras deportivas a mansalva, paro galopante, recortes en derechos sociales. No olvidemos que los juegos olímpicos son, además de un acontecimiento deportivo, un gran negocio, y en buena lógica todo aquel del que dependa la decisión de dónde instalar un negocio una de las primeras cosas que tiene en cuenta es lo que va perder en llenar los bolsillos de los corruptos. Pues la noción que se tiene fuera de España, y dentro, es que aquí hay demasiados bolsillos que llenar. Además España es un país con la economía parada y las cuentas públicas asfixiadas, ¿cómo pretendes que alguien venga a tu fiesta si le estás diciendo que en lugar de ibérico tienes que poner chopped porque la cosa está muy mala? Y mira que me gusta el chopped, ojo.

¿Qué hacer ahora? Bueno, eso es lo más complicado de contestar. Por un lado tenemos los miedos por parte de la comunidad de deportistas que ven cómo se les escapa una gran oportunidad de percibir ayudas públicas para el fomento del deporte. Estoy con la opinión que manifestaba el lunes en la Cadena Ser Juan Antonio Corbalán, el mítico base del Real Madrid y la selección española de baloncesto. No hay que confundir el fomento del deporte con construir polideportivos, de estos ya hay bastantes, sino insistir en la formación técnica de nuestros deportistas. También llamaba a la formación integral de los deportistas como personas que no siempre van a estar ligadas al mundo del deporte y que una vez finalizada su carrera se tienen que reintegrar en la sociedad y en el mundo laboral. Para fomentar el deporte y ayudar a los deportistas no hace falta gastarse ingentes cantidades de dinero en obras, que es que parece que en España todo se arregla construyendo. ¿Sería posible, por ejemplo, copiar el sistema americano de las becas deportivas? Estaríamos formando a la par deportistas de élite y licenciados universitarios.

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Los principales problemas a resolver son los que nos convierten en un país poco atractivo para organizar unos juegos olímpicos. Con esto no me refiero a que volvamos a ser un país emergente, ya deberíamos haber emergido hace tiempo, sino más bien un país influyente, y para esto necesitamos invertir tiempo y esfuerzo. Tiempo y esfuerzo necesarios para formar a los niños de ahora de manera diferente a como se viene haciendo para que se conviertan en adultos con una nueva visión. Tiempo y esfuerzo para reordenar nuestras instituciones, nuestro sistema productivo, muchas cosas. Hace falta un reseteo nacional. El caramelito de organizar unos juegos olímpicos no dejaría de ser un “pan para hoy y hambre para mañana” que nos pondría muy contentos como país pero que tampoco sirve para sustentar un desarrollo verdadero. Y no olvidemos que el 92 también tuvo su resaca en forma de crisis económica y paro, no a los niveles de ahora, pero nos tocó afrontar una situación bastante complicada. Organizar un evento internacional no nos va a convertir de la noche a la mañana en un país de primera, no nos va a liberar de dirigentes mediocres y no va a hacer de la nuestra una sociedad más justa. Eso cuesta tiempo y esfuerzo, tiempo y esfuerzo que no debemos perder en tratar de que nos venga un regalo del exterior para dar un empujón ficticio a nuestras cuentas o a subirnos la moral de forma artificial. Para eso nos tenemos que bastar solitos creyendo en nuestras propias posibilidades sin necesidad de organizar grandes festejos. Eso es el “pan y circo” de los romanos, solo que en este caso iba a ser circo sin pan.


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