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La hija oscura - Elena Ferrante

Publicado el 29 agosto 2016 por Rusta @RustaDevoradora

La hija oscura - Elena FerranteEdición:Lumen, 2015 (trad. y prólogo de Edgardo Dobry)Páginas:391-531ISBN:9788426403193Precio:25,90 €Esta novela se puede encontrar en el volumen Crónicas del desamor.
«Las cosas más difíciles de contar son las que nosotros mismos no llegamos a comprender» (p. 394). Son palabras de la narradora de La hija oscura (2006), una mujer de mediana edad, divorciada y con dos hijas ya adultas, que pasa un verano peculiar en un pueblo de la costa italiana, donde coincide con unos ruidosos turistas napolitanos que le traen a la memoria su infancia en un barrio humilde de dicha ciudad. Esta es la novela que Elena Ferrante (Nápoles, 1943) publicó justo antes de Dos amigas(2011-2014), la tetralogía que la ha hecho célebre, y esto no es un dato baladí: los entresijos de la amistad entre mujeres, un tema fundamental de la saga, encuentran su raíz en esta obra. Con matices ligeramente distintos, eso sí: en esta ocasión no plantea una amistad de dos coetáneas a lo largo de la vida, sino algo que podríamos llamar simpatía mutua entre la mujer madura y una chica de la familia napolitana. Tanto este como los otros dos libros reunidos en Crónicas del desamorEl amor molesto (1992) y Los días del abandono (2002)— son textos mucho más breves que Dos amigas, por lo que se centran en pocos personajes, se desarrollan en menos tiempo y, muy importante, tienen la sordidez característica de la autora mucho más acentuada.La narración sigue el esquema habitual de Elena Ferrante: primera persona de una mujer (que podría ser la misma en todas sus novelas: la napolitana de infancia convulsa que ha estudiado y ha huido de ese entorno, aunque nunca abandona la tensión por su origen), capítulos cortos y estructura que empieza por el final, es decir, cuando la acción ha concluido. En La hija oscura, Leda, la protagonista, sufre un accidente de tráfico como consecuencia de un dolor en el costado. Entonces, vía la técnica de retrospección, nos cuenta de dónde viene ese dolor; un dolor ligado a esas cuestiones inexplicables que enuncia, porque la vida, al menos tal como la retrata Elena Ferrante, no funciona por causalidad, no todo tiene una justificación o un remedio y, al entrar en su universo, el lector acepta las zonas grises, la insinuación, las preguntas sin respuesta, como bien demuestra en La niña perdida. Volviendo a La hija oscura, Leda, al contemplar a los napolitanos, se fija en una madre joven que no parece encajar con la prole: Nina, una chica más fina, atractiva e inteligente, que juega tranquilamente con su hija y la muñeca de esta. La hija de Nina se llama Elena, aunque el resto de la familia utiliza la forma dialectal, Lenù o Lenuccia. Se llama como la narradora de Dos amigas, y el nombre de Nina se asemeja a su vez al de la coprotagonista (Lina, Lila).El interés de Leda por Nina surge, de entrada, por la identificación: Leda también fue una muchacha que no encajaba con sus parientes toscos y escandalosos. Estudió, se refinó, se marchó de Nápoles; ahora es una profesora de literatura que nadie tomaría por una napolitana de barrio (una profesión de letras, como todas las protagonistas de Ferrante: «Leer y escribir ha sido siempre mi modo de apaciguarme», p. 437). Nina trata asimismo de huir. Su rebelión es sutil y silenciosa —se aprecia en detalles como referirse a su hija como Elena, ciñéndose al italiano normativo, sin rendirse al dialecto que reina a su alrededor, inseparable de la rudeza y el embrutecimiento («Las lenguas tienen para mí un veneno secreto que cada cierto tiempo se activa y contra el cual no hay antídoto», p. 406)—, pero suficiente para que una observadora atenta como Leda repare en ella. Sin embargo, Nina, cuyo rol recuerda al de Lila en Dos amigas, no es libre para marcharse como lo fue Leda en su momento: tiene una hija, que la emparenta con esta repulsiva familia. Nina demuestra con su comportamiento que tiene la motivación de no ser como ellos, de no educar de ese modo a la niña, pero está atrapada. Si Leda encuentra en Nina a alguien que le recuerda a sí misma, Nina ve en Leda a alguien que la podría ayudar. Así se traza esta singular amistad femenina intergeneracional.No obstante, ni Leda ni Nina están tan «limpias» como aparentan. Se perciben a sí mismas de forma distinta al colectivo napolitano, pero bajo la apariencia de sensatez esconden esos actos impulsivos para los que la narradora no encuentra explicación. Esos actos las acercan más a la irreflexión, la brutalidad asociada al temperamento napolitano (la frantumaglia, como lo llama la autora), como si nunca se hubieran desligado de él y estuviera ahí, listo para salir a la superficie en los momentos de debilidad («Eran clavados a la familia de la que me había apartado desde niña. No los aguantaba y sin embargo me tenían atrapada, los llevaba a todos dentro», p. 477). Es quizá el tema más importante de toda la obra de Elena Ferrante: la raíz imposible de extirpar, por mucho que se cubra de mil capas de refinamiento, de erudición y distancia. El instinto frente a la razón, la pulsión frente al control. La historia, además, está impregnada de un halo turbio, que advierte que estas no serán unas vacaciones plácidas (Leda, nada más instalarse, descubre un insecto repugnante: un aviso de lo que está por venir). No es la sordidez de una novela de misterio, sino la de quien se fija en el lado «sucio» de la realidad, la pobreza, la mala educación, la violencia. La autora no se compadece de sus personajes; siempre es dura, implacable incluso, y esta novela no es una excepción.La amistad entre Leda y Nina, por lo tanto, no sigue el curso de una bienintencionada relación entre una mentora y una alumna arquetípicas. Parte de la «impureza» de Leda, por llamarla de alguna manera, reside en sus celos, celos de Nina, celos de su juventud, de su gracilidad, de su futuro lleno de posibilidades. Y, por encima de todo, celos de su hermosa relación con la pequeña Elena. Leda mira fascinada cómo madre e hija juegan con la muñeca, cómo son capaces de construir complicidad entre el ruido. Leda, en cambio, nunca ha tenido una relación fácil con sus hijas («Siempre llega el momento en que los hijos te dicen con rabia infeliz por qué me has dado la vida», 417). Reflexiona sobre la relación con los hijos cuando estos se hacen adultos: la recuperación de la independencia, el sentirse de nuevo dueña de sí misma y, sin embargo, las fisuras, la contradicción de sentirse más próxima a una joven desconocida que a sus propias hijas. Aunque la acción transcurra durante el verano, la novela comprende una vida entera, y bastan unas pocas pinceladas, unos recuerdos, para plasmarla (en esto se nota la influencia de Virginia Woolf). Elena Ferrante adelanta en La hija oscura lo que luego desarrolló en Dos amigas: los enredos de la amistad femenina, con la identificación, las triquiñuelas, la envidia latente, la tendencia a idealizar o rebajar a la otra solo con las imaginaciones de una misma. No necesita construir personajes malévolos o antipáticos; lo cuenta con personajes que se muestran respetuosos, agradables, cívicos. Las sombras, claro, van por dentro.La hija oscura - Elena FerrantePor otro lado, tampoco es casual (en Elena Ferrante no hay nada casual ni trivial) que la niña, Elena, juegue con una muñeca. Sí, como las protagonistas de La amiga estupenda, esas muñecas perdidas que lo desencadenaron todo... En ambas obras la muñeca adquiere un simbolismo trascendental por lo que significa el juguete para sus dueñas. Para una niña, la muñeca no es un mero objeto, sino un espejo con el que representa, sin ser consciente de ello, su particular forma de aprender a estar en el mundo: la imitación del comportamiento de los adultos, la proyección de sus inclinaciones, sus deseos, sus miedos. Se trata, por si fuera poco, de una «amiga» para la niña, que pasa a formar parte de su universo de relaciones. La muñeca de Elena, sin ir más lejos, une a madre e hija, que juegan juntas, la una le enseña el mundo a la otra a través de la muñeca. Es una muñeca vieja, medio estropeada —a un niño le da igual que su juguete se rompa o ensucie; sigue siendo su preferido, ve algo en él que los adultos no son capaces de entender, un vínculo más allá de lo material—; encarna en su cuerpo toda la sordidez del relato. Y lo que ocurre con ella también.La hija oscuraes, en suma, otra demostración de la maestría narrativa de Elena Ferrante: sutileza, tensión, revelaciones en el momento preciso, escritura de alto nivel, introspectiva y reflexiva, con un enfoque de género que ahonda en cuestiones que atañen a las mujeres (entresijos de la amistad femenina, maternidad, relación con los hijos adultos, la concepción del propio cuerpo y el de los demás) y en el tema transversal de la identidad entre dos aguas de quien se marcha de una comunidad para integrarse en otra, sin dejar nunca la primera pese a poner todo su empeño en ello. Una novela brillante, que ilumina las zonas oscuras —las que no se llegan a comprender, las difíciles de contar— de esta peculiar relación entre dos mujeres tan diferentes y no obstante tan parecidas. Hay mucha emoción contenida en pocas páginas; la autora domina el formato breve tan bien como su vastísima saga. Y es que Elena Ferrante no tiene obra menor: es espléndida siempre.

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