Revista Cultura y Ocio

La Historia Compartida – Edmund Kemper

Publicado el 30 noviembre 2016 por César César Del Campo De Acuña @Cincodayscom

La Historia Compartida…Por César del Campo de Acuña

Sean bienvenidos una vez más a La Historia Compartida, la sección de www.cincodays.com dedicada a las breves biografías de las más variopintas personalidades de la historia. Hoy les voy a hablar de uno de los asesinos en serie más famosos del pasado siglo.

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¿De quién hablamos?: de Edmund Emil Kemper III, Edmund Kemper, un asesino en serie estadounidense nacido el 18 de diciembre de 1948 en Burbank, California.

¿Por qué paso a la historia?: Ed Kemper ha pasado a la historia por los asesinatos que cometió a principios de la década de los 70 (de 1972 a 1973).

¿Sabías que…?: Como la mayor parte de los asesinos en serie crece en el seno de una familia desestructurada. Las  peleas entre sus padres son constantes. Finalmente su padre, harto de los abusos constantes de su esposa, los abandona y posteriormente se divorcian. El joven Ed queda al cuidado de su madre, una imponente mujer de 1,80 de estatura y más de noventa kilos de peso. Durante su infancia, en lugar de recibir el cariño de su madre solo es humillado y golpeado continuamente. Aquello le vuelve un niño muy tímido que tiende a encerrarse en sí mismo. Su relación con sus hermanas no es mucho mejor. Su hermana mayor también le golpea, mientras que la pequeña no para de mentir acusándole de cosas que Ed no ha hecho y por las que terminaban castigándole. Sentía, según sus propias palabras, que todo el mundo estaba en contra de él algo que se agravo cuando la única persona que le defendía y a la que admiraba (su padre, un fornido electricista de dos metros que lucho en la Segunda Guerra Mundial) les abandono.

Desde muy pequeño disfruta con juegos morbosos y horripilantes. En el sótano de su casa solía jugar con sus hermanas a las ejecuciones haciendo el siempre de víctima y sus hermanas de verdugos. Por otro lado, una de sus mayores obsesiones y fantasías de su infancia era la de poder convertir a las personas en muñecos. El poco control sobre su vida y la actitud despótica de su madre le llevaron a aquello. Dicho esto hay que añadir que su madre, a pesar de golpearle continuamente, le veía como una amenaza para sus hermanas y lo encerraba en el sótano de la casa y atrancando la puerta por las noches. Aquella situación duro ocho meses. Otro rasgo que determinaba que estaba profundamente trastornado por todo lo que había ocurrido en su corta vida fue la vez en las que sus hermanas le instaron a que besara a la profesora de la cual Ed estaba enamorado. Este les respondió: No puedo. Tendría que matarla primero. Algo que, por cierto, estuvo a punto de ocurrir, ya que una de las muchas noches en las que Ed se escapaba de casa para espiar y deambular por las calles se plantó delante de la puerta de la casa de su profesora con la bayoneta de su padrastro con el fin de asesinarla.

Las primeras víctimas de Ed Kemper fueron las mascotas de la familia. Enterró vivo al gato y luego le corto la cabeza para exhibirla como si fuera un trofeo. Poco tiempo después acuchilla a su gata hasta la muerte por preferir la compañía de una de sus hermanas. Parte de los restos del animal terminan enterrados en el jardín mientras que otros acaban en el fondo de su armario donde su madre los descubre. Se rumorea que además, por aquel entonces, asesino a un perro del vecindario. Sus fantasías sobre asesinatos no le abandonaban durante todo el día. En cierta ocasión se vio a sí mismo a punto de matar a golpes con una palanca de hierro a uno de sus padrastros (este le trataba bien llevándole de caza y pesca). Tenía la intención de robarle el coche y fugarse a California para reencontrarse con su padre. No termina de conseguir lo que quiere, pero si logra pasar con su padre 30 días en California pero, aunque paso un buen tiempo allí y sintió la admiración por parte de los demás debido a su tamaño, su cabeza sigue tonteando con la muerte lo que le lleva a tumbarse en el asfalto para que algún conductor lo suficientemente borracho no le vea o no pare.

En 1963 su madre, harta de su hijo lo manda a vivir con sus abuelos a un rancho de California. Allí el joven Ed Kemper de 16 años de edad mata a sus abuelos el 24 de agosto del citado año con un rifle del calibre 22 y un cuchillo. Tras el crimen llama a su madre por teléfono para contarle lo que ha pasado. Cuando la policía y los investigadores llegaron al lugar del crimen y le preguntaron porque lo había hecho Kemper se limitó a decir: Sólo quería saber lo que sentiría matando a mi abuela. El juez encargado de instruir el caso, horripilado por el crimen, manda al joven de dieciséis años al Hospital de Máxima seguridad de Atascadero en lugar del Hospital Estatal de Napa, una institución de mínima seguridad que era la que le correspondía por su edad. El juez quería dar un ejemplo con él no “enviándolo a Disneylandia”. Kemper tuvo que madurar exponencialmente en un entorno vigilado en el que la media de edad del resto de los reclusos era de 36 años.

Tres años después de su internamiento sale de Atascadero a pesar de que los psiquiatras no estaban de acuerdo. De hecho, el plan era mandar a Kemper al Hospital Estatal de Agnew en el que abría pasado muchos, muchos años bajo estrecha vigilancia. Una vez en libertad, en el mundo real Kemper se siente una vez más desubicado. Curiosamente y aunque Kemper pide expresamente que no le dejen bajo la supervisión de su madre lo mandan con ella. De todas formas, según las propias palabras de Kemper por aquel entonces pensaba que las cosas podrían cambiar entre ambos ahora que se había convertido en un tipo duro (uno de las mayores preocupaciones de la madre de Ed era que fuera homosexual como uno de sus primos, por eso lo trato con tanta dureza). Mientras estuvo encerrado en Atascadero su madre se mudó a California. Cuando Ed volvió a vivir con ella esta le impide que conozca y se relacione con mujeres de su edad porque lo considera un monstruo. Sorprendentemente y a pesar de lo mucho que había cambiado el mundo el tiempo que estuvo en Atascadero, Kemper consigue, más o menos, reinsertarse en la sociedad. Tras unos pocos empleos menores, le contrata el departamento de Puentes y Carreteras del Estado de California y fue gracias a ese trabajo que empieza a recoger autoestopistas.

A pesar de sus impulsos homicidas, Kemper no mata a ninguna de las cientos de autoestopistas que recogió. Por otro lado, en aquel entonces salía con la hija del jefe de una brigada criminal que veía en el joven gigantón un buen partido. Debo añadir que las noches que no se pasaba recogiendo autoestopistas (siempre mujeres solas) paraba en un bar frecuentado por policías ya que le gustaba estar en su compañía y sus valores conservadores (Kemper odiaba a los hippies que viajaban de todas partes del país hacia california). Tanto le gustaba la policía que trato de unirse al cuerpo antes de obtener su trabajo el departamento de Puentes y Carreteras del Estado de California pero fue rechazado por sus colosales dimensiones (2,05 de altura y 125 kilogramos de peso). ¿Por qué Kemper no mato a ningunas de las cientos de hippies que recogió mientras recorría las carreteras de California? Porque las consideraba basura. Eran de poca clase y a nadie le importaba lo más mínimo. Su intención, cuando su ansia homicida se volvió a apoderar de él, fue acabar con algo precioso y puso sus ojos en las universitarias que estudiaban en el campus en el que trabajaba su madre y que esta le había prohibido conocer.

Así, con su persistentes pensamientos en torno a la muerte (llego a pensar en asesinar al jefe de brigada y a toda su familia una vez que este le invito a cenar en su casa), llego el día en el que cruzo la línea. Edmund Kemper en mayo de 1972 recogió en su coche a dos autostopistas de 18 años (Mary Ann Pesce y Anita Luchessa), las llevó a un sitio apartado y allí las mató a puñaladas. Luego, trasladó los cuerpos a casa de su madre, les sacó fotografías con una Polaroid, las descuartizó y les cortó la cabeza, al día siguiente enterró los cadáveres en las montañas cerca de las inmediaciones y arrojó las cabezas a un barranco. Cuatro meses después, mató a otra joven de 15 años (Aiko Koo) de una manera similar, recogiéndola cuando hacía autostop, estrangulándola, violando el cadáver y llevándoselo a casa. A la mañana siguiente, Edmund Kemper visita a sus dos psiquiatras, que lo consideran curado, cuando la cabeza cortada de Aiko se encuentra en el maletero de su coche. Ed consigue que su historial penal siga virgen gracias a la recomendación de los dos psiquiatras. El informe de esos especialistas concluye que “no veo ninguna razón psiquiátrica para considerarlo peligroso. De hecho, el único peligro que representa reside en su modo de conducir su moto o un coche”

En febrero de 1973, amenaza a punta de pistola a otra estudiante (Cindy Schall) para que se meta en el maletero, antes de llegar a su casa la ha matado, luego coloca el cadáver encima de su cama y lo viola. Desmiembra el cuerpo en la bañera y arroja los restos al mar, la cabeza la entierra al pie de la ventana del cuarto de su madre. Finalmente, ese mismo mes otras dos chicas son asesinadas por Kemper. Finalmente mata a su madre a martillazos mientras dormía, antes de decapitarla y de violar su cadáver. Más tarde pone la cabeza de su madre sobre la repisa de la chimenea y le lanza flechitas mientras la insulta. Esa noche telefonea a una amiga de su madre y la invita a cenar. Tan pronto como se sienta la golpea, la estrangula y la decapita. Tras estos dos asesinatos decide entregarse a la policía.

Miscelánea: Al preguntarle cómo reaccionaba cuando veía a una muchacha bonita en la calle, contestaba: “Un lado de mí dice: que chavala tan atractiva, me gustaría hablar con ella, salir con ella”, pero otra parte de mí se pregunta cómo quedaría su cabeza pinchada en un palo.” Kemper fue declarado culpable de ocho asesinatos en primer grado. Cuando le preguntaron qué castigo pensaba que merecía, contestó que la muerte por tortura. Esquivo por poco la muerte ya que cuando fue condenado la pena máxima había sido abolida en el estado de California. Tenía un cociente intelectual superior a 130 lo que le ayudo a pasar con soltura exámenes psicológicos diciendo siempre lo que los médicos querían oír.

En 1978, Robert Ressler (psicólogo y criminólogo que acuñó el término de “serial killer”) al final de la tercera entrevista con Kemper, aprieta el timbre para llamar al guardia. Llama tres veces en un cuarto de hora. Sin respuesta, Kemper advierte a su entrevistador de que no sirve de nada ponerse nervioso, pues es la hora del relevo y de la comida de los condenados a muerte, y añade que nadie contestará a la llamada antes de otro cuarto de hora por lo menos: “Y si de repente me vuelvo majareta, vaya problema que tendrías , ¿verdad? Podría desenroscarte la cabeza y ponerla encima de la mesa para darle la bienvenida al guardia…”.  Nada tranquilo, Ressler le contesta que esto no volvería más fácil su estancia en la cárcel. Kemper le responde que tratar así a un agente del FBI provocaría, al contrario, un enorme respeto entre los demás prisioneros. “No te imagines que he venido aquí sin medios de defensa”, le dice Ressler. “Sabes tan bien como yo que está prohibido a los visitantes llevar armas”, responde Kemper, mofándose. Conocedor de las técnicas de negociación Ressler intenta ganar tiempo. Finalmente, el guardia aparece y abre la puerta, Ressler suspira con alivio. Al salir de la sala de entrevistas, Kemper le guiñándole el ojo y, poniéndole el brazo sobre el hombro, le dice sonriendo: “sabes que sólo bromeaba, ¿no?”. Desde entonces las entrevistas a presos y a sospechosos se hacen con dos hombres en la sala.

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