Revista Opinión

La huelga contraproducente

Publicado el 05 junio 2017 por Elturco @jl_montesinos

Publicada en ValenciaOberta.es

Hace ya algunos años que mi opinión sobre las huelgas es que son contraproducentes. Que nadie me interprete mal, cada uno puede utilizar todas las armas que la propia inteligencia, la educación y el Estado de Derecho – si es que tal cosa es lo que pretende ser – pongan a su disposición para reclamar lo que uno considere oportuno. Pero a mí se me antoja que las huelgas generalmente consiguen muchos más perjuicios que avances a aquellos que las llevan a cabo. Hoy, martes, hay huelga de taxis. Los estibadores andan también revueltos. Seguro que algún otro colectivo está trinando en quién sabe dónde.

Al margen de la mala imagen, por mal servicio, que la empresa o sector que está en huelga proyectan sobre la sociedad, piensen en las huelgas de controladores aéreos o de personal aeroportuario en vacaciones, existen otros factores que hay que tener en cuenta. En concreto y centrándonos en los taxis, es muy probable que hoy, que llueve, algún usuario despistado le dé por probar ese servicio tipo Uber o Cabify, si no le queda otro remedio. Ahora imaginen que el resultado es más económico, que lo es, e igualmente satisfactorio. Como consecuencia de una huelga para reclamar tus derechos, acabas de brindarle en bandeja a tu competidor al cliente. Un dislate.

Los españoles, que parece que somos envidiosos, tendemos a desear el mismo mal que nosotros sufrimos a los demás en lugar de procurarnos para nosotros el mismo bien que tiene el de al lado. Si yo pago, que el otro pague, en lugar de si ese no paga yo tampoco quiero pagar. Los privilegios de los demás no parece que nos vengan demasiado bien. Es probable por tanto que el sector que se aprovecha de una dádiva estatal, como lo es el concepto de licencia, acaben siendo vituperado por el resto de nuestros conciudadanos. Y esto puede pasar con las licencias del taxi, con los privilegios de la estiba o con el carbón, las telecos o las eléctricas. Si percibimos que quieren mantener un coto cerrado, con el sudor de nuestra frente, esto puede volverse en su contra fácilmente en nuestro país.

Dice uno de los mantras libertarios más conocidos que si reclamas al gobierno que le quite a alguien para dártelo a ti, no tienes ningún derecho a reclamar cuando sea a ti a quien te quite para dárselo a otro. En esto se basan las licencias. El Estado te cobra para permitirte hacer algo que podrías hacer sin su intervención, a cambio de mantener la oferta escasa. Les hurta a los que no pagan la posibilidad de prestar un servicio que podrían prestar de forma sencilla. Como la mafia, sin el casi. Es una forma de mantener tu voto cautivo, amenazándote con que el rival político eliminará el privilegio. Pero el Estado, gobierne quien gobierne, no puede legislar, y por lo tanto otorgar licencias, para aquello que no existe. Y cuando aparece un nuevo servicio, prestado de forma diferente, incluso con un modelo de negocio nada comparable, en competencia con el que regulado, resulta que el gobierno de turno se ve en la tesitura de perder los votos del pequeño coto que alguien creó – los taxis – o perder los votos de la gran masa de usuarios que ya sienten preferencia por el servicio novedoso. Y entonces adivinen que pasará.

Dios nos lo da. Dios nos lo quita. Yo fui a colegio de curas y a catequesis, y esto bien me lo enseñaron. En la socialdemocracia que vivimos el Estado es dios. Sin embargo somos los ateos del sistema, los libertarios, los que enseñamos esta sencilla jaculatoria, porque a los profetas del régimen les importa un carajo la salvación de tu alma estatista. Ellos cuentan votos. Y los euros que se van a gastar con esos votos. Tu ve a hacer huelga. A ver si prohíben el iPhone.


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