Revista Arte

La humanización de lo monstruoso, o la generosidad y la transformación que obra el Arte

Por Artepoesia

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Fue Homero quien daría a conocer en su Odisea la figura monstruosa del cíclope Polifemo. Enorme personaje mitológico griego éste, de dimensiones gigantescas y de un horrible aspecto, con un único ojo en medio de su terrible cara. Sería Ulises, además, quien lo burlaría una vez en una de sus muchas aventuras mediterráneas. Luego, cuando un poeta satírico griego del siglo IV a.C. -la época más gloriosa del esplendor del mundo griego antiguo-, Filóxeno de Citera, tuvo la curiosa idea de hacerle sentir ahora a Polifemo, al fiero Polifemo, un amor irrenunciable por una de las más hermosas nereidas -Galatea-, la imaginación de los bardos subsiguientes de la historia clásica llevarían, por diferentes caminos, a plasmar así la singular, solitaria, ridícula y grotesca pasión del monstruo homérico.
Y así fue también como Ovidio, el gran escritor latino que transformara -y elogiara- el mito griego en sus obras, acabaría por crear en su Metamorfosis -obra inmensa de mitos y leyendas- la historia más irónica, satírica y realista del amor frustrado, del amor imposible, del amor censurado y doloroso -también cruel- que llevara a cabo la impulsiva y estentórea obsesión de Polifemo por Galatea. Porque sería Ovidio quien crearía la figura de Acis, un efebo pastor siciliano que enamoraría a la bella nereida, y, por lo tanto, terminaría así con la esperanza idealizada del sentimiento amoroso de Polifemo, para convertirlo ahora en el más espantoso gesto de horror y en el más criminal arrebato celoso. Su voz -la de Polifemo- era tan horrenda, tan atronadora, que cuando él invocase una vez a Galatea, escribirá un poeta barroco español siglos más tarde: ... escucha un día
mi voz, por dulce, cuando no por mía.
Galatea era tan blanca como la espuma más blanca del mar. Sus padres eran Nereo -dios de las olas del mar- y Doris -hija de Océano y Tetis-, con lo que ella poseería esa belleza pura y cristalina que las aguas de los mares y la espuma de sus olas forjarían en una mitología tan generosa, por entonces, con el tan maravilloso mediterráneo. Pero es que Polifemo era hijo del gran dios del mar -Poseidón- y de una ninfa marina monstruosa. Tal vez, por esto se enamoraría de la transparente e inalcanzable -para él- belleza de Galatea. La realidad, sin embargo, se apoderaría del mundo clásico -los monstruos siempre serían monstruos- con respecto a los mitos y a sus poetas. Ovidio supondría, además, una de las influencias más decisivas en la forma y las maneras en que sus personajes inspirados -satíricamente- acabarían por asentarse ya en el imaginario literario y artístico del mundo occidental.
Y así fue como el Renacimiento y el Manierismo, y posteriormente incluso el Romanticismo, llegaron a representar la leyenda de Galatea y de sus dos amores -el querido y el denostado por ella- tanto por los poetas como por los pintores y sus tendencias. Pero, sin embargo, hubo un momento, hecho muy curioso además, que cambiaría algo todo esto. Y no tendría mucho sentido que fuese por entonces así. Porque fue el Barroco, un periodo y momento artístico más realista y sanguinario, el que, sin embargo, le ofreció un sesgo muy diferente a la leyenda. Comenzó con el gran poeta del siglo de oro español, Luis de Góngora (1561-1627), el cual escribiría su complejo poema, complejo por un lenguaje en exceso culto, críptico y muy alejado, Fábula de Polifemo y Galatea en 1612. A diferencia de los otros, Góngora será el primero que le ofrecerá a Polifemo un cariz más sincero y auténtico al amor que éste sentiría por Galatea.
Ahora, el gigante Polifemo se mantiene enamorado en la distancia, sabe que él no es como los demás, que no puede más que perseguir lo que desea con el infortunio de su aspecto tan horrible. Polifemo, con Góngora, dejará de ser el monstruo abominable de la leyenda tradicional o el personaje brutal y ridículo de la sátira más burlesca de Ovidio. Él ignorará el amor que sienten los dos amantes -Galatea y Acis-, y los sorprenderá a los dos -sin querer- tras una ladera juntos. Entonces, solo entonces, el gigante, ahora enfurecido, tratará de calmar su enojo arrojándole una gran piedra a Acis. En la leyenda tradicional, como en ésta, Acis terminará derribado y muerto. Sin embargo, Polifemo aquí -en el barroco poema de Góngora- habría sido una víctima además de un verdugo involuntario.
Charles de La Fosse (1636-1716) fue un pintor de la Academia francesa, del más clásico e inspirado virtuosismo de finales del siglo XVII, el siglo del Barroco. A finales de este siglo crearía su obra Acis y Galatea. En ella reflejará parte de lo que ya otros -como el gran poeta español- habrían compuesto pero, ahora, con un nuevo aspecto de la leyenda mitológica tradicional. La imagen de su obra es sugerente en las cosas que, ahora, el poeta Góngora habría destacado sutilmente. Las dos figuras de los amantes estarán relajadas, unidas en su amor inevitable, pero, también, se percibirán aquí la conmiseración, la ternura, la comprensión, la candidez y la fragancia. El creador francés habría pintado una obra, técnicamente, muy homenajeadora además de las distintas tendencias artísticas que el pintor más admirase. 
En su cuadro Acis y Galatea, de La Fosse destacará su maravilloso alarde de combinar aquí el Renacimiento de, por ejemplo, Antonio de Correggio (1489-1535), de los pintores venecianos del siglo XVI, pero, también de la extraordinaria composición de un Rubens y su barroca forma de exponer las figuras y sus gestos, sus miradas, o su noble intención de darles así tanto un rasgo de grandeza como de humildad. El paisaje es renacentista; los colores, venecianos; las figuras, barrocas y manieristas. Todo un intento final de homenajear al Arte, un Arte que, poco a poco, acabaría ya dejando atrás las maravillosas formas de representarlo así. Porque ya no se volvería a pintar de ese modo, y, tal vez, el propio pintor lo sospecharía. Aquí aparecerá un Polifemo más humanizado, con su figura menos terrible y espantosa, con una forma menos gigantesca o grotesca. Será su cabeza, alejada y semioculta, esbozada casi, la que el pintor opondrá aquí a las otras dos figuras en un triángulo pictórico, ahora magistral e idealizado.
Demostrará aquí el Arte, el gran Arte -tanto pictórico como literario-, que las paradigmáticas maneras realistas de encasillar a los personajes y sus actitudes clásicas, no serán las únicas que puedan ofrecer una visión de las emociones más internas de los humanos. Que habrá otra; que existirá otra forma de ver las cosas, de percibirlas ahora de un modo diferente, de un modo que no tiene por qué ser el tan manido y trillado de los encorsetados personajes estáticos, o de sus historias inamovibles. El Arte transformará. El Arte modificará así la visión de ver, unidireccionalmente, los prejuicios más arraigados de una sociedad demasiado dialéctica. De una sociedad que no dejará, a veces, de crear con sus artificios -también Arte a veces- lo que no es más que arraigo al temor de pensar que, en otras ocasiones, las cosas pueden ser ahora diferentes, de otro modo a como la tradición o la costumbre hubieron ya determinado, ingenua y simplemente -cuando no intencionadamente cruel-, las formas en que abordaremos las emociones, los sentimientos, los sueños, o lo más íntimo y personal de los seres.
(Óleo de Charles de La Fosse, Acis y Galatea, ca.1700, Museo del Prado; Fragmentos de la misma obra, Acis y Galatea, Charles de La Fosse, ca.1700, Museo del Prado, Madrid.)


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