Revista Opinión

La Iglesia alternativa

Publicado el 12 mayo 2009 por Crítica
La Iglesia alternativa Durante los cuatro primeros siglos de nuestra era se libró una crucial batalla teosófica y moral entre las distintas sectas cristianas del Imperio romano. Esta pugna se libró casi desde el mismo momento de la fundación de la primera congregación cristiana, tan sólo cincuenta y tres días después de morir Jesús en la cruz (Hch 2,42-47), hasta que Teodosio el Grande, proscribio el culto tradicional romano y convirtió en la única religión oficial del Imperio al cristianismo (391 d.C.), tal como había salido del Concilio de Nicea (325 d.C.).
Este último hito histórico, como cualquier otro de su trascendencia, modificó el mundo de una manera particular y con una dirección definida. Resultaría gratuito (cuando no malintencionado), elucubrar sobre qué otra dirección hubiera tomado la Historia si en Nicea hubieran vencido las tesis arrianas; o si, por ejemplo, se hubieran acogido dentro de la ortodoxia los evangelios de inspiración gnóstica. Siempre sería una discusión sin el refrendo de los hechos, porque los hechos dicen sólo lo que hay: que la Iglesia católica (universal) salió triunfante sobre la pléyade de religiones orientales que existían en Roma, sobre las muchas herejías cristológicas que surgieron en su seno, y hasta sobre la propia religión oficial del Imperio; por tanto, el hecho es que terminó reinando espiritualmente sobre un Imperio de mil años de tradición. ¿Hubiera sido de otro modo aceptando otras doctrinas o relajando sus tesis? Es muy improbable.
Elucubrar sobre cómo sería el mundo, de haberse dado otros hechos distintos dentro del cristianismo primitivo, ya hemos dicho que es gratuito o malicioso. Por otro lado, juzgar lo que las diferentes sectas nacidas a su sombra sí hicieron en ciertos casos, y juzgar lo que escribieron sobre ciertos temas, resulta algo necesario para opinar con rigor. Con este conocimiento podemos sacar conclusiones más o menos acertadas sobre cuestiones como si la mujer tenía más importancia en un cristianismo paganizado, sobre si la Ciencia hubiera tenido cabida bajo influencia gnóstica, sobre si la moral religiosa era más relajada en las comunidades heréticas, o sobre si hubieran tenido algún interés por trasmitir el conocimiento del mundo antiguo a las futuras generaciones. Esto son cuestiones que sí pueden tener respuesta.
Pero en la práctica hay tres problemas. El primero es entender bien el contexto histórico y social de entonces, ya que no tiene ningún parecido con nada del mundo actual. No se puede juzgar a personajes que vivieron hace casi 2.000 años, en un mundo radicalmente distinto, como si fueran los extras de una película de romanos de serie B, quienes una vez terminada la toma pudieran salir del escenario a fumarse un cigarro. El segundo es el problema semántico, ya que en lo tocante a la religión somos herederos de esa tradición triunfante judeocristiana. Por ejemplo: lo que para nosotros significa una palabra como `Dios’, que identifica al Jehová judío, creador del cielo y de la tierra, pasado por el tamiz paternalista del Nuevo Testamento; sin embargo para un gnóstico que identifica a Jehová con el Demiurgo (una personificación del mal), pues, obviamente, en lo que se refiera a Dios, lo que pensaría él y lo que pensaríamos la mayoría de nosotros no tiene nada que ver. Precisamente el historiador profesional dedica más estudio a cada palabra individual y a la investigación de su significado original en su contexto e idioma, que a lo propiamente dicho en el texto. El tercer inconveniente es juzgar los hechos de los primeros cristianos, con los alambicados parámetros estéticos de las élites progresistas de hoy en día; o sea, caer en el error de pensar que tras el último best seller, o el último ensayo del ‘intelectual’ de moda, existe algo más que el deseo de labrarse una fama carente de mérito, y la aspiración de ganarse los bien pagados aplausos de una ‘izquierda divina’ a la que cualquier pastiche escandaloso y rebosante de odio gratuito a la religión le resulta digno de elogio(1).
Roma en los primeros siglos

Para entender el contexto histórico hay que saber que de los siglos I al V Roma se desangraba entre las embestidas de los pueblos bárbaros del norte y los asaltos de los pueblos esteparios orientales. Internamente, después de un periodo de grandes emperadores entre los siglos I y II, reinaba la anarquía militar que aupaba al trono imperial a uno o varios generales ambiciosos por cortos periodos de tiempo. Posteriormente se llegó al compromiso de la Tetrarquía (dos emperadores y dos césares) que condujo a la descentralización del Imperio.
También es interesante conocer que ésta es la época de la ‘Diáspora’ o expulsión de los judíos de Israel (Llamada oficialmente desde entonces Siria Palestina) tras la segunda rebelión contra Roma de 135 d.C. a quienes se les prohibió circuncidarse, entrar en Jerusalén, y practicar su ritos en público. No fue hasta Constantino el Grande (el primer emperador cristiano), cuando se les dio licencia para entrar en Jerusalén, aunque sólo una vez al año (2). Entonces era muy común entre los romanos confundir a los primeros cristianos con los judíos, ya que en buena medida compartían raza, ritos y por supuesto La Biblia, así que solían meterlos en el mismo saco del odio y de la represión religiosa.
Las primeras comunidades
En este tiempo de persecuciones y martirios, las pequeñas comunidades cristianas se habían asentado principalmente en Oriente y en la ciudad de Roma. Sus contactos eran limitados por la dificultad de los viajes misioneros y las malas acogidas que solían tener (Por ejemplo, la tradición dice que Santiago en España sólo hizo siete adeptos). Sus reuniones era clandestinas y desataban la desconfianza de sus vecinos. La adaptación de aquellos fieles a la nueva religión era en muchos casos conflictiva; la predicación resultaba peligrosa como nos cuenta Pablo en la Primera Carta a los Tesalonicenses (3); las congregaciones estaban formadas por personas de baja extracción social, con poca cultura, así como con diversos orígenes religiosos y filosóficos. El romano Celso (4), les pinta tal y como los veía en el siglo II: “…muestran [los cristianos] que no quieren ni saben conquistar sino a los necios, a las almas viles y sin apoyos, a los esclavos, a las pobres mujeres y los niños ¿Qué mal hay pues en ser un espíritu culto, en amar los conocimientos bellos, en ser sabios y ser tenidos por tal?”
Además de los problemas con la Ley judía, pronto empezaron a tener problemas con la Ley romana, ya que a pesar de ser ciudadanos del Imperio se declaraban objetores al servicio militar, a pertenecer a la administración, al culto al emperador y a participar en ritos públicos como los banquetes religiosos y la toma de la toga viril por los adolescentes.
La doctrina exclusivamente cristiana era insuficiente para adaptarse a la realidad cotidiana de las nuevas comunidades y enseguida se tergiversaba. Esta doctrina estaba fundamentada en unas pocas epístolas de los Padres apostólicos y apologetas, junto con los Hechos de los Apóstoles, por tanto dependían de la mejor interpretación que supieran hacer ellas los primitivos obispos y sacerdotes.
El canon
En los primeros siglos del cristianismo se escribió mucha literatura ajena a lo que pronto iba a convertirse en la ortodoxia católica (universal) del cristianismo. La mayor parte poesía y textos religiosos imbuidos de la nueva espiritualidad. Lo cierto es que fue sistemáticamente expurgada del canon oficioso, ya fuera por carecer de ‘inspiración divina’, y cuando no, por ser directamente heréticos.
En este sentido los Padres de la Iglesia tendían más a anatemizar formulaciones heréticas y a refutarlas que a censurar obras completas. En cualquier caso, es un error creer que la animadversión entre la línea 'oficial' del cristianísimo y las líneas heréticas eran en un solo sentido y no mutua, pues tan malo era lo de uno para los otros como al revés. Otra vez el romano Celso (5) nos dice: “Se anatemizan los unos a los otros, teniendo solo en común el nombre de cristianos”. Además, tampoco era raro para algunos obispos cristianos defender la línea herética ante la oficial, y viceversa, según la situación política del momento. En cualquier caso, la doctrina que empleaban los misioneros cristianos podía variar mucho dependiendo del auditorio. No fue el siglo IV cuando S. Jerónimo en la Biblia Vulgata separa aparte los evangelios apócrifos sentando oficiosamente un canon que no finalizó de consolidarse hasta el Concilio de Trento (1546).
Para entonces, tradiciones salidas de textos apócrifos como la de ‘El libro de la Dormición de María’ que sitúa a Santiago el Mayor en Zaragoza donde se le aparece en un pilar, ya eran parte del acerbo religioso de muchos cristianos y se ha mantenido así sin problemas.
Una de las críticas más injusta a los primeros Padres de la Iglesia, al menos hasta Constantino, es la de afirmar que deliberadamente destruían las obras heréticas, ya que no hay ninguna constancia escrita de que fuera así. Si no han llegado a nosotros muchos de los textos de los heréticos de entonces, tampoco nos han llegado los textos de los cristianos que los refutaron desde la ortodoxia y sólo tenemos constancia de ambas posturas por terceras fuentes. Es más, sí que nos han llegado textos extremadamente críticos los cristianos como el 'Discurso' de Celso.
Un caso reciente de aparición de textos que se creían perdidos, es el descubrimiento en 1945 de los Códices de Nag Hammadi una comunidad gnóstica de Egipto del siglo III. Entre los escritos descubiertos se encuentra el supuesto evangelio de Tomás así como otros evangelios apócrifos (el de Judas Iscariote apareció años más tarde en peregrinas circunstancias) y textos diversos. Si la suerte (únicamente eso), nos ha legado los textos de Nag Hammadi, también es bien cierto que se habían perdido porque las comunidades que los atesoraban tenían mucho más interés en el secretismo esotérico que en su publicidad abierta, y por último, porque cuando el gnosticismo decayó en el siglo IV no se preocupó por seguir manteniendo la tradición escrita, si exceptuamos a aquel que tuvo la feliz, pero inconstante, idea de meter esos textos en una vasija y enterrarlos. Contrastemos esa desidia, con la paciente labor de siglos de los monjes copistas medievales, a quienes debemos la práctica totalidad de los miles de textos que hoy existen de la antigüedad grecorromana, la mayoría de los cuales no tienen nada que ver con la religión, y menos aún con el cristianismo.
Visiones heterogéneas
Desde el primer momento surgieron falsos evangelios, herejías, conflictos y desviaciones. Eso en la Roma de los primeros siglos cristianos no tenía nada de raro. De hecho, era bastante común que los jóvenes romanos de los siglos I y II viajaran por el Imperio, en especial a Grecia y Oriente, para aprender ciencias ocultas, así como conocer nuevos dioses y religiones a los que se aficionaban con el discutible afán de quien sólo busca novedades y satisfacer la curiosidad; de esto nos da buena cuenta Lucio Apuleyo en 'El Asno de Oro'. También había legionarios desplazados por todo el Imperio que buscaban consuelo religioso en las regiones en las que podían estar destinados hasta 16 años, quienes se llevaban consigo su nueva fe cuando se movían por cuestiones militares o cuando se licenciaban. Sin duda, muchos de ellos llegaron a introducirse en comunidades cristianas a las que seguramente les darían no pocos quebraderos de cabeza. Por otro lado, al llegar a una nueva comunidad, el éxito dependía mucho del carácter del evangelizador y de la idiosincrasia de las provincias que evangelizaban; por eso mandaron a Pablo de Tarso, un ciudadano romano, a Occidente mientras los otros evangelistas se repartían entre las comunidades judías de Oriente.
A pesar de lo dicho sobre aquella convulsa época, sobre la multitud de influencias religiosas del Oriente romano (que solían tener delegación en Roma) y el plantel de pintorescos personajes que se prodigaban buscando novedades espirituales, no debemos pensar que las herejías provinieran de personajes marginales, solitarios, de poca influencia y dudosa moralidad. Casi podría decirse que al contrario: algunos de los más notables heresiarcas eran riquísimos o tenían buenos contactos en la corte Imperial. Eso cunado no eran grandes seductores de mujeres o elocuentes escritores. Practicamente todos ellos tuvieron cargos importantes en la Iglesia paleocristiana, junto con una nutrida comunidad de fieles. Algunos tuvieron adeptos incluso siglos después de su muerte. Tal vez fuera precisamente su afán de influencia sobre la masa de creyentes pobres y de baja extracción social lo que les llevara a buscar vías para alejarlos de la línea oficial y conducirlos por otras que halagaran más su propio ego.
Los gnósticos
La primera de las desviaciones que afectaron al discurso unitario de una iglesia cristiana, que tenía que empezarlo todo desde cero, fue la de los gnósticos, y como hemos dicho antes duró hasta el siglo IV. Los gnósticos se autodenominaron así por su búsqueda del conocimiento o ‘Gnosis’. Obviamente, no se trata del conocimiento empírico nacido de la experiencia, que es la base del conocimiento científico; sino sobre un conocimiento revelado y no contrastable. En cierto sentido los gnosticos se sentían atraidos por el misticismo de la nueva religión de Cristo, sus ritos privados y sus secretos, aunque por otro lado se sentían libres de adaptarlos a las corrientes filosóficas de la época y los lugares donde se hallaban.
El primer gnóstico oficial es Simón el Mago. Coetáneo de Jesús. Fue un personaje entre cristiano y platónico bastante estrambótico. Convertido al cristianismo por Felipe el apóstol, consideraba, como todos los gnósticos después de él, que la materia es impura y fuente de todos los males. Incongruentemente (o tal vez no) trató de comprar con vil metal el poder del Espíritu Santo a los escandalizados apóstoles Pedro y Juan: “Tu dinero perezca contigo, porque has pensado que el don de Dios se obtiene con dinero”. La transacción no se llevó a cabo, por desgracia para los gnósticos que se hubieran hecho con un gran activo espiritual. Para colmo de males, el primer gnóstico se llevó el baldón de que a la compra ilegítima de objetos sagrados se le diese su nombre: 'simonía'.
El problema gnóstico de considerar intrínsecamente malvada a la materia ‘Phisis’ (en la que entra lo corporal y lo tangible), es negar la evidencia de todo lo que hay de bueno. Hay enfermedad, es cierto, pero también hay medicinas. Es ilógico considerar mala a la enfermedad y también mala a la salud. Los gnósticos en ese aspecto eran radicales y no tardaban en caer en la aberración moral. La exageración de las reglas para llegar a la perfección, tanto mediante el castigo físico (ayunos, dietas, abstinencia) como mediante el hedonismo radical (orgías, incestos, rituales macabros) podía atraer a gente de muchos lugares del Imperio, pero ellos no podían ir con esa forma de vida a comunidades tradicionales, en las que, sin embargo, si se admitía de buen grado a los cristianos. De hecho, buena parte de la mala imagen de los cristianos en los primeros siglos fue debida a que se les identificaba con estas prácticas aberrantes de los gnósticos.
El papel de la mujer.
Otra de las calaveradas de Simón, según sus seguidores, fue la de darse a conocer entre sus fieles como dios él mismo y como diosa a su mujer Elena. Prometían salvar a quienes creyeran en ellos y destruir el malvado mundo material creado por los ángeles. Conviene recordar que en la tradición gnóstica el Demiurgo (el Dios bíblico) como creador de la materia es un ente maligno, así como sus ángeles. En este sentido, se reconoce otra de las aportaciones poco exitosas del gnosticismo que es la igualdad de la mujer con el hombre. De hecho, en los manuscritos encontrados en Nag Hammadi, aparece el siguiente texto: «Jesús dice: “He aquí que le inspiraré a ella para que se convierta en varón, para que ella misma se haga un espíritu viviente semejante a vosotros varones. Pues cada hembra que se convierte en varón, entrará en el Reino de los Cielos.”».
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La equivalencia de la mujer entre los gnósticos, también en cuanto al sacerdocio, debía ser un atractivo importante para muchas mujeres, pero no puede decirse que fuera una liberación ya que había otras sectas y religiones orientales (p.e. el culto a Cibeles) que ofrecían mucho más en el sentido de las 'libertades' físicas (orgías, impudicia, prostitución ritual) y en cuanto al papel jerárquico de la mujer en ellas. Además había gran cantidad de diosas a las que un mujer podía pestar culto. En el caso de la Bona Dea romana se hasta se prohibia a los varones la asistencia a sus ritos. Es un error común pensar que la mujer romana vivía como la de la Edad Media, o como la mujer en el mundo musulmán. Precisamente si por algo se conoce a las mujeres de la aristocracia patricia es por ser haraganas y disolutas en grado máximo. El resto de las mujeres poseedoras de la ciudadanía romana (extranjeras y esclavas aparte) tenían muchas de las ventajas y libertades que disfrutan las mujeres de hoy en día, en especial tras el matrimonio, momento en el que se liberaban del pesado yugo patriarcal.
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Lo cierto, es que la amplia mayoría de las mujeres cristianas de la época estuvieron en la ortodoxia, y algunas pagaron muy caro su fidelidad a la iglesia tradicional, ya que hay tantas mártires hembras como varones. Ellas fueron torturadas igual y las mataron con la misma o peor saña. De hecho, ¿qué mayor expresión puede haber de la Libertad que la de preferir unos valores por encima de las coacciones y la amenaza de torturas y de una muerte terrible? En esto también hay una gran diferencia con los gnósticos quienes tenían permiso para perjurar y retractarse en falso sin menoscabo de su fe.
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En cualquier caso, hubo mujeres que pagaron con la vida el seguir a herejes, como le pasó a Urbica, seguidor a del famoso gnóstico español Prisciliano que fue lapidada por una chusma (no era raro que con cierta fama de brujos y depravados tuvieran problemas en comunidades ‘tradicionales’). También a Eucrocia benefactora del mismo Prisciliano. Ellos dos, más otros cinco seguidores de la secta, tuvieron el discutible honor de ser los primeros herejes ajusticiados por la Iglesia Católica a través de una institución civil en el año 385. Lo cierto es que el emperador les condenó por hechos considerados delitos civiles entonces, básicamente brujería y abortismo.
Hermetismo y confusión
El gnóstico era amigo de los secretos y de la confusión de conceptos. Buscaban el enganche de lo oculto y lo misterioso. El exceso de orgullo intelectual y el deseo de pertenencia a una élite de sabios conducían a muchos a iniciarse en los misterios de la secta. Los gnósticos distinguían entre conocimientos exotéricos y esotéricos (externos e internos) al igual que los Pitagóricos. Los exotéricos eran para seducir a los neófitos y los esotéricos para conducir a los iniciados. El final del camino era la ‘perfecta gnosis’ o la sabiduría que liberaba al espíritu de la materia. El problema es que el convencimiento sobre la verdad revelada tenía que ser a priori, y no era algo discutible. Por tanto, el razonamiento, al que veneraban de buena fe, siempre estaba de más.
Los primeros Padres conciliares ya se burlaban de la verborrea oscurantista de los gnósticos. Ireneo de Lyon († 202) estuvo brillante en su refutación de la misma: «Hay un Protoprincipio real, protodespojado de mente, protovacío de substancia, una Potencia protodotada de redondez, a la que llamo Calabaza. Junto con esta Calabaza hay otra Potencia a la que llamo Supervacío. Estos Calabaza y Supervacío, puesto que son una sola cosa, emitieron sin dar a luz un Fruto dulce y visible que todos pueden comer, al que el lenguaje común llama Pepino. Junto con el Pepino existe una Potencia que goza del mismo poder, a la que llamo Melón. Estas Potencias: la Calabaza, el Supervacío, el Pepino y el Melón, emitieron el resto de los pepinos fruto de los delirios de Valentín (6)».
Un ejemplo de cómo buscaban deliberadamente la confusión, se aprecia en el gnostico Apocalipsis de Pablo, encontrado en Nag Hammadi, del que no se puede decir que haya metido la mano la Iglesia medieval: “Desciendo al mundo de los muertos para llevar cautiva a la cautividad que fue cautivada en la cautividad de Babilonia.”. Una cosa es abusar de las metáforas y del simbolismo, y otra muy distinta los trabalenguas.
Sería injusto negar que los gnósticos tuvieron intuiciones geniales. Por ejemplo: se anticiparon en mil cuatrocientos años a la predestinación de las almas de Lutero. Y respecto a su convicción de que el tiempo y la materia eran una misma cosa (malvada) se adelantaron mil ochocientos años a Einstein. Precisamente esta plasticidad temporal es una de los hallazgos que da a los gnósticos más fecundidad de ideas, ya que si la línea del tiempo es engañosa, la relación causa y efecto de la Física es arbitraria, esto abre la puerta a narraciones ucrónicas donde los hechos del pasado pueden darse en el futuro y viceversa. Por otro lado, justifica cuestiones como la reencarnación, las visiones futuras, los viajes al pasado, experimentar las vivencias de otros, etc.
Los gnósticos cristianos incorporaban sin problemas todo tipo de influencias extrañas a sus dogmas: filosofía griega, cábala hebrea, astrología oriental, magia pagana, nigromancia. Por lo mismo, sin faltar a la verdad, podría decirse que a lo anterior le agregaban el cristianismo. Esta práctica se conoce como sincretismo. El único requisito para aceptar cualquier influencia era el hermetismo y la oscuridad conceptual, mediante la que poder afirmar o refutar tanto una cosa como su contraria.
Retomo la pregunta que hice al principio: ¿Hubiera tenido cabida la Ciencia bajo la influencia intelectual de gnosticismo? No, desde luego.
Preguntar lo mismo sobre la Iglesia es gratuito, ya que los hechos dicen que sí. El esfuerzo intelectual de muchos de sus fieles, su rigor conceptual, y su sincero aprecio por la verdad, ha ayudado a la Ciencia a desarrollarse, mal que les pese a muchos. Leibniz, Newton, Euler y Napier fueron piadosos cristianos, estudiosos de la Biblia, que revolucionaron la Física y las Matemáticas modernas sin encontrarse impedimentos religiosos. Todos ellos escribían en latín, pero no para ocultar sus descubrimientos, sino para darlos a conocer universalmente. La Ciencia les debe a ellos las herramientas intelectuales más importantes para su desarrollo posterior.
Moralidad
Desde el primer momento los apóstoles marcaron reglas morales a las comunidades cristianas. Por ejemplo, en la Epístola a los Gálatas se dice: "Son claras las obras de la carne: los adulterios, la fornicación, la impureza, la lujuria, la idolatría, la magia, la enemistad, las riñas, los celos, la ira, la discordia, los odios, las disensiones, las herejías, las envidias, las borracheras, las orgías y cosas semejantes. Os repito lo que antes dije: quienes así obran, no poseerán el reino de Dios" (Gál 5,19-21). También mediante una formulación positiva se predicaba la contención, el respeto y la igualdad entre los cónyuges, la castidad de los viudos y los solteros, etc.. En realidad nada fuera de lo común para la época (incluso para hoy en día), siendo normas saludables que les distanciaban de todo aquello que pudiera considerarse un escándalo. Además de estas reglas personales, tenían otras comunitarias como las de la rectitud, la misericordia con los pobres, la ayuda a los enfermos, etc.; valores que por la corrupción de la época estaban cayendo en desuso entre los romanos.
Esta rectitud moral sin estridencias, les abría las puertas de muchas comunidades tradicionales, ya fueran judías o romanas. Detrás de esta moralidad estaba el concepto cristiano de libre albedrío: Dios dice lo que es bueno y como ha de conducirse un buen cristiano, pero que lo haga, o no, para salvarse depende de cada cual.
En contraposición al principio del libre albedrío, las primeras comunidades gnósticas (simoniacos, valentinianos, carpocráticos, ofitas, cainitas, adamitas...) se movían en la esfera de la predeterminación, por lo que la elección moral era totalmente superflua. Odiaban la materia y buscaban la pureza, por lo que castigaban sus cuerpos con el ayuno, la abstinencia de carne, la abstinencia sexual y el desprecio de lo material. Consideraban de la misma especie corrupta a las convenciones sociales como el matrimonio, la familia y la procreación. En este sentido, el exceso de rigor en los aspectos formales de la moralidad atraía a muchos adeptos, en especial en Oriente, donde este tipo de moralidad radical no era algo raro (Por ejemplo, entre los judíos esenios de Qunram).
El problema venía en cuanto a que no se veían incluidos bajo ningún código moral, ni civil ni religioso, ni propio ni ajeno, pues la justificación de sus actos procede del destino y no de las obras. Según Ireneo de Lyón (7): “Los gnósticos se creen ya salvados por naturaleza, al escapar del alma y del cuerpo tras la muerte, por ser seres pneumáticos. Por eso se sienten libres de la moral en este mundo”. No dejaba de ser un riesgo esta forma de vida tan despegada en una sociedad como la romana creada en torno al ejercicio de la violencia.
Por otro lado, en el momento en que se desarrollaban filosóficamente los conceptos gnósticos como, por ejemplo, el de la reencarnación, se terminaba llegando a conclusiones tan radicales como que cuanto más pecaran, antes se reencarnarían como seres espirituales, ya que así se irían liberando rápidamente de los pecados de las reencarnaciones futuras. Esto, y otras conclusiones por el estilo, les daban pie a cometer todas las aberraciones morales de las que les acusan los primeros padres de la Iglesia.
Pensar que una secta así hubiera podido llevar el peso del mensaje cristiano durante siglos, por todo lo ancho del mundo romano, hasta su aceptación como religíon oficial del Imperio es cuando menos descabellado.
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Conclusión
Cuando en muchos cristianos y cristianas aún no habían dejado de sangrar las cicatrices de la última persecución debida a Juliano el Apóstata (361-363), y todavía se lloraba a sus muchos mártires, las cargas políticas cambiaban radicalmente para la Iglesia, pero también para Roma.
Los Visigodos, a los que se permitió asentarse dentro de las fronteras, asolaban el Imperio desde el 378 y en el año 410 Alarico saqueaba la Ciudad Eterna. A partir de ahí iban a venir casi mil años de barbarie y oscuridad para un mundo que había sido especialmente luminoso. Las invasiones germánicas (vándalos, godos, sajones…), las de los pueblos esteparios de oriente (hunos, búlgaros, eslavos…) las de los normandos y vikingos que asolaron desde las Islas británicas hasta las costas situadas más allá de Gibraltar. El Islam, todavía hoy bárbaro e ignorante, fueron la puntilla para buena parte de un mundo que luchaba a duras penas por sobrevivir y por salvar su enorme patrimonio cultural.
Si la Iglesia cometió errores, practicó el despotismo y llegó a ser despiadada con las desviaciones heréticas en su seno, también fue el mayor puntal de la resistencia de Occidente y el celoso guardián del saber del mundo antiguo, que bien podía haberse perdido por completo. Una tarea formidable que nadie más hubiera podido llevar a cabo: ni emperadores, ni reyes, ni los bárbaros que tomaron el relevo. Si en algún lugar tenemos que agradecer especialmente su aportación, es precisamente en España.
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(1) Quien de verdad quiera conocer esta parte de la Historia espiritual de Occidente puede acudir directamente a las fuentes de la época: bíblicas, judías y romanas, o a las propias fuentes canónicas. Si no se dispone de tiempo para digerir tal cantidad de información, se puede acudir a historiadores rigurosos y profesionales: Menéndez Pelayo, Jacques Matter, Joseph Campbell, etc. Ensayos como los de Michel Onfray (Contrahistoria de la filosofía) aportan a la Historia de la Filosofía lo mismo que las patadas de Lara Croft a la Arqueología.

(2) Esa pequeña liberalidad no fue debida al afecto, ya que en las Actas del Concilio de Nicea, Constantino consideraba a los judíos un pueblo malvado, a quienes se acusaba abiertamente de ser los asesinos de Jesús.

(3) “Después de ser maltratados e insultados en Filipos, como ya saben, Dios nos dio la audacia necesaria para anunciarles su Buena Noticia en medio de un penoso combate”

(4) Discurso Verdadero Contra los Cristianos (3.37)

(5) Discurso Verdadero Contra los Cristianos (3.33)

(6) Valentín fue un gnóstico del s. II, cuya escuela constituye la rama más importante y sistemática del gnosticismo de esa época

(7) Contra los Herejes (II, 1-11)

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