Revista Comunicación

La impotencia de Monteseirín con Tussam

Publicado el 31 julio 2010 por Jackdaniels

Dicen que a fuerza de repetir las mentiras, éstas acaban por convertirse en verdades absolutas. Algo parecido debe pensar Alfredo Sánchez Monteseirín, el alcalde de Sevilla, porque cada vez que tiene oportunidad para apostillar la catastrófica situación económica de Tussam no la desaprovecha.

Monteseirín, que tiene casi agotado su repertorio de eufemismos a la hora de referirse a la empresa municipal de autobuses, ya no sabe qué inventarse cada vez que le ponen delante la incuestionable situación de Tussam. Porque por mucha verborrea imaginativa que tenga un alcalde tan parlanchín como éste, en la mayoría de las ocasiones la realidad acaba superando a la ficción.

Pero hay un denominador común en todo este proceso que ni el alcalde ni su magia ancestral son capaces de disimular por más que ponga todo su empeño en ello; cada decisión que ha tomado con respecto a Tussam no ha hecho sino empeorar la situación de la empresa.

Ahora anda con el cuento a los periodistas de que, a pesar de la horrible crisis que atraviesa y que no tiene viso alguno de mejora, Tussam "está sometida a un plan de saneamiento económico" y que "no puede reducir sus costes sociales y laborales, que son muy potentes y tampoco puede reducir las líneas que prestan servicio".

Se refiere con ello a la última parida que se les ocurrió a ese dúo cómico de economistas de pacotilla formado por el ínclito Guillermo Gutiérrez, antes de que lo pusieran de patitas en la calle, y ese otro crack de la gestión empresarial y de la economía de calado llamado Arizaga.

Dicha revolución keynesiana se ha basado hasta ahora justamente en lo contrario a lo que se predica: la supresión de las líneas 5, 36, E-5 y la nocturna del Bus de la Movida. Una media de un alcance económico para las cuentas de la empresa tan eficaz como pretender minimizar los efectos de un tsunami evacuando el agua a baldazos.

La doctrina económica que el alcalde se empeña en aplicar para “salvar la empresa” es propia de alguien agotado y sin ideas, porque se reduce a un único y universal principio: reducir el nivel de servicio público y recortar, cuando no eliminar de manera unilateral, las aportaciones económicas que el ayuntamiento, como accionista mayoritario de la empresa, está obligado a realizar. En otras palabras, llevar a la empresa a la bancarrota de manera ineludible. Y sin que parezca importarle para nada el hecho de que cuando se suprimen servicios públicos, lo que se está haciendo en realidad es conculcar derechos ciudadanos.

Todas las medidas anunciadas al respecto apuntan al mismo lugar. Así, el intento de eliminar nuevas líneas como la B5 y C5, que tuvieron que salir rápido a la palestra a desmentir ante la reacción de la ciudadanía. O ese pretendido estudio que se está realizando para la reunificación de las líneas 25 y 26 y que ya ha conseguido movilizar a los vecinos del entorno de las barriadas del Cerro y Rochelambert en recogida de firmas para tratar de impedir la cacicada.

Curiosamente todas las medidas propuestas afectan a líneas con servicio a barriadas eminentemente obreras, porque como viene siendo norma en los últimos tiempos, los gobiernos de izquierdas son los más idóneos para recortar derechos a los más débiles para que los intocables estatus de quienes más tienen permanezcan impasibles ad eternum.

Igual algún día el alcalde se arma de valor y es capaz de explicar sin provocar la carcajada bajo qué concepto de avanzada economía se puede llegar a la conclusión de que las líneas que van a los barrios de postín no son deficitarias, cuando los datos que obran en poder de la empresa apuntan a todo lo contrario: en Sevilla no hay una sola línea de autobuses que produzca beneficios. Sin embargo esas líneas ni se tocan.

O desvelar de una tacada el fabuloso truco de magia por el que el Metrocentro se ha convertido en la segunda línea más potente de la compañía, cuando en realidad se trata del recorrido de las cuatro últimas paradas de aquella cantidad ingente de líneas que tenían parada final en Plaza Nueva y que fueron cercenadas en el Prado para mayor gloria y camuflaje del juguetito por excelencia del regidor. Y todo ello con cargo a las arcas de la empresa municipal, que estaba sobrada para ello y más, como se han encargado de demostrar los hechos.

Con estos mimbres sólo cabía esperar este tipo de cestos. Menos mal que el poco tiempo que le queda se empieza a contar por inauguraciones.


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