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La indolencia

Publicado el 08 marzo 2010 por ArÍstides

SIEMPRE ES MÁS VALIOSO TENER EL RESPETO QUE LA ADMIRACIÓN DE LAS PERSONAS de J.J. Rousseau

El Sol saldrá a las 6.08 h. y se pondrá a las 18,15 h.

Tendremos que acudir al doctor, porque estamos enfermos de indolencia. En vista de que los remedios naturales parecen no surtir efecto, quizás sea necesaria la terapia con electrodos aplicados a alta intensidad. Nuestro mal es grave y al contrario de las dolencias somáticas, el nuestro es un problema que actúa sobre los sentimientos.

Es igual la noticia que se produzca; lo mismo puede ser que un político en activo nos engañe con el mayor de los descaros, que conozcamos que un preso muera en una cárcel por falta de atención o que las autoridades económicas nos quieran hacer pagar las consecuencias de las crisis. A lo más, quizás hagamos algún comentario, mientras nos removemos en nuestro sofá, sobre catástrofes humanitarias que nos quedan lejos.

Nos gusta la carnaza y disfrutamos con ella. Y nuestro grado de resistencia al mal es de tal calibre, que las noticias amables nos pasan desapercibidas. Los programas televisivos de quebrantos personales, desastres humanitarios o hambrunas, nos permiten conciliar el sueño con una facilidad asombrosa. Padecemos de un mal grave y dudo que haya doctores preparados para atender una enfermedad que se manifista con tales rasgos de pasibidad, egoísmo y falta de empatía.

La indolencia está presente en nuestro organismo y se ha ido haciendo fuerte en él. Nos hemos acostumbrado a convivir con su mezquindad y, lejos de molestarnos, nos produce placer. Es adictiva y de cura difícil de no haber una predisposición personal de cambio de valores y un proyecto de vida consecuente con las creencias.


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