Revista Viajes

La isla de Menorca: un jardín con vistas

Por Mundoturistico

La más verde y menos urbanizada de las Islas Baleares es un territorio de bolsillo, con distancias que no superan en ningún caso los cincuenta quilómetros y una población total que no llega a los cien mil habitantes (más de la mitad, en Ciudadela y la capital, Mahón), turistas aparte. De Menorca se trata. De relieve muy llano, orlado de calas y acantilados sobre el mar, sus pueblos son pequeños, con alturas bajas y blancas urbanizaciones residenciales y turísticas. La carretera más importante, que une en diagonal ambas poblaciones mayores, separa en dos, grosso modo, el territorio insular: al norte, la comarca de la Tramuntana; al mediodía, el Mitjorn. Huyendo de la masificación estival, proponemos un paseo en coche por los cuatro costados de la isla. Perfecto para 4 ó 5 días en la isla.

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Norte de Menorca: verde y azul

Pasando por Es Mercadal, subimos a Fornells, un viejo pueblecito de pescadores posado sobre una preciosa bahía, amplia, salpicada de islotes, cuyas aguas azules compiten con el blanco de veleros y fachadas. Un puerto sorprendente, unas salinas al fondo, un pequeño centro peatonal y una interesante oferta gastronómica de pescados y mariscos frescos invitan a la calma y al disfrute; para la actividad, tampoco faltan recursos: playa, deportes acuáticos o senderismo de bellos rincones (si, además, te gusta meterle ritmo a la zapatilla, no puedes perderte el medio maratón de la localidad, a mediados de abril, que te llevará por la Menorca más verde, un recorrido campestre que comienza entre vacas y caseríos y remata a lo largo de su encantador paseo marítimo).

En pleno puerto, pegado al agua, está lo que queda del Castillo de Sant Antoni, origen del pueblo, que fue destruido por los españoles en el siglo XIX, luego de la dominación británica: hoy hace de terraza-mirador sobre la rada; muy cerca, se levanta la Torre vigía, un clásico torreón defensivo que ejercía la vigilancia del puerto y del castillo, convertida ahora en museo de Historia local.

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Regresando luego por la misma carretera, a mitad de camino, tomaremos a la derecha el llamado Camí de Tramuntana, una ruta de vías rurales interiores, estrechas y viradas, que nos lleva de nuevo hacia el mar, hasta alcanzar el Cap de Cavalleria, el cabo más largo y norteño de la isla. El paisaje verde y llano se va haciendo más escarpado y estrecho. La primera parada es en la playa homónima: con su aparcamiento de tierra, su bajada pedregosa y su escalera de madera que salva el alto acantilado, es un arenal original, con forma de corazón y del color característico de sus arcillas.

Desde lo alto, la estampa es singular: el azul del mar, la arena rojiza y el entorno dunar, un crisol de verdes, marrones y cremas. Más adelante, el puertecito de pantalanes y pequeños barcos atracados guarda en su memoria el pasado que se esconde en el yacimiento romano de Sanisera, muy cerca. Llegados al Far de Cavalleria, en fin,  el paisaje es rocoso, piedras y más piedras cubren sus alrededores hasta cortarse en profundos acantilados, sobre los que se abren diversos senderos de tierra blanquecina o rojiza en un suelo rocoso con escasa vegetación. El edificio del faro, blanquísimo y de sombrero plateado, está cerrado, pero se puede acceder hasta su exterior, cuya zona trasera hace de excelente mirador sobre el mar, mientras las cabras ramonean el escaso pasto cercano.

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Sur de Menorca: blanco y crepúsculo

Estamos ahora en Binibèquer Vell (Binibeca), justo en el extremo inferior de la isla. Rodeado de grandes urbanizaciones residenciales y colgado sobre un antiguo puertecito de pescadores, es un poblado de original construcción y enorme atractivo, un laberinto de aires morunos y caprichoso diseño, casas diminutas, placitas escondidas y estrechísimas callejas, una miniatura de cuento. Todo de un blanco cegador, limpio y brillante, sin tráfico rodado, pegado al agua azul entre acantilados bajos y rocosos. Un plácido paraíso mediterráneo que en verano se ve obligado a colgar un ruego de “Silencio, por favor”, debido a la invasión de asombrados visitantes.

Siguiendo la costa hacia el oeste, dos son las playas cercanas más recomendables: Binidalí, pequeña cala de postal de acondicionado pero costoso acceso, favorable al recogimiento nudista; y Ses Canutelles, mucho mayor y abierta, entre altas escarpaduras, al fondo de una encantadora ensenada con un pequeño puerto de aguas verdosas donde los patos ponen sus notas de color entre boyas amarillas y embarcaciones de pesca y recreo. El paseo meridional termina en cala En Porter, enorme conjunto residencial cuya playa es un arenal blanco,  cómodo, de aguas poco profundas y bien protegido. Pero no sin antes visitar la joya de la corona: la Cova d’en Xoroi.

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Excavada en pleno acantilado, es una gruta natural que funciona como exclusivo bar musical. Pero lo que asombra de ella es su misma ubicación, su naturaleza geológica, su logrado diseño interior y, sobre todo, sus tres terrazas, balcones de piedra abiertos al mar sobre unas paredes de vértigo, que permiten disfrutar de unas fantásticas puestas de sol. Siguiendo las pautas ecológicas que se aplican a todo el conjunto, las escaleras de acceso y los miradores están protegidos por barandillas de madera nada gruesa pero dura como el hierro: se trata del acebuche, aquí conocido como ullastre, una especie de olivo silvestre de formas retorcidas, muy abundante en el paisaje arbustivo y de monte bajo dominante en la isla, que se puede ver también en otros usos similares, como pasamanos y vallas, o en esa típica portilla de dos hojas y original diseño, la tanca, que muestran la mayoría de sus fincas y casas. Con el sol acostado, la noche es joven. Bebe y baila, pero ojo con asomarse al abismo.

Este de Menorca: humedal y alborada

Al sureste de la isla se encuentra la capital, Maó (MAHÓN), pequeña ciudad estructurada en dos alturas. En lo alto, un coqueto centro antiguo animado por plazas y calles de piedra con el ayuntamiento, la iglesia y el parador al frente, pero quizá lo más interesante al viajero sean los productos de su plaza-claustro, los platos de la Pescateria y las distintas panorámicas de los miradores que se asoman a los muelles, muy abajo. Aquí, tras una primera ojeada a pie, entre cascos, velas y gaviotas, lo más recomendable es un paseo en barco por el puerto, colorista y adornado de islotes.

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En su extremo este, la Fortaleza de Sa Mola se levanta sobre la Punta de S’Esperó, que pasa por ser el cabo más oriental de toda España, con los más tempranos y espectaculares amaneceres. Fue levantada en el siglo XIX sobre un antiguo fuerte de la época de la dominación inglesa. Se trata de un estratégico  recinto militar, sólido y amurallado, para defensa del puerto de Mahón, que comprende numerosas construcciones dirigidas a tal fin: muros, fosos, torres, plazas, cuarteles, pabellones, barracones, almacenes, polvorines, galerías subterráneas, aljibes, baterías, prisión. Callados los cañones tiempo ha, se está reconvirtiendo en museo y centro cultural abierto al público.

En el extremo opuesto de la rada, el pueblecito costero de cala Sant Steve es una sorpresa doble: por un lado, el Fort Marlborough, otro regalo militar inglés, levantado también para defensa del puerto, un conjunto de galerías y salas subterráneas excavadas en la roca del acantilado, con mirador y museo; por otro, el propio pueblo, una postal de casitas, aguas esmeraldas y embarcaderos apretujados entre roquedales imponentes. Volviendo a la vida civil, por la carretera más costera, entramos algo más al norte de la capital en el territorio del Parque Natural de la Albufera, zona verde y protegida de enorme atractivo para los amantes de la flora y la fauna o, simplemente para los que gusten de pasear o practicar el senderismo siguiendo algunos de los itinerarios señalados o perdiéndose en el laberinto de bosque, acantilado, laguna, marisma, corrientes de agua, humedal, tierras de labor, dunar, playa y miradores que conforman el conjunto. Nosotros lo hacemos por su acceso meridional, el pueblecito de pescadores de Es Grau, apretado y blanco, de playa grande y curvada, rodeada de dunas y bien protegida por la cerrada bahía.

El extremo norte de la amplia zona está limitado por el cabo de Favàritx. A medida que nos vamos acercando, tras desviarnos por su estrecha carretera, va desapareciendo el verde y, en el tramo final, entramos casi de golpe en un paisaje sorprendente, de aspecto extraterrestre, totalmente pedregoso y sin vegetación. El suelo oscuro, de pizarras bituminosas desgastadas y laminadas, contrasta con el azul de la balsa natural cercana al aparcamiento y del mar que erosiona, muy abajo, los altos y peligrosos acantilados del lugar, coronado por su Faro de torre azul y blanca, ahora cerrado al público.

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Oeste de Menorca: de casona y navío

Camino de la zona más occidental de la isla, es aconsejable desviarse a la altura del céntrico pueblo de Ferreries y bajar a Cala Galdana, una playa preciosa y amplísima unida a un puerto natural donde desemboca el río que cruza el barranco. Todo el conjunto bien acondicionado, agazapado bajo acantilados de vértigo. Los pinos sobre el arenal, los patos en el agua dulce, el verde jardín, los pequeños puentes, los barcos y la pasarela de madera que se alarga por el embarcadero completan una bella estampa de aires venecianos.  A la salida, un coqueto rincón ajardinado hace de alto mirador sobre el acantilado y nos regala una nueva panorámica de todo el conjunto costero. Volviendo sobre nuestros pasos, a las puertas de Ciudadela, nos espera la célebre Naveta des Tudons.

Emblema de la cultura de los talaiots, con yacimientos por toda la isla, es un enorme monumento funerario en piedra que nos remite al arte y la sociedad de sus remotos pobladores, allá por la  lejana Edad de los Metales. Ciutadella, otrora capital, es sede del obispado menorquín. Refugiada al norte de una bahía plagada de playas y núcleos turísticos, se extiende también en dos niveles sobre el mar. Abajo, el puerto, fondeadero natural de gran movimiento de personas y mercancías, con su paseo y su ambiente de terrazas y tiendas; arriba, el casco antiguo, con gran oferta de ocio y comercio, ambiente siempre animado y rico patrimonio de arte e historia, posee un conjunto arquitectónico muy bien conservado que gira en torno a su catedral gótica y el palacio episcopal: calles estrechas, plazas con encanto, soportales, casas señoriales, palacetes e iglesias, museos y centros culturales.

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Al fondo, la plaza del Born, con el Ayuntamiento y la oficina de turismo, la amplísima Explanada que hace de mirador sobre la ciudad baja y los muelles. Dejando atrás el viejo Faro del puerto, recalamos en dos playas cercanas: cala En Blanes, pequeña y local, presume de un palmeral único pegado a la arena; En Brut, por el contrario, es una cala de plataformas rocosas pulidas por el mar que sirven de solárium y trampolín a los más osados.

En el interior, en fin, se encuentra el pico más alto de la isla, el monte Toro, un promontorio que no llega a los cuatrocientos metros, lo que da idea de un relieve muy llano, de verdes planicies y valles salpicados de suaves colinas, de monte bajo y matas boscosas, de fincas y tierras de labor separadas por esos típicos muros de piedra blanca, la “pared seca”, que llaman la atención del foráneo. Aparte del santuario que acoge en lo alto y de ofrecer tienda y restaurante, lo mejor del lugar es ser un balcón inigualable desde el que se abarca el territorio insular por los cuatro costados, siempre con el Mediterráneo al fondo, como un mapa vivo.

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Por otra parte, toda Menorca se ha servido desde antiguo de una interesante red de caminos, pero los más importantes han sido convertidos, en la mayor parte de su recorrido, en carreteras asfaltadas. A cambio, se ha completado una senda circular costera que rodea toda la isla usando viejos caminos, senderos y trochas por monte, campo, fincas públicas y privadas, pastos, labrantíos y huertas, playas y acantilados, paseos y zonas urbanas, y que constituye todo un regalo para la vista y el solaz de caminantes, jinetes, corredores, ciclistas y deportistas amantes del ejercicio al aire libre y la Naturaleza. Hablamos del conocido como  Camí de Cavalls, que, como su nombre indica, nació cuando las caballerías eran los únicos medios de transporte, se consolidó más tarde para unir los torreones defensivos del perímetro costero y se completó recientemente como GR-223, senda de gran recorrido que hoy es el orgullo de los isleños. Ánimo y a probarlo.


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