Revista Sociedad

La izquierda de Merkel

Publicado el 06 mayo 2013 por Abel Ros

La llegada de Hollande no ha servido para romper los sueños germánicos y despertar de su letargo al león Mediterráneo


La izquierda de Merkel
robablemente Cayo Lara no responderá a la pregunta que le hice en twitter. No responderá, decía, porque el discurso de la izquierda no tiene cabida en los aposentos europeos. ¿Si ustedes gobernasen – le pregunté al líder de Izquierda Unida – qué política económica llevarían a cabo, con Merkel en la Tribuna? En  tiempos preeuropeos esta cuestión, al rojo de la bajara, no tendría sentido desde los prismas ideológicos. El aumento de la presión fiscal y los estímulos económicos serían las herramientas clásicas, de la "casa de los pobres", para garantizar la fórmula de la izquierda: más Estado y menos Mercado. Ahora bien, con Ángela mediante, otro gallo bien distinto canta en el seno de sus corrales. Por mucha retórica que nos vendan desde las bancadas de Llamazares, la evidencia empírica demuestra a los ojos de la Crítica que: el títere hispánico está cogido de pies y manos por los hilos de la Troika. Son precisamente estas ataduras con el neoliberalismo de arriba, las que impiden a la Izquierda recuperar su discurso e ilusionar a los suyos

Tres años después del fatídico mayo de Zapatero vemos, desde el retrovisor de los tiempos, la destrucción ideológica que ha supuesto nuestro paso por Europa. Lo vemos, decía, por los escasos márgenes de maniobra que tienen los miembros de la Eurozona para enderezar los caballos en sus campos de batalla. La llegada de Hollande, a día de hoy, no ha servido para romper los sueños germánicos y despertar de su letargo al león Mediterráneo. Mientras Alemania no cuente en sus tablas estadísticas con seis millones de "brazos cruzados"  - en palabras del catedrático - las políticas merkelianas seguirán asfixiando las gargantas a los débiles del carro. Gobernar a España como si se tratase de Alemania está siendo, sin duda alguna, la medicación errónea que, día tras día, está acabando con los ánimos del enfermo.

Sin Europa mediante; la devaluación de la moneda y  los estímulos a la japonesa hubieran bastado para que las curvas de la EPA no cruzasen el umbral de la España postfranquista.

El argumento de autoridad, impuesto por la Troika, impide a los partidos de la Izquierda seguir el rumbo ideológico de los tiempos felipistas. Es necesario – en palabras de la Crítica –  repensar el argumentario socialdemócrata para que la cuota electoral del pluralismo rojo encuentre en su producto la identidad perdida en los bosques europeos. El discurso de los estímulos, auspiciado por Lara y Rubalcaba, no converge con la lógica que siembra la naturaleza de las cohesiones. Mientras las políticas de la derecha son coherentes con el marco neoliberal europeo, la Izquierda, por su parte,  gobierna en contradicción ideológica con los mimbres de sus partidos. Llegados a este punto podemos concluir que: las fórmulas progresistas no encuadran en el conservadurismo intransigente del egoísmo germano.

El viraje ideológico de la Europa presente solamente se conseguirá con un cambio en las condiciones socioeconómicas dentro de los marcos alemanes. Hasta que el país de la filosofía no viva en sus intramuros condiciones similares a la periferia empobrecida, no cambiará el sino de nuestros índices económicos. Para que se cumpla esta premisa,  las exportaciones germanas tienen que verse amenazadas por las estructuras orientales. Son precisamente los rugidos de los  tigres asiáticos, los que harán a la Canciller alemana sustituir austeridad por estímulos. Gracias al cumplimiento de esa condición necesaria y suficiente, los estados europeos pasarán de ser un problema a convertirse en solución ante las turbulencias de la demanda. En el caso de materializarse esta variable, la Francia de Hollande sería la nueva Alemania de Europa. La recuperación ideológica del discurso progresista devolvería a las urnas la identidad sociológica de la izquierda desencantada. Mientras a Alemania le vaya bien, Cayo seguirá sin contestar a la pregunta que le hice.

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