Revista Cultura y Ocio

La literatura juvenil en Argentina: Territorio en peligro.

Por Annie
¡Buen lunes para todos! ¿cómo estan?Por acá con bastante frio, Mar del Plata amaneció nublada y helada u.u, pero bueno, nada que una buena taza de chocolate caliente y un buen libro, no puedan solucionar.Hoy les traigo un interesante analisis que hace Mati, mi compañero en el blog, sobre la Literatura Juvenil en Argentina, sé que quizá es un poco largo, pero vale la pena leerlo.
La literatura juvenil en Argentina: Territorio en peligro.
Si bien podríamos rastrear los comienzos de la denominada “literatura juvenil” hacia finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX (hablo, por supuesto, de clásicos como las aventuras de Robert Louis Stevenson, las reconocidas novelas coming of age de Louisa May Alcott y tantas obras memorables de Twain, Lewis, Salinger, entre innumerables otros), el término propiamente dicho no comenzaría a usarse hasta la década de 1960, donde muchos de los textos anteriormente mencionadas se verían sujetos a lo que deberíamos llamar un proceso de recatalogación genérica. Me refiero a que, si bien dichos escritos no fueron pensados en miras a un público juvenil – el hecho de estar destinados a los adultos les atribuía un mayor nivel de “seriedad” -, en la segunda mitad del siglo XX se vieron ocupando lugares en las estanterías de las generaciones más jóvenes.Si bien no es el objetivo de este artículo el introducirse de lleno en este periodo temporal, cabe relacionar la creación de la categoría Young adult con lo que se conoce como el fin de la modernidad y el inicio de la posmodernidad. En este momento, la narrativa se vio sujeta  a una  serie de transformaciones de gran importancia, siendo una de las más llamativas el apartamiento de la diferenciación entre “géneros mayores” y “géneros menores” y la progresiva reivindicación de aquello que era considerado como literatura poco seria. Al mismo tiempo, otro rasgo fundamental de la posmodernidad, que continúa viéndose hoy en día en la literatura juvenil, es la deconstrucción de géneros preexistentes (un ejemplo paradigmático actual podría ser el de Marissa Meyercon sus “Crónicas Lunares”, que desarma y reconstruye el género maravilloso, al igual que tantos otros retellings) y una consecuente hibridación genérica que se trasladaría rápidamente a toda el campo literario.En nuestro país, si bien hay registro de series juveniles anteriores que presentaron un cierto nivel de aceptación entre los lectores (como Goosebumps, de R.L Stine) el fenómeno se volvió particularmente fuerte hacia finales de la década de los 90, con la llegada de cierto hechicero a manos de la escritora británica J.K Rowling. Harry Potter marcó un antes y un después en la literatura YA, al poner en foco a jóvenes personajes literarios con una fortaleza igual o mayor a la de muchos adultos, y al traer a colación temas de importancia general como la amistad, la perseverancia, la justicia, el amor y la maduración personal, entre tantos otros. Considero que la particularidad que esta saga trajo consigo fue la capacidad que tuvieron los lectores de crecer junto a su protagonista, de avanzar juntos y  de ser testigos de las vicisitudes que se presentaban a medida que el camino se volvía más arduo y oscuro.Sin lugar a dudas, la atención atraída por el mundo mágico  de Harry Potter ayudó a ampliar los horizontes de la literatura juvenil y a centrar el foco en nuevas variantes que competirían por el lugar editorial que consideraban merecido. Deberíamos mencionar, en la primera década del siglo XXI, la presencia de lo sobrenatural de la mano de Twilight (que podemos recatalogar como una desconstrucción del género vampírico) y una cierta revitalización de la literatura distópica como ambiente de proliferación juvenil, tal como es encontrada en The Hunger Games.La segunda década dio paso a una serie de literaturas en las que se vuelve predominante la caracterización del mundo evocado como uno similar al real (acercándonos peligrosamente a esa primera definición de Todorov de lo que podría considerarse verosímil), en el que hallamos en reiteradas ocasiones jóvenes que fácilmente podrían ponerse en contraste con el adolescente promedio. Se encuentra elogiada la figura del outsider (aquél que no pertenece a un grupo en particular, sino que se caracteriza por ser señalado como diferente al resto), así como también la figura del amor prohibido (el chico peligroso, la chica rebelde, las relaciones entre familiares indirectos, el romance abusivo, etc)Considero importantísimo remarcar, también, la presencia de las literaturas LGBTQ, que han logrado ganar terreno en un mundo en el que afortunadamente la diversidad sexual ha comenzado de a poco a ser considerada como una simple variable más en el campo de la subjetividad personal, y no como algo que deba prevenirse o modificarse. Two boys kissing, de David Levithan, y George, de Alex Gino, funcionan como ejemplos paradigmáticos del alcance que el género está teniendo en la actualidad.Ahora bien, resulta imposible analizar este panorama múltiple sin hacer mención  a los importantes avances tecnológicos que se han perfeccionado en el último decenio. El desarrollo sostenido de las redes sociales – Facebook, Blogger, Twitter, Youtube, Instagram – ha generado, al tiempo que la literatura juvenil alcanzaba una época de expansión que antaño resultaba impensada, un proceso de democratización de la información que, como veremos a continuación, funciona como un arma de doble filo para el mercado editorial.En Argentina – al igual que en muchos otros países de habla hispana – el fenómeno Young adult viene acompañado por la presencia de un grupo de jóvenes entusiastas que hacen uso de estas nuevas tecnologías para compartir sus gustos o recomendaciones con el mundo. Desde entradas de texto hasta videos de corta duración, internet ha proveído a las nuevas generaciones de herramientas suficientes para expresar su pasión por la lectura – cabe mencionar la red social Goodreads, que se caracteriza por un contenido relacionado exclusivamente a lo literario – ayudando de esta manera a las editoriales a transitar el sinuoso trayecto que se encontraba frente a ellas: el de cómo acercarse a un grupo de jóvenes –juventud tanto en sentido biológico como psicológico – que ya tenía un registro literario propio con el cual se veía representado. Sin embargo, esta facilidad en la identificación de aquellas obras que interesaban a los lectores del género se ve ensombrecida por una importante brecha conformada en partes iguales por la parsimonia de los tiempos editoriales y por la difusión que ciertos lenguajes no maternos tienen en los nuevos – y no tan nuevos -  grupos de lectores.Si bien numerosas editoriales han caído en la cuenta de que el éxito en el mercado Young adult radica, en gran parte, en la conformación de un equipo que entienda del género y que se vea identificado con el mismo– nuevas camadas de editores, licenciados en letras o en marketing, traductores – se enfrentan todavía a los problemas que acarrea el tiempo necesario para poner el libro en un estante. Si a esto le sumamos que la mayor parte de las historias provienen de países de habla inglesa, y que un gran número de jóvenes ya se encuentran versados en el dominio del idioma inglés, la compra de libros al exterior o la apropiación ilícita de los mismos – ya sea por descargas o por lecturas online, muchas veces acompañadas por traducciones no oficiales – atenta drásticamente contra el mercado editorial.Ante este panorama, las editoriales reaccionan de una manera que muchas veces resulta contraproducente, convirtiéndose en un obstáculo para la proliferación de los diferentes tipos de literatura juvenil: una vez que ya se obtuvo un éxito con algún fenómeno editorial, se tiende a repetir la misma ecuación una y otra vez. De esta manera los temas parecen agotarse rápidamente, y lo que en un momento parecía ser una fórmula lucrativa, rápidamente pierde poder ante las decenas de libros similares que salen al mercado todos los meses. Lo que en un principio caracterizó a la literatura YA, la variedad de temas con la que los lectores podían sentirse identificados, dio paso a la reiteración producida tanto por el miedo a quedarse atrás, como por la búsqueda del beneficio económico.Lo anteriormente dicho vuelve necesaria la realización de un llamado tanto a editoriales como a lectores que se vean atraídos por el mundo de la literatura juvenil. A las primeras, para que continúen buscando lo diferente, para permitir que las temáticas juveniles se diversifiquen tanto como puedan, para dejar de apostar por lo que se considera seguro para traer algo nuevo, algo audaz. Por qué no, me pregunto también, para poner el ojo en autores nacionales o latinoamericanos, autores que orientan su trabajo a este tipo de literatura y que generalmente se ven opacados por los aportes del exterior.
Y a los lectores, para que se animen a utilizar los canales de comunicación disponibles con las editoriales, para que aporten sus consejos y pidan aquello que les interesa, para que se informen acerca de lo que está por venir. Para que, en definitiva, hagan escuchar su opinión y permitan que el género Young adult continúe con un proceso de diversificación que se está viendo amenazado. Para hacer dar cuenta de su error a aquellos que dicen que los jóvenes no leen, y para que vean también que el poder ilimitado del producto literario actúa en este género tan bien como en cualquier otro.La literatura juvenil en Argentina: Territorio en peligro.

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