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…la lluvia es una piel…

Publicado el 21 junio 2011 por Lacoleccionistadeespejos
…la lluvia es una piel…poesía de reconocimiento Mayra Herra MongeLa Coleccionista de Espejos
…la lluvia es una piel…, de la poeta costarricense Dlia McDonald Woolery, fue editado en 1999 por el Ministerio deCultura como parte de PROFOL, el programa de fomento de la lectura auspiciado por UNESCO y desarrollado por ese Ministerio. El poemario fue repartido de manera gratuita en entidades educativas, y durante las actividades de promoción de lectura que se realizaron en casi todo el país.  

 En 2010 se hizo una cuarta edición, que estamos presentando esta tarde aquí en la Sede de Occidente de la Universidad de Costa Rica.     Debo  afirmar,  una vez más,  que cualquier estudio relacionado con prácticas culturales afro-costarricenses debe partir de un firme reconocimiento de que el paradigma cultural vigente en Costa Rica está basado en  la hegemonía de la cultura valle-centralina,  proceso que se originó con el  proyecto de modernización/colonización seguido por España  y otros países europeos en América a partir del siglo XVI y que probablemente no ha terminado todavía. Como es bien conocido, este paradigma se vio fortalecido por  el proyecto liberal de formación del estado-nación  costarricense en la segunda mitad del siglo XIX.  Desde sus orígenes, la llamada “cultura costarricense”, en general,  ha tenido como único sujeto a la población “blanca” y como único territorio al “Valle Central”.   Se ha ignorado en esta narrativa la presencia de indígenas,  afro-descendientes,  chinos, judíos, árabes y personas de muchos otros orígenes.  En buena medida también se ha ignorado a los guanacastecos,  a pesar de que  la marimba y los bailes y trajes así llamados “típicos” se encuentran entre  nuestras señas de identidad más preciadas.

El campo de la literatura no escapa a este destino. Si se deja de lado al narrador  Quince Duncan y a las poetas Eulalia Bernard, Dlia Mc Donald y Shirley Campbell,  así como las ediciones de los cuentos de Anancy  realizadas por Joyce Anglin y por Carol Britton,  los aportes literarios de otros afrocostarricenses  son poco conocidos, por no decir que totalmente invisibilizados.  A pesar de algunos valiosos estudios recientes, entre los que sobresale el importante trabajo de Dorothy Mosby en su libro Place, Language and Identity in Afro-Costa Rican Literature (2003), seguimos en deuda con los autores, músicos y artistas afro-costarricenses. 
Como ya lo había expresado en mi ponenciaEstudios sobre algunas producciones simbólicas de la cultura afro-caribeña de Costa Rica. Estado de la cuestión”, presentada en el  II Seminario “Estado de la investigación en el Caribe de Costa Rica” celebrado en Puerto Limón en febrero de 2009, sigue siendo una mala señal el hecho de que la mayoría de los estudios realizados sobre este tema, sean el producto de la academia europea y norteamericana y de que carezcan, en la mayoría de los casos, de traducciones adecuadas y accesibles al común de los costarricenses.   En relación con esto, no  puedo dejar de pensar en  la colonización del saber.
Dicho esto, voy a centrarme en un comentario del libro …la lluvia es una piel… (1999), basado en mis lecturas de este y otros libros de McDonald  y de los textos de otras poetas afrocostarricenses, como Eulalia Bernard, Shirley Campbell, Prudence Bellamy, Marcia Reid y otras más, y en mis investigaciones recientes sobre prácticas culturales no-hegemónicas en el Caribe de Costa Rica y de Nicaragua.
      En lo relacionado con los afro-costarricenses, cabe recordar que su historia inicia a finales del siglo XIX[1], cuando la construcción del ferrocarril al Atlántico propició la llegada de pobladores negros antillanos que luego se establecieron en la zona de la costa talamanqueña.
       Esta población se mantuvo aislada del resto del país hasta el año

[1] Los estudios realizados por  Rina Cáceres y María de los Angeles Acuña, Tatiana Lobo y Mauricio Meléndez  han demostrado con claridad  que la presencia de población  afrodescendiente en Costa Rica, se remonta a la época colonial. En este artículo nos referimos a la población llegada a fines de Siglo XIX proveniente de Jamaica y algunas otras  islas del Caribe. 
En 1949, cuando se inició el proceso de otorgamiento de la ciudadanía y, con ello, la comunicación con el Valle Central. Poco conocido es el hecho de que este   aislamiento fue,  paradójicamente, el que dio paso al florecimiento de una rica cultura que apenas recientemente empieza a ser reconocida. Cuando se revisan los periódicos The Atlantic Voice o The Searchlight, así como algunos otros publicados en Limón durante la primera mitad del siglo XX, es posible darse cuenta de que la riqueza cultural de la región  igualaba,  si no es que sobrepasaba, la condición cultural de la Meseta Central. Lamentablemente, nuestro valle-centralismo ha frenado hasta hace muy poco tiempo los estudios sobre prácticas como el calypso, las religiones, los juegos tradicionales, la cocina y hasta la lengua del Caribe de Costa Rica. De ahí la importancia de reconocer la labor realizada por D’lia como poeta y también como gestora cultural.
Dlia McDonald forma parte de la tercera generación de afro-costarricenses. Junto con Shirley Campbell, es calificada por Mosby  como “Young, gifted and black” (Mosby: 2003, p. 167).  McDonald nació en Panamá y emigró a San José cuando aún era una niña:  “Nosotros;llegamos a San José cargadosde ceremonias y silenciosy nos fuimos a vivir a un barrio.Mi barrio se llama México.Barrio México,y es una avenida con plazas y murmullos,una gran equis que atraviesael paso de la vaca, los alrededores del mercado,el Líbano y una fila de casitas multicoloresigualmente silenciosas.Mi casa está en el centro;es la casa de los “morenos de raza”,dicen los vecinos, a la salida de Calle 16,avenida ocho,diagonal a Abonos Agroy a 25 metrosde la Pulpería de don Chalo” (p. 29) [1].

Una vez ahí debió enfrentar el racismo y la exclusión. Dice, en una entrevista que me concedió, que ella era feliz porque su casa tenía un patio grande para jugar; de esta manera no tenía que salir y enfrentar la mirada extrañada de los otros, los “blancos”:  “A los seis años,/ me encontró la escuela”, descrita por la poeta como “una galera aullante blanca y azul” , y se encontró con su maestra a quien describe como una “una azucarera,/ redonda y blanca-,/ vestida siempre de verde, / y florecitas sobre las orejas”.  Aún en este sitio de supuesta igualdad: “Ella…/ me sentaba en una esquina […]  Y, en mi rincón/ lejos de sus hijas blancas, / yo siempre estaba en rebeldía” (p. 30)

La obra poética de Dlia consta de El séptimo círculo del obelisco (1993), Sangre de madera (1995), …la lluvia es una piel…, cuyos datos se han consignado antes, y la antología Instinto tribal, publicada en 2004,  que  recoge parte de los dos primeros libros citados.
…la lluvia es una piel… es un reconocimiento. Entre las varias acepciones que da el DRAE al definir  el vocablo “reconocer”, están las siguientes: 1   1. Examinar con cuidado a una persona o cosa para enterarse de su identidad, naturaleza y circunstancias.2.   Registrar, mirar por todos sus lados y aspectos una cosa para acabar de comprenderla.3.   Registrar para enterarse bien del contenido, como en un baúl.4.   Confesar la obligación de gratitud que se le debe a otro por los beneficios recibidos.
Todo eso me parece que es la poesía de  …la lluvia es una piel…
Si se empieza por examinar la portada, nos encontramos con que en ella aparece la fotografía de una joven que resulta ser  la abuela de la poeta, la señora Daphnney Iris More Battis,  emigrada de Jamaica a Centro América. Tanto esta portada como la dedicatoria del libro, “A Amelia, mi madre, y a Miss Dudney, mi abuela putativa”, no hacen más que construir un eslabón más en esa cadena de reconocimiento por parte de la poeta de sus ancestros y a sus ancestros, en especial en esa cadena matriarcal que constituye la base y fundamento de la familia extendida en las culturas diaspóricas. Dice el poema decimoctavo del libro:
“¿Mamá?...mamá conocía de viajesy de puertos,de amigos,—muy negros—. de Panamá y de Limón.A veces, (…)olvida el rincón solitariodonde embrolla    sus memoriasy me habla de una mamá buena,con cabello blanco y piel de achiote,con ojos de candela,sabia y jamaiquina,sabia y señora.” (p. 34)
La poeta registra  en su memoria y reconoce  a su padre:
“Mi padre…era constructorde barcos de papel moneda,navegantes de su muelle de naipes colorados;miraba al mundo por sus lentes,—rotos a la mitad—y la lotería en los dedos.” (p. 36)
También a su hermana, que es “una negra / serena y palmera; / rítmica y elaborada” (p. 39), a su hermano, que es un negro / con los sonidos del bambú.” (p. 40), y a sus tías que:“Como todas las negras,mis tías saben coser.Por las tardes,
construyen vestidose ilusiones en los retablosde las colchas,y a veces…
—igual que yo—.oyen voces,
      es el hilocon que tejieron sus vidas.” (p. 41)   Los trece poemas que constituyen la primera parte del libro, son igualmente un reconocimiento. En este caso, se trata de la segunda acepción a que he hecho referencia al inicio de este comentario: “Registrar, mirar por todos sus lados y aspectos una cosa para acabarla de comprender”. La voz lírica examina cuidadosamente, mira por todos lados y trata de comprender su identidad de niña, de negra, de poeta, de bruja…     Nací negra,porque soy el sol.Nací de agua negra,mar tranquilabrujería de huesosen el andar.Y como el berimbao,soy leyenda   y como el silencio,el cantar de los cantares.” (p. 17)
“A punto de nacer,fui llevada al templo Hungan,—de la magia y memoriasen los pueblos antiguos—.por los dioses del Samunfo, y del Obeath,porque mis ancestros reclamaban eso…y trajeron a los Loas / Leadbacks delPanteón Vudú congregaron a los diosesy señores de la tierraen tiempo de lluvia ycomo sacrificio quemaronincienso de arena,para que yo,—mitad mujer,mitad espíritude todo lo desconocido—.viniese a ocupar un lugar en la tierra…” (p. 23)
El reconocimiento de Limón como memoria se elabora en la tercera parte del libro. Desde la salida de la estación al Atlántico, el tren guía a la viajera pasando las montañas, el río Reventazón que “me llena los ojos / y cabe, / completo, / entre mis manos…” (p. 57)o el Pacuarito, del cual “Mi abuela, –Iris– dijo: /Pacuarito, / es el hijo menor del Pacuare / por eso, atraviesa la montaña, / los bananales, la grada de la selva, / la palmera despeinada…” (p. 69).
Llenos de colores y sonidos,  los pueblos linieros,  también aparecen a los ojos de la viajera: “Cada parada es un baile de calipsos,los negros chepinesestamos alegres con nuestrafiesta de sonrisas,y al tren suben los vendedoresatropellando los anuncios:‘pan bon… pan booon, llevalleva pan bon…Pescao,… pescao fresco… pescao y rondon…15 cents y usted comer el mejor rondon del puerto…15 cents y no haber mejor… bacalao, bacalao con akee yaceite de coco,… bacalao… fruta e’pan…¿llevar fruta e’pan? asao… o frita… ¿pati? patipatipati…’  (p. 58)
El tren llega al pueblo de “los abuelos que no conocí y no sólo convoca a los ancestros, sino que registra para el lector  elementos del pasado de la cultura caribeña:
“Los fragmentos y sonidosque oigo son del tren:casas zancudascon brillo de piso chaineado a pipa secay aceite de coco.Frente al sol, la curva del río,mujeres mitadpiedra y espuma,lavando con ritmode chicharra la noche.”  (p. 70)
La finca de los Tíos James en 28  millas, Siquirres, y la casa de Ta Ethel, son otros sitios de reconocimiento  del lazo que une a la poeta con Limón:
   “Un racimo de negros en la iglesiay el órgano cantando gospels y aleluyas,las guayabas en el regazomientras todos cantan…la calle, vestida con vuelosy bombillas de luciérnagas…]Las niñas tienen cintasen el pelo recién planchadoy pañuelos blancosabanicando el calor…[” (p. 79)
El reconocimiento de su cultura y de su paisaje es la esencia de la poesía de D’lia McDonald en  …la lluvia es una piel…, tanto en cuanto a darle a sus raíces y ancestros el merecido crédito por destilar en ella su identidad cultural, como en cuanto a posar una mirada escrutadora sobre todo aquello que la rodea y la hace ser quien es. Ese reconocimiento es también la deuda de mucha data que tiene Costa Rica con sus autores y artistas afro-costarricenses: el aceptar la obligación de gratitud para con una parte fundamental, aunque invisibilizada, de nuestra cultura, así como el observar, estudiar y analizar cuidadosa y orgullosamente este corpus artístico.
BIBLIOGRAFÍA
Herra, Mayra. Estudios sobre algunas producciones simbólicas de la cultura afro-    caribeña de Costa Rica. .Estado de la cuestión. (Inédito)
McDonald, Dlia. (1993) El séptimo círculo del obelisco. San José, Costa Rica.    Ediciones de El Café Cultural.
   (1995)   Sangre de madera.  San José, Costa Rica. Ediciones de El      Café Cultural
   (1999)   … la lluvia es una piel…  San José, Costa Rica. Ministerio de    Cultura, Juventud y Deportes. Dirección General de Cultural.
      (2004)  Instinto tribal  San José, Costa Rica. Kikey Tetey Ediciones
Mosby, Dorothy. (2003) Place,  Language  and  Identity in Afro-Costa Rican Literature.    Columbia, University of Missouri Press
Real Académica Española.  (1970). Diccionario de la lengua española.  XX edición.    Madrid: Espasa Calpe. P. 1743


[1] Todos los textos reproducidos han sido tomados de la edición hecha por el Ministerio de Cultura y Juventud en 1999. 

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